División sin partidos
El número de simpatizantes de partidos políticos en Chile ha ido cayendo en los últimos años. Según cifras del Barómetro de las Américas, Chile es uno de los países con menor partidismo en el continente. Según datos del 2017, solo el 12,3% de chilenos simpatizaba con un partido político, porcentaje solo mayor al 5,9% de Guatemala. Si bien es cierto estamos ante una tendencia regional -el porcentaje del partidismo latinoamericano ha caído del 36 al 26% en una década-, las proporciones en Chile son bastante reducidas. Si consideramos además que los porcentajes tienden a reducirse por edad, el futuro del partidismo en Chile (y en la región) es oscuro.
El hecho de que las personas abandonen sus identidades partidarias no significa que se queden sin identidades políticas. En una columna anterior hacía referencia a un estudio que realizamos con Cristóbal Rovira en el que mostramos que el porcentaje mayoritario de chilenos porta “identidades negativas”, es decir, aquellos que rechazan a una de las dos coaliciones tradicionales de la política chilena sin endosar “identidades positivas”. Estamos hablando del grupo de quienes se definen por oposición a la coalición de izquierda y a la coalición de derecha, 21,8% y 26,8%, respectivamente, según encuesta de la UDP en el 2015.
No podemos entender el estallido social iniciado en octubre pasado sin hacer referencia a quienes se definen por su oposición al establishment partidario. En el estudio mencionado, un 13% de encuestados clasificaban como “anti-duopolio”, por su animadversión simultánea a las dos tradicionales coaliciones. Cinco años después de la encuesta indicada, existen razones para creer que esos porcentajes son mayores, aún incluyendo en el objeto de rechazo a la nueva coalición de izquierda, el Frente Amplio. La antipatía al establishment político no parece distinguir de izquierdas ni de derechas, ni de partidos tradicionales o emergentes, es una bancarrota política brutal.
Así, la bronca contra el establishment -que se ha expresado desde protestas pacíficas hasta las más violentas- podría convertirse en una identidad política post-partidaria. Si consideramos además que la campaña por el plebiscito de abril ha desbordado los alineamientos partidarios convencionales, el proselitismo del “Apruebo” coadyuva a dar forma a este sector plural unido bajo la promesa de la “refundación”. La ideología, como elemento aglutinador, pasa a un segundo plano; mientras que la rabia y el malestar asoman como pegamento político. Al frente, para completar esta visión dicotómica de la sociedad, se encuentran, detrás del “Rechazo”, los defensores del status quo, que apuestan al orden y a la reforma.
El resultado posible es una nueva versión de la división dicotómica de la política chilena que -a diferencia de la anterior, de carácter partidista- trasciende los marcos partidarios conocidos. Aunque se sigue sustentando en identidades políticas vívidas entre la gente -los anti-establishment versus los statu quo-, no da señales de depender de intermediarios partidarios. Al menos no en el mediano plazo.
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