Natalidad y aborto en Chile
Históricamente, en Chile nacían alrededor de 300 mil niños al año. En 2024 nacieron alrededor de 135 mil, la cifra más baja de la historia, y 20% menos que en 2023. Actualmente dos tercios de la humanidad viven en países con fertilidad bajo la tasa de reemplazo de 2,1 hijos por familia. Con los datos de 2024 una mujer en Chile tiene prácticamente 1 hijo/a. Las causas esgrimidas son variadas y recientemente han incluido hasta el cambio climático. El bajo número de nacimientos y la disminución de la mortalidad general, así como el aumento de la esperanza de vida (29 años en América Latina en 1900, 75 años en 2021, sobre los 80 años en Chile), favorecen entonces el envejecimiento progresivo de nuestra población.
Hoy, dos de cada tres jóvenes en Chile, entre los 15 y 29 años no esperan tener hijos. Y la migración no cambiará las cifras, porque para que eso ocurriera debería aumentar notablemente el número de mujeres migrantes, y deberían ellas mantener sus tasas de natalidad altas, que es algo que no ocurre, porque se adoptan precozmente las pautas de natalidad del país que las acoge.
Para 2050 más del 25 % de la población tendrá más de 65 años, y tres de cada diez personas tendrán más de 80 años. Las consecuencias son variadas y también han sido mencionadas: más personas mayores sujetas a beneficios y que deberán recibir atención en el sistema público de salud; aumento de la prevalencia de enfermedades crónicas; reducción de la fuerza laboral; menos adaptabilidad a las nuevas tecnologías; disminución de la productividad; soledad y pobreza. Además, al envejecer la sociedad existe una suerte de feminización y las estadísticas muestran en Europa que las mujeres ancianas son más pobres que los varones, viven más solas que ellos, y padecen más discapacidad (Herzog, Holden y Seltzer 1989).
Dicho lo anterior parece importante establecer prioridades y políticas que no son las que muestra la agenda actual. Además, los medios suelen mostrar informaciones que no corresponden a la realidad: se solicita por ejemplo favorecer subsidios a las terapias de infertilidad porque se dice que cada vez más personas desean tener hijos y no lo logran. No se dice, sin embargo, que eso es en parte porque se busca embarazo a edades más avanzadas donde la fertilidad no es la misma.
Se solicita invertir recursos en enfermedades infrecuentes, en favorecer la congelación de óvulos, en apoyar el aborto libre, en prolongar el descanso posnatal (que puede perjudicar más a la mujer que ayudarla), y en incluir más patologías en el GES, en lugar de estimular el embarazo a edades más tempranas, y satisfacer las necesidades de las listas de espera enormes.
Por otra parte, y cuando el gobierno promete ampliar la ley de aborto, que es algo que no pocos anunciamos que ocurriría después de que se aprobase la primera legislación al respecto, vale la pena recordar otros hechos también mencionados en el pasado; por ejemplo, lo que se refiere al riesgo de morir de una mujer por embarazo y parto. Tales datos están ausentes para años recientes en las páginas del Minsal y del DEIS, pero en junio de este año se publicó una contribución al IX Congreso chileno de epidemiologia (http://doi.org/10.5867/medwave.2024.S1.SP173), donde se revisa la tendencia de la mortalidad materna en Chile entre 2001 y 2020. En ese periodo hubo 960 muertes maternas, 20 por 100.000 nacidos vivos corregidos (lo que significa que en nuestro país mueren 50 mujeres al año por embarazo y parto). Además, las muertes maternas aumentaron de 19 por cien mil NV en 2019 a 31,2 el 2020 (a pesar de disminuir los nacimientos). Las muertes no son como se mencionó en aquella época a expensas de embarazo en adolescentes. De hecho, la fecundidad entre los 15 y 19 años disminuyó casi un 91% entre el año 2000 y el 2024 (datos OPS y OMS https:hia.paho.org).
En suma, parece hacer falta que haya personas que dejando de lado ideologías pongan sus esfuerzos en hacer de Chile el país que muchos soñamos. Es posible también que para eso nuestros gobernantes actuales y futuros deban poner más atención a los “príncipes de la Iglesia”, y tener momentos de silencio que lleven a la reflexión, a la sabiduría y a la trascendencia.
Nuestras Escuelas de Medicina, por su parte, también deben reflexionar sobre los desafíos contemporáneos en educación universitaria, al mismo tiempo que no dejen de empujar su quehacer a las fronteras del progreso científico y tecnológico; pero, más importante aún, deben tener claro que los mejores médicos no solo poseen competencia profesional, sino que destacan por su trato humano, su apego a la verdad, su capacidad de escuchar y su búsqueda incesante del camino para servir mejor a los demás.
Por Enrique Oyarzún Ebensperger, decano Facultad de Medicina, Universidad de los Andes
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