Olvidada juventud
Desprotección, vulnerabilidad, aislamiento, abandono, desapego, resignación, indiferencia. Así es descrita parte de la experiencia cotidiana de un grupo significativo de jóvenes en un informe publicado esta semana por la Fundación Pacto Social. Se trata de un conjunto de hallazgos sistematizados luego de un trabajo de cuatro años con estudiantes de establecimientos educacionales de distintas comunas del país, en el marco del programa de liderazgo escolar de la misma fundación. Casi 600 personas de entre 12 y 18 años pasaron por esa instancia, compartiendo sus miradas respecto de sus respectivas realidades. Las conclusiones, como prueba del listado inicial de palabras, son desoladoras: familias quebradas, cuya precariedad les impide ser un espacio de protección; una violencia instalada en la calle, la escuela y el hogar, legitimada como forma de resolución de conflictos; el narco y su cultura cada vez más extendidos, ofreciendo mejores (o las únicas) alternativas para modificar sus trayectorias; servicios estatales débiles o ausentes y un mundo privado casi inexistente, que confirma el sentimiento de estigmatización y abandono; en fin, el refugio en las redes sociales y la droga como una forma de escape y validación. Lo que ya sabíamos por muchos otros estudios que abordan estos problemas por separado, se condensa aquí con brutal claridad, permitiendo tomar el peso a la magnitud de la crisis que enfrentamos; todos ellos se unifican en las vidas concretas de cientos de jóvenes de nuestro país.
La gravedad de lo descrito por los participantes del programa contrasta, sin embargo, con la claridad de sus demandas y aspiraciones. A pesar de sus críticos relatos, anhelan un Estado presente que ayude a recuperar los espacios comunes, añoran barrios seguros con comunidades comprometidas con su resguardo, esperan que sus familias sean lugares de contención y aprendizaje de normas, reclaman una autoridad capaz de ejercer su papel, y buscan a alguien que cuide y enseñe a cuidar, a respetar, a hacerse responsable, a ser parte. Por algo están dentro del programa de esta fundación, que no solo pretende identificar sus problemas, sino sobre todo ayudarlos a convertirse en líderes protectores que disputen la influencia de los “más vivos” y logren empujar acciones colectivas por bienes compartidos. Y los jóvenes han respondido positivamente a esta oferta. La principal carencia es entonces no la de sus vidas, sino de instancias que, como el esfuerzo de Pacto Social, pongan a su disposición condiciones habilitantes para emprender sus propios caminos.
Aunque el conocimiento de estos datos debiera impactar a cualquiera que se preocupe por el destino de nuestra convivencia, los primeros interpelados son los representantes políticos; no porque sean los únicos que deban participar en las soluciones, sino por la inaceptable ausencia de protagonismo de estas materias en las agendas y discusiones dominantes. La violencia escolar aparece por balaceras o bombas que explotan en establecimientos, y no porque sea objeto central de alguna política pública. Se trata, de hecho, de una de las más lamentables deudas de este gobierno: habiendo ascendido desde la reivindicación estudiantil y juvenil, quienes están hoy en La Moneda no han ofrecido nada a estos jóvenes. El gobierno ha demostrado estar inquieto por el FES, pero no por las escuelas y sus estudiantes. Y qué decir de la disputa presidencial. Toda una semana dedicada a resolver si tiene más conexión popular la ganadora de la primaria de la izquierda, porque baila cumbia y compra huevos envueltos en papel, o sus adversarios “alemanes blancos”. La gente no se deja engañar tan fácilmente; todos quienes están en el poder se encuentran lejos, la cuestión es quién logra probar que conoce y se moviliza por lo que les ocurre. A ver si de una buena vez de eso empieza a tratarse la conversación política.
Por Josefina Araos, investigadora IES
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