SEÑOR DIRECTOR

La actitud y dichos del Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sobre la expresidenta Bachelet, a propósito de lo mencionado por ella en su calidad de Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, sobre la situación en Brasil, pasarán a la historia de la insolencia, la grosería y la ignorancia.

Como recientemente se ha visto, a propósito de Venezuela, las declaraciones de la Alta Comisionada están fundadas en los estudios de los especialistas y los informes de los funcionarios de la ONU, con el objeto de que ellas sean precisas y oportunas.

Sin embargo, Bolsonaro las emprende contra Bachelet de manera insolente, como si se tratara de una opinión gratuita, sin considerar la importante y delicada función internacional de la ex Presidenta de Chile y los ecos que sus declaraciones tienen en la comunidad internacional, incluida la propia opinión pública brasileña.

A la insolencia, Bolsonaro agrega grosería y sevicia al referirse a la reciente historia de Chile, con su secuela de violencia, muerte, tortura y exilio, con especial referencia al padre de la exmandataria, y lo hace con un tono de pendenciero desconocido en cualquier Presidente de Brasil que lo haya precedido. Para rematar su elocuencia, Bolsonaro formula sus declaraciones -y no es la primera vez- con desconocimiento pleno de las Naciones Unidas, donde su país ha jugado un papel de primera importancia desde que se creó la organización, como que cada año es el primer orador en la Asamblea General de la ONU. En los próximos días, con ocasión de la Asamblea General, veremos si Bolsonaro es capaz de representar al gran país que es Brasil o tendremos como orador a un político intemperante, como en algún sentido está de moda internacionalmente.

En Chile hemos protestado severamente; lo mismo ha ocurrido en el propio Brasil. Aunque duela, nadie ignora que lo expresado por Bachelet corresponde a la realidad cotidiana que viven muchas personas en ese querido país.

Mariano Fernández Amunátegui