Estallido bajo dictadura
Por Carlos Meléndez. Académico UDP y COES
Los estallidos sociales suelen tener múltiples causas, por eso es que “aparecen de la nada”, de manera inesperada, para gobiernos y analistas. A veces hay “gatilladores” notorios, pero estos no son una condición necesaria. El estallido del 11J en Cuba se originó en la longeva concatenación de malestares económicos (miseria tan aguda como la del Periodo Especial), sociales (Covid-19 descontrolado) y políticos (pérdida de legitimidad del liderazgo de Miguel Díaz-Canel). Pero a diferencia de estallidos latinoamericanos contemporáneos, el cubano no tiene al frente a un gobierno elegido democráticamente, sino a una dictadura; y no una cualquiera, sino una totalitaria y comunista, “minuciosa en su espanto”, como la calificó Reinaldo Arenas.
Los estallidos sociales bajo dictaduras (post) totalitarias tienen baja probabilidad de éxito. En Cuba no existe una oposición que pueda servir de interlocutora de las demandas movilizadas, pues la disidencia ha sido fuertemente reprimida y, asimismo, soslayada por la comunidad internacional. Las organizaciones de la sociedad civil autónomas del gobierno son muy débiles; solo las del arte y la cultura (como el Movimiento San Isidro) alcanzan cierta notoriedad pública. Los medios de comunicación independientes tienen serias dificultades para servir de amplificadores de denuncias y reportes de abusos del régimen. Bajo estas circunstancias es muy difícil sostener una movilización social frente a una dictadura cohesionada alrededor del aparato represor militar. El pueblo cubano está más solo que una isla.
Los ciudadanos que se rebelan a dichas dictaduras enfrentan un costo mayor que quienes lo hacen en democracia. En aquellas, no existe un estado de derecho que garantice libertades -que vele por sus vidas-. Tampoco defensorías, ni monitores de derechos humanos que se opongan a masacres perpetradas desde el poder. Tal ciudadanía tiene que asumir las consecuencias de una “verdad oficial” que manipula cínicamente la narrativa de los hechos, desde el número de víctimas mortales hasta a quienes se les condena como “traidores a la patria”. Quienes toman las calles en #SOSCuba no solo asumen los costos de la represión, sino además las consecuencias de la desobediencia.
Por el tamaño de la apuesta, el objetivo del estallido social cubano es mayor al que hemos visto últimamente en la región: va más allá de un cambio constitucional o del “fin del neoliberalismo”. Estamos ante una aspiración más fundamental: la libertad. Y ello implica necesariamente un cambio de régimen. Por las características reseñadas, este es improbable pero no imposible. Dos factores pueden contribuir al colapso de la dictadura más resistente del continente. Uno, que se suscite una división al interior de la élite castrense, que un sector verde olivo se oponga a continuar con la masacre. Y otro, una comunidad internacional que no sea ambivalente ante los abusos a los derechos humanos que se cometen cotidianamente en la isla. Al cierre de esta edición, el silencio de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos continúa siendo ensordecedor.
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