El “paciente” Chile
Ante las elecciones presidenciales aparecen las viejas estrategias maniqueas de la política (“buenos” vs. “malos”) siempre amparadas en un “amor por Chile”. Imaginemos que la política no tiene que ver con el amor de políticos, ni se funda solo en la oposición “amigos-enemigos” –izquierda-derecha o elite-pueblo. Si es así, ya no es necesario demonizar al adversario ni santificar a los propios. Ya no se pensaría que Jara ve al habitante de Vitacura o al empresariado como “elite” rival del pueblo y la clase trabajadora; tampoco que Kast esgrima a la “elite” académica o “progresista”, o al habitante de Ñuñoa, como enemigos para asegurar su alianza con el pueblo. Si no hay enemigos “esenciales” ni formal ni materialmente, se respeta el pluralismo y la libertad individual como valores incuestionables del derecho moderno (no fundado en trascendencias naturales o divinas).
Se ha vuelto evidente que, tanto la escenificación de trincheras para activar impulsos transitorios, como regalar placebos o parches, no logran revivir una “democracia muerta” (Juan Pablo Luna), sino solo anestesiarnos. Deben aparecer políticos-médicos que dejen morir la enfermedad, si quieren curar al verdadero paciente: “Chile”. Menos sacerdotales y más medicinales que se pregunten ¿qué ofrece mi propuesta para “curar” males que lo inflaman por tantas partes y cuyas causas jamás podrán acordarse unívocamente?
Un político-médico tendría que atender mejor a su paciente sin necesidad de amarlo, sino solo haciendo bien su trabajo (como cualquier buen médico). Repararía en “el cuerpo” de Chile ya no con la mirada extractivista y erotizante que recuenta sus atributos fisionómicos -voluptuosidad de bosques, altura de las montañas, fuerza de las olas- como si presumiera de una conquista. Sabría que un país es siempre paisaje y pueblo que paga un tributo –palabras que comparten raíces etimológicas. Sabría que, cuando un país deja de ser “paisaje”, como tierra y horizonte material compartido, de trabajo y/o de disfrute, soñado o propio, y a partir del cual un pago o sacrificio se asume como necesario o justo, enferma. Y apenas se siente cuerpo como saltos epilépticos que empujan algún resto de energía vital en cuerpos traumados ideológicamente, cansados por el peso de la historia, el desasosiego del porvenir o castrados emocionalmente en existencias digitales o narcotizadas.
¿Qué tal si en vez de promesas sobre “seguridad” “social” o “vital” nos ofrecieran un plan de acceso a las voluptuosidades, curvaturas y altitudes del cuerpo de un Chile tan poetizado, pero poco disfrutado por todos?, ¿si en vez de materialismos simbólicos, “bonos”, “empleos”, “subsidios” o “cantos”, presentan un plan que nos reviva junto a Chile? Que atrevan una cura genuina donde todo chileno y chilena pueda alguna vez conocer, palpar y gozar su país como paisaje, sin expropiar ni endeudar, para cuidar y legar. Así, la primera indicación político-médica mandaría al enfermo directo a un respiro, a un oasis de paz, pero ¿no es Chile un oasis? (continuará…).
Por Diana Aurenque, directora Centro Estudios de Ética Aplicada Universidad de Chile
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