Traumatizados
El triunfo de Jeannette Jara en la primaria oficialista terminó de llevarnos al clímax de un extraordinario revival. A 35 años del retorno a la democracia, en la tercera década del siglo XXI, un sector relevante de la sociedad chilena votará en la próxima presidencial en base al miedo: al fantasma de Pinochet, unos; al comunismo, otros. Es como adentrarse en un túnel del tiempo, de regreso a la Guerra Fría o, más bien, la triste confirmación de que nunca hemos salido de ahí.
“La repetición es el síntoma”, decía Freud. ¿El síntoma de qué? Del trauma, de una experiencia que ha marcado a fuego nuestra historia, haciendo que nuestros pensamientos y emociones la revivan incansablemente. Por un lado, la derecha, traumatizada por el recuerdo de la UP, la amenaza comunista, y por sus responsabilidades en los horrores de la dictadura. Del otro, la izquierda, obsesionada con el fracaso de la “vía chilena”, el golpe y las violaciones a los DD.HH. Unos y otros miran al país cual estatuas de sal, detenidos en el pasado, obligando a todos los demás a no poder zafar, perpetuando el trauma como lo único que les da una razón y un sentido existencial.
Si gana Kast o Matthei, para muchos la dictadura estará de vuelta, con su estela de terror y autoritarismo. Si gana Jara, para otros habremos regresado al año 70, con todo su séquito de fantasmas y angustias. ¿Qué dirá el mundo si, en pleno siglo XXI, los chilenos escogen a una Presidenta comunista, un partido que hace varias décadas dejó de existir en las democracias occidentales? Seguramente, nos recomendarán consultar a un especialista, pensarán que es el síntoma de un problema muy profundo. Y tendrán razón: solo una sociedad como la chilena podría escoger a una Presidenta marxista-leninista en plena era de los algoritmos y la inteligencia artificial. Una sociedad donde muchos viven del pasado y profitan de él; un rincón del mundo donde el trauma se ha convertido en un fetiche, que tememos y adoramos en el mismo proceso.
Mientras tanto, la inmensa mayoría de la gente vive en otro país, uno donde la delincuencia, la inseguridad y el crimen organizado avanzan sin piedad; muere gente a balazos todos los días, el estancamiento económico y el deterioro social socavan nuestro camino al desarrollo. Pero los traumatizados no ceden; siguen imponiendo sus códigos y alimentando una guerra interna que nada tiene que ver con el presente y, menos aún, con el futuro. La polarización en Chile no es como la del resto del mundo. Aquí es una rémora del pasado, un eterno ajuste de cuentas, una pieza de museo.
Mientras el pasado no queda atrás, el presente y el futuro no tienen espacio para existir. Son trozos dispersos de una realidad fracturada, siempre inconclusa, respecto a la cual jamás habrá mínimos comunes. Porque la pieza faltante es la que permite cerrar el abismo, elaborar el trauma, entendiendo las razones del otro. Mientras tanto, seguimos ahí, en ese lugar sin límites del que, al parecer, nunca podremos salir.
Por Max Colodro, filósofo y analista político
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