PSU: crónica de una muerte anunciada
Sepultada. Así quedó la posibilidad de continuar adecuadamente el proceso de admisión universitaria tras su sabotaje por parte de algunos. Es cierto que la PSU amplifica la segregación existente, pero, aun así, nada justifica que una minoría, extremadamente ideologizada, impida a una mayoría rendir adecuadamente el examen que les permite continuar su educación. ¿Qué pasará ahora?
Los disturbios ocurridos deberán ser juzgados por la Justicia. Sin embargo, la prueba ya tiene un dictamen y está claro que debe ser reformada por los actores involucrados en la educación superior. En el 2013, ocho años después del crítico diagnóstico a la PSU por parte de ETS, el Informe Pearson realizó 123 observaciones relacionadas a problemas de validez; brechas socioeconómicas y de género, y una baja capacidad de predicción de la prueba en cuestión. Posteriormente, el Demre intentó perfeccionarla, pero, producto de la negligencia del Cruch, no fue si no hasta hace un par años que recién se comenzaron a desarrollar prototipos que buscan resolver sus profundas falencias.
Hoy, después de casi dos décadas de alertas, la educación escolar sigue agobiada por el sistema de admisión universitaria. Una de las razones es que el instrumento de selección se encuentra sobrecargado de contenidos, transformando a la educación en una especie de conjunto de píldoras de memoria. Así, más que conocimiento, lo que se termina por medir es la técnica para responder correctamente en un tiempo acotado, lo que nos ha llevado a la ridícula situación en que alumnos de primero medio estén en preuniversitarios. A ello, se suma la fuerte discriminación que la PSU representa para jóvenes que se han formado en establecimientos artísticos o técnicos, producto de la incapacidad que ésta tiene para conversar adecuadamente con distintos currículums. Como contraparte, los líderes del complot proponen que cada universidad tenga su propia prueba, opción que en la realidad es aún más segregadora y menos democrática que la actual.
Una mejor alternativa es que la futura prueba estandarizada incluya otros aspectos, como la posibilidad de rendirse dos veces al año (ya sabemos que es factible), y la medición tanto de habilidades basadas en contenidos fundamentales como capacidades que permitan disminuir el casi 25% actual de deserción. De esta forma, la selección sería mucho más inteligente, ya que incentivaría a las instituciones educativas al desarrollo del pensamiento crítico y de habilidades blandas.
No cabe duda de que ninguna prueba va a borrar las brechas que tenemos como sociedad, pero tampoco queremos que éstas aumenten artificialmente. Esta crisis nos plantea el desafío de construir un sistema de acceso inclusivo, integrado, transparente y de calidad. Que un grupo minoritario ocupe esta pretensión para causar estragos no debe llevarnos a cerrar los ojos frente un problema real, que tiene relación con las falencias de la prueba que utilizamos actualmente. Con sus pros y contras, la PSU, tiene sus días contados, y el Cruch, con su desidia, fue quien firmó su sentencia de muerte.
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