El púlpito del prejuicio
Theodore Roosevelt acuñó la expresión bully pulpit para describir el poder de influencia moral y política que le otorgaba la Presidencia. Roosevelt entendía que la legitimidad del liderazgo no se agota en el poder formal, sino que se juega en el terreno movedizo de la palabra, siendo la tribuna pública un espacio privilegiado para ello.
En la reciente Cuenta Pública, el Presidente Gabriel Boric recurrió a esa tribuna para acusar falsamente al gobierno de Israel de cometer un genocidio. Más allá de la controversia diplomática, lo relevante fue el uso del púlpito presidencial no para unir, orientar o convocar, sino para polarizar y exteriorizar culpas. Se trató de un clásico ejemplo de bully pulpit, pero también de una muestra del vacío de liderazgo que atraviesa la política chilena. Porque mientras Roosevelt usaba su tribuna para enfrentar a los grandes monopolios o empujar reformas estructurales, Boric lo usó para agitar odiosas banderas simbólicas.
Más aún, la acusación de genocidio no ocurre en el vacío. Durante casi dos mil años, al pueblo judío se le atribuyó falazmente el crimen de deicidio —la muerte de Jesús—, una acusación teológica que sirvió de base para persecuciones, expulsiones y matanzas. Solo con el Concilio Vaticano II, en 1965, la Iglesia Católica rechazó oficialmente esa imputación. Hoy, la acusación de genocidio aparece como su versión moderna: un nuevo ropaje para un odio visceral de larga data. De allí que no se trate de una crítica legítima a un gobierno, sino de una estigmatización colectiva que apunta, una vez más, al corazón del pueblo judío.
En este sentido se debe recordar que en varias ocasiones anteriores al 7 de octubre de 2023 -fecha de la masacre perpetrada por Hamás-, Boric ya había utilizado el mismo lenguaje, atribuyendo al Estado de Israel crímenes atroces sin matiz ni contexto. Inexcusable fue su respuesta al periodista Tomas Mosciatti en el programa El Candidato, durante la campaña presidencial de 2021. A la pregunta, “usted ha dicho que Israel es un Estado genocida y asesino. ¿Lo mantiene?” Boric contestó sin tapujos: “Lo mantengo”.
Así, ni esa declaración fue un desliz aislado, ni sus dichos en la Cuenta Pública obedecen a una postura producto del actual conflicto iniciado por grupos terroristas palestinos. En su léxico la voz genocidio fue desnaturalizada para demonizar a Israel y al pueblo judío. No hubo aquí una reacción humanitaria ante una tragedia reciente, sino una postura ideológica persistente y profundamente sesgada.
El Presidente Boric no solo utilizó su bully pulpit para propagar una narrativa falsa e injusta, sino que lo hizo desde el lugar más simbólico del poder republicano, inoculando odio y antisemitismo desde la jefatura del Estado chileno, y ofreciendo así una coartada moral para quienes, en Chile y el mundo, quieren convertir a Israel -y por extensión a los judíos- nuevamente en chivos expiatorios de la historia.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, U. de Chile
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