El Perú es un país experto en política criolla. Y Chile parece estar aprendiendo. En las elecciones peruanas del próximo año podrían participar más de 40 abanderados presidenciales. Chile pasa por un problema similar, con candidatos por doquier.

La experiencia peruana debería ser considerada como un antiejemplo: candidatos que pasan a segunda vuelta con menos del 20% de los votos, lo que lleva a una peligrosa debilidad y legitimidad presidencial; un Congreso altamente atomizado y una canibalización de la oferta electoral. Chile se puede estar aproximando a la cultura del emprendedor de la política, ese que sabe que con pocos votos puede resultar elegido, sin importar su programa ni ideología. La debilidad posterior, una vez en el sillón presidencial, puede terminar en persecución política, vacancias y renuncias que disparen la volatilidad e incertidumbre.

De otro lado, el “chuponeo” (“pinchazo” en Chile). El caso de Miguel Crispi ha generado un gran escándalo. En el Perú, los chuponeos se dan a la hora del desayuno, en el auto, en la piscina. Tienen larga data: desde los “vladivideos” de comienzos de los 2000, que terminaron con el régimen de Alberto Fujimori, hasta el “potoaudio” que terminó con una candidatura a la alcaldía de Lima. En el Perú han caído presidentes, ministros, jueces, fiscales y empresarios por el famoso chuponeo.

Si bien los chuponeos pueden ser justificados, una vez que se abre la puerta es difícil cerrarla. Esto, porque se puede instrumentalizar la práctica para dañar al rival y reducir la prueba ácida que se requiere para adoptar una medida tan gravosa como esa, lo que genera una cultura del espectáculo político y un enfrentamiento que puede terminar en una crónica inestabilidad. No aplica esto al periodismo, por cierto, cuyo objetivo primordial es proveer información de interés público.

Por Rodrigo Salazar, periodista y analista político peruano.