Abracemos la imperfección: ¿Por qué no hay una forma ‘perfecta’ de ser madre?




“No soy (ni quiero ser) la mamá de manual”, escribió en una publicación la socióloga y creadora de La mala mamá podcast, Mafe Cardona. En ese espacio, Mafe explica que la maternidad no es una técnica que se domina con reglas universales e inamovibles y que no está dispuesta a anular sus deseos, sensaciones y lo que cree que es correcto porque los expertos digan que las madres no ‘deben’ ser de de tal manera. “Intento ser la mamá que mi hijo necesita, ser mejor persona cada día, sanar, ser autocrítica, tomar decisiones conscientes y con información de por medio, pero nunca dejaré de fallar. A la imperfección hay que abrazarla, en vez de querer eliminarla. Necesitamos maternidades más compasivas con nosotras mismas”, complementó.

Y es que la maternidad, tal como la entendemos, es una construcción social y cultural. La española Esther Vivas, autora del best seller Mamá desobediente, explica que este imaginario de ‘la madre perfecta’ viene determinado por el sistema patriarcal en el que nos encontramos. “Históricamente el patriarcado ha utilizado la maternidad como un instrumento para controlar el cuerpo y el destino de las mujeres. De aquí que siempre se ha establecido un ideal de buena madre: Una mujer sacrificada, abnegada, sin vida propia. En el que la mujer desaparece tras la figura de la madre y donde las madres no tenemos otros intereses más allá de la crianza”.

Según Vivas, esta construcción perdura hasta el día de hoy. Y no solo eso, en la actualidad se ha sumado la lógica neoliberal que impacta en el mito de la buena madre y por tanto “las mujeres, además de ser las madres sacrificadas que tuvieron que ser nuestras abuelas y a menudo nuestras madres, también tenemos que ser súper mujeres; madres que llegan a todo, que están siempre disponibles para el mercado del trabajo, con un cuerpo perfecto. Lo que sucede entonces es que las madres nos miramos en un espejo de la maternidad que no nos representa”, agrega.

Porque ser madre implica fracasar y no llegar a todo, equivocarse, no aguantar más y tener derecho a quejarse. “En nuestro día a día sentimos muchas emociones. Por ejemplo, a veces queremos de una forma inmensa a nuestras hijas e hijos, y en otros momentos, deseamos alejarnos de ellos lo más rápido posible”, aclara Mafe y añade que lo primero que hay que entender es que la ambivalencia es inherente a la vida humana y que en la maternidad –sobre todo durante el periodo perinatal– suele presentarse de forma descarnada. En parte, debido a la revolución que supone el nacimiento de una hija o un hijo, su dependencia absoluta, los innumerables cambios que se producen en nuestras vidas y los duelos que se inauguran a partir de los mismos.

A esto se le suma el conflicto que hay entre lo que esperábamos que fuera la maternidad, producto de su idealización, y lo que realmente es. “Y pese a que la ambivalencia materna es normal, ha sido silenciada, sancionada y rechazada, todo esto mientras la maternidad se sacraliza exaltando sus bondades y estigmatizando los aspectos conflictivos que no coinciden con el ideal de ‘amor puro’, el cual es incondicional, infalible e inagotable. Este discurso romántico de la maternidad no es más que un discurso plagado de violencia simbólica”, aclara Mafe.

Por eso se hace relevante empezar a hablar de que no hay una manera ‘perfecta’ de ser madres. “Fracasar forma parte de la tarea de ser madre, debemos desmontar este mito de la madre perfecta, porque solo así nos podremos reconciliar con la experiencia materna y tener una maternidad satisfactoria. Es fundamental hablar de las luces, y en particular de las sombras de la maternidad y desromantizar esa maternidad que nos han vendido los medios de comunicación y la sociedad en general. Esto es esencial para que, como madres, podamos liberarnos de la culpa y tener una experiencia materna más satisfactoria”, agrega Esther.

Y es que como dice la española, debemos ser conscientes de que a menudo no somos la madre que queremos, sino que somos la madre que podemos ser en las circunstancias –por lo general adversas– con las que nos encontramos. “La maternidad viene además determinada por el contexto social y económico en el que nos encontramos, y entonces, no viene solo atravesada por desigualdades de género, sino que también por desigualdades de clase social y de raza. Todo esto determina la experiencia materna y es relevante tener esta mirada interseccional y así entender que ser madre no es fácil, implica un antes y un después. Pero además, que a las dificultades propias de la experiencia materna se le añade un contexto social que dificulta más dicha experiencia. Ser conscientes de esto nos ayuda a relativizar las expectativas que tenemos en relación a lo que debe ser nuestra maternidad”.

Finalmente ambas expertas incitan a abrazar la imperfección y enfatizan en que el imaginario de una madre ‘perfecta’ solo le ha hecho daño y ha introducido la culpa en la experiencia materna. “La representación de la madre como un ángel del hogar (sacrificada e inhumana) anula la expresión de otras voces, lo que afecta las experiencias subjetivas y potencia la sensación de falla, inadecuación y el sentimiento de culpa. Todo esto llena a las madres de angustia y ansiedad”, concluye Mafe.

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