Dejemos de romantizar el amor propio




“Dejemos de romantizar el amor propio”, dice en una entrevista la standapera feminista Karla Wasabichi, quien ya en su biografía de redes sociales confiesa estar “hasta la madre de tener que validarse”. Ámate, sé tu mejor amiga, cree en ti, regálate lo que vales, riégate de amor propio y verás lo bonito que floreces... Son algunas de las frases, hermosamente diseñadas, con que algunas cuentas llaman a potenciar ese famoso “amor propio” de las mujeres en las redes sociales. Un concepto de moda hace ya algunos años que se ha vuelto, junto a otros como “empoderamiento femenino” y “body positivity”, en una muletilla que, aunque nace de una buena intención, hoy satura a las mujeres en el discurso público, configurándose peligrosamente en un “deber ser” más.  Sin amor propio es difícil ser feliz y prosperar. Hasta que no sientas que lo mereces, no permitirás que suceda. Nadie te va a amar si tú no te amas a ti misma… ¿En qué momento el amor propio se volvió un imperativo?

La psicóloga Claudia Parra, del Centro Lazos y Nexos, define “amor propio” como un ideal social, la ilusión de un estado de autosuficiencia y completitud individual que se presenta en la línea de la autoayuda y en frases motivacionales como estas. Al contrario de la autoestima, término que surge de la psicología del “yo” y se ocupa para describir la autovaloración individual, que es común a todas las personas, el amor propio es una idea mucho más joven, y de alguna manera más relacionada con lo femenino y los feminismos. “Se ha instalado como un ideal y mantra de nuestros tiempos, sobre todo entre mujeres. Este tipo de discurso tiene un lado positivo en el sentido que lo ha generado un colectivo, pero por otro lado son ideas que se pueden volver imperativas hacia nosotras. El problema se da cuando sentimos frustración por no encontrar ese “auto amor ideal”, ese que ‘debe ser’”. Y es que la idea de amor propio, dice Claudia, nace en una cultura que promueve la productividad y la competencia, y cuando se siente como un “deber ser”, cae en la lógica del rendimiento. “La idea de amarse a sí misma es muy propia de una sociedad individualista que ha instalado la ilusión de que cada uno puede ser autosuficiente. Esto tiene una trampa, ya que los humanos somos seres de vínculo y de grupo. Siempre necesitamos a otras personas, nos nutrimos de relaciones y de interacciones recíprocas. Tomando eso como base, el amarse a sí misma se puede trabajar de la mano de un análisis de la propia historia, de las relaciones, los vínculos y el entorno social y no depende solo de la voluntad propia”.

La misma Wasabichi, influencer por el #amorpropio, como muchas mujeres desde el mismo movimiento, ha sido una dura crítica de la banalización de este discurso. “En este movimiento empezamos todas muy “uy me amo, me quiero” pero luego caemos en la realidad de que aunque nos queramos, allá afuera se está capitalizando sobre el odio que nos tenemos a nosotras. Por mucho que leas frases del tipo ‘tu talla no te define’, cuando vayas a comprar ropa, tu talla sí te va a definir, porque no vas a encontrarla. Está lindo decir estas frases, pero allá afuera hay un mundo que va a hacer lo imposible por destrozar lo que hayamos trabajado interiormente”. Algo que conecta también con el concepto de “positividad tóxica”, que es la imposición de un pensamiento positivo como la única forma de solución a un problema o a la necesidad de darle un giro positivo a todas las experiencias, incluso las incómodas o dolorosas como no encajar con un cuerpo hegemónico o no sentirse suficiente. La trampa del “amor propio” planteado así, finalmente es que vuelve a negar esas incomodidades y el sufrimiento, poniendo como imperativo “amarse a sí misma” o que nos sintamos positivas siempre respecto a nuestros cuerpos. “Te dicen ámate, ámate como si fuera tan fácil. ¿Qué es amarme, ponerme mascarillas faciales? ¿Tomarme un chocolate caliente?”, se pregunta la mexicana.

Ahí radica además uno de los peligros de este discurso, ¿dónde están buscando las mujeres ese amor propio tan milagroso? Una simple búsqueda por internet te da la respuesta: “Aceite bruma de amor propio, a solo 8000 pesos, promete a través de su hidrolato de rosa aliviar la baja autoestima y dar confianza en la capacidad del propio hacer. Mejor si viene en el “pack autocuidado”, un kit a 50 mil pesos que incluye una caja con tu nombre, un diario de vida para fortalecer tu autoestima, un juego de cartas con afirmaciones positivas y un espejo para reflejar tu corazón, homenajearte a ti misma y conectar con la persona más importante de tu vida: tú”. En un mundo donde el amor propio se ha comercializado, capitalizado, banalizado y romantizado, ahora puede ser el nombre de una marca de cosmética y ahí se queda. Hoy las mujeres intentamos comprar en una conferencia o un curso de maquillaje algo mucho más profundo y complejo que no es ni fácil ni placentero. “Hoy el amor propio es usado por muchos como un producto”, dice Claudia. “Es cosa de mirar redes sociales y observar las ventas que hay en torno a esta idea, con personas que te cuentan cómo lograron su amor propio. Lo que engancha es que se vende como si fuera un asunto de trabajo, voluntad, y competir con una misma”.

En su reciente libro “La dictadura del amor propio”, sobre positivismo tóxico, autoestima y salud mental, la psicóloga Nerea de Ugarte plantea esta crítica y propone salirnos de esa trampa individualista y buscar soluciones colectivas con el foco puesto en las desigualdades estructurales y no en el solitario “me tengo que querer más”. “Se está pretendiendo crear métodos terapéuticos o de autoconsumo para mejorar la autoestima sin cambiar la conciencia colectiva que reproduce la percepción transversal de insuficiencia, de incompletitud, de carencia de amor propio”, dice Nerea en su libro. “Perpetúa la concepción de que el camino para una buena autoestima es una experiencia intrínseca e ideológica basada en la voluntad personal”.  Algo que la activista feminista Bárbara Ehrenreich, autora de “Sonríe o muere”, califica como la trampa del pensamiento positivo: anima a pensar que no hay nada raro o malo en el sistema y que lo que está mal es la actitud con la que estamos enfrentando nuestra vida, en este caso nuestra autoestima. “Esta corriente nos hace creer que a nadie más le pasa y que la situación que estoy viviendo es MI culpa”, escribe Nerea. “Todas estamos educadas bajo el yugo de la vergüenza, nadie lo pone sobre la mesa como sensación colectiva, todas lo vivimos en silencio como sensación personal. Y esta vivencia es, desde mi experiencia clínica con adolescentes y también con adultas, una de las consecuencias más peligrosas en la salud mental que trae esta nueva dictadura del amor propio popularizada en las redes sociales”.

Lo cierto es que la única forma que Wasabichi ha logrado estar cerca del amor propio, dice en sus redes, lejos de ser una receta de frases positivas o una terapia en un spa, es simplemente intentar, un día a la vez, “estar en paz” consigo misma, un viaje largo y tropezado de autoconocimiento que va hilando a su ritmo. “El amor propio no es una meta, es un jale de todos los días para estar en paz contigo. Un día me levanto y digo sí me quiero, y el otro no me quiero nada, eso es válido también”. Algo que también concluye Nerea. “No necesitamos, ni podemos, amarnos tal como somos todo el día, todos los días. No podemos reemplazar la presión de «ser hermosas» por el «¡Ámate, ámate, ámate!». Ya suficientes presiones experimentamos a diario como para también sumarle la exigencia de amarnos a toda costa y en todo momento”.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.