Jorge Edwards: “¿Mataron a Neruda? No me lo puedo creer… O tal vez fue así”

Jorge Edwards: “¿Mataron a Neruda? No me lo puedo creer… O tal vez fue así”
El escritor Jorge Edwards.

Desde Madrid, el escritor y Premio Cervantes recuerda los últimos días del Nobel, de quien fue amigo y a quien dedicó un libro de memorias, Adiós, poeta. En esta conversación, Edwards rememora su vitalidad, pero dice que hacia el final estaba muy delicado de salud, producto del cáncer de próstata. Y se refiere a la versión de que podría haber sido envenenado.


“¿Mataron a Neruda? No me lo puedo creer…, demasiado grande, demasiado vital, demasiado fuerte hasta en los últimos días de su vida. No, no puede ser”. Jorge Edwards está sentado en su chaise longe de siempre, debajo de un gran espejo, frente a los numerosos libros que lo acompañan en su retiro de Madrid, donde un escritor, Jorge Benavides, peruano, amigo suyo que lo va a ver con frecuencia, y este periodista de Prensa Ibérica, lo visitan para saber cómo está, cómo va la salud de este hombre que tiene 92 años bastante vividos, pero que conserva una memoria de cristal irrompible.

Edwards conoció a Pablo Neruda cuando aquel era un letraherido adolescente que se ocupó del poeta como si fuera a ser eterna la amistad. Y halló ese propósito. Hasta cuando ya partieron camino, el poeta regresó desde París a Chile en junio de 1970 para “ayudar al Presidente Salvador Allende” (eso nos dijo a nosotros en Tenerife, donde hizo escala el Christophoro Colombo que lo llevaban a él y a su mujer, Matilde Urrutia). Un año después se reencontraron en la Ciudad Luz, donde el poeta ejerció de embajador hasta 1972, cuando volvió definitivamente a su país.

Desde que se deshicieron los equipajes de Neruda este no cesó de corresponderse, por carta o por teléfono (las cartas, depositadas en los archivos de la Universidad de Princeton, están abiertas a consulta) fueron frecuentes sus llamadas, sobre todo las de Pablo, asombrado ante lo que se avecinaba en Chile, consciente del riesgo de un golpe militar.

Pero Neruda murió, finalmente, producto de la enfermedad, el 23 de septiembre de 1973. ¿De muerte natural? Muy pronto surgió la serpiente de la duda: Pinochet no lo querría vivo, era demasiado mito presente. Los rumores de entonces ahora parecen acreditados por la ciencia.

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El poeta murió el 23 de septiembre, en situaciones que aún no están claras

Expertos forenses de Chile, Dinamarca y Canadá analizaron los restos óseos del poeta, que fueron exhumados en 2013, y en 2017 encontraron restos de una bacteria, clostridium botulinum, que produce la toxina botubulímica, causante del botulismo, enfermedad que ataca el sistema nervioso y puede provocar la muerte. Los expertos concluyeron que la bacteria estaba en el cuerpo del poeta antes de morir. Tras 10 años de investigación judicial, en el marco del caso que instruye la jueza Paola Plaza, este miércoles se conocería el informe final, que aclarará si hubo intervención de terceros.

En la conversación que mantuvimos con Edwards, una vez repuesto de la resurrección de un rumor que parecía obsoleto, el autor de Adiós, poeta…, memoria de sus inolvidables años con Neruda, empezó a atar cabos sobre aquellos últimos días de Neruda.

El poeta estaba muy delicado de salud, “yo lo vi muy enfermo”. Él conoció al doctor Velasco, que se ocupaba de la salud ya imposible del Nobel, y este doctor le hacía notar, cada vez que se hablaban, de la imposible recuperación de aquel que luchaba por su vida como si se agarrara a las maderas que guardaba como amuletos en su casa de Isla Negra.

Neruda se fue a su país, “yo me quedé en París”. “Él me escribió desde Chile y me llamó por teléfono desde Isla Negra y en aquellas conversaciones, antes del desastre total, me decía que el país iba bien, y que, además, los caballos de la derecha, eso me dijo, estaban asustados”. Imposible que lo mataran, insistía Edwards, como si la evidencia probable del veneno fuera todavía, en la conversación, una hipótesis policíaca sacada de una novela increíble. “Neruda”, nos dijo el autor de Persona non grata mirando al aire como quien imagina todas las conjeturas, “tenía mucho miedo a morirse, porque sabía que estaba enfermo y se agarraba a la vida con todas sus fuerzas, hasta con la fuerza de la duda. Él evocaba la figura de un político venezolano que fue su amigo, tenía su misma edad, y cuando supo de su muerte enseguida asoció su destino al suyo, con estupor, sabiendo que los dos padecían, padecieron, la misma enfermedad: cáncer de próstata”.

Pero pudieron haber precipitado su muerte...

Es difícil de creer… Era un vitalista, no se quería morir, amaba la vida. Tenía amor por la comida, por las mujeres, por la naturaleza… Es que Neruda era, sobre todo, el poeta de la naturaleza. Un día lo vi sentado en el suelo, mirando con una lupa a un ciempiés. Matilde [Urrutia] me contó que a su marido, cuando estaba en Isla Negra, le gustaba levantarse a las seis de la mañana para ir a oír cantar los pájaros…

Ese libro, Adiós, poeta, es el más fidedigno exponente de la pasión de amistad y literatura que haya habido entre los testimonios que siguieron a la muerte de Neruda. “Pero el gran libro suyo en el que está todo, todo, es Memorial de Isla Negra. Ahí está todo sobre él”.

Neruda en cama en Isla Negra con su secretario, Homero Arce.

Usted es el que mejor lo conoció.

Eso mismo me decía Matilde. Pues, claro que sí, eso es cierto.

Y ahora Chile tiene otra vez noticias de Neruda. Chile en su corazón… “Sí, pero Neruda tenía dos amores: París y Baudelaire… ¿Y las mujeres también? Pues sí. ¿Era un depredador, un mujeriego? No lo sé. No creo. Eso sí, era un poeta muy enamorado. Un día le pidió a su secretario (Homero Arce) que se las arreglara para que una chica muy joven, sobrina de Matilde, lo fuera a ver a la clínica donde él estaba muriéndose. La policía lo supo y al secretario lo apresaron y más tarde murió” (Homero Arce murió en 1977).

La conversación duró más, hasta el mediodía de Madrid, cuando ya el hambre le reclamaba, esta vez, comida china. Le preguntamos a Edwards si esta nueva hipótesis no avalaría la sospecha de que a Pinochet no le interesaba, ni grave, la supervivencia del poeta más importante de su historia. Un comunista que había ido a ayudar a Allende a luchar “contra los asustados caballos de la derecha”.

Para llegar a su propia duda, el escritor que más cerca estuvo de Neruda dio algunos vuelcos a la historia.

Cuando se estaba muriendo “Neruda me llamó y me dijo: ‘Está el mar glorioso. Vuelve de París y verás…’. Lo quise mucho. Un poeta chileno, Armando Uribe, me decía que Neruda era mi papá… Me fascinó desde que leí, en el colegio, los primeros versos de Veinte poemas de amor… ´Cuerpo de mujer/ blancas colinas/ muslos blancos./ Te pareces al mundo en tu actitud de entrega´… y qué sé yo. Para mí es inolvidable el día en que lo conocí. Me llevaron a su casa, ahí estaba patente su pasión fotográfica. Tenía las fotos de Baudelaire, de Walt Whitman, de Alan Poe. Era su triada. Siempre nos escribimos, nos llamamos. Eran cartas donde me contaba su gusto por ´las chirimoyas alegres`… Estaba muy enfermo la última vez que hablamos. Muy enfermo. Por eso les digo que no creo lo del veneno”.

Al parecer lo avala la ciencia.

No. O tal vez, quién sabe, ahora que lo dicen. En fin. Miren: Neruda se quedaba conmigo hasta tarde, bebiendo whiski, charlando. Él tenía un osito de peluche en su dormitorio. Y en su ropero tenía muchas chaquetas de casimir. También le gustaba la ropa. Un día, en París, se compró una chaqueta negra y dijo: tenemos que darle una fiesta a esta chaqueta hermosa. Ay. Así era él.

¿Envenenado? Tal vez. Él lo recuerda vivo.

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