Ser la mamá perfecta

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Fui mamá a los 23 años y desde entonces he vivido las presiones y exigencias a las que estamos expuestas las madres en este país. Siempre supe que vivíamos en una sociedad sumamente machista, en la que mujeres y hombres no gozan de los mismos privilegios, pero no fue hasta que tuve a Victoria que entendí que existe una especie de consenso tácito que hace que todos esperen –incluso de manera inconsciente– que las mamás seamos dedicadas, fuertes, buenas, independientes, cariñosas y realizadas profesionalmente. Básicamente que las hagamos todas. Que seamos superhéroes.

Cuando Victoria tenía 8 años le diagnosticaron Asperger. Y por eso, de alguna u otra manera, durante estos 14 años de su vida le he tenido que dedicar más tiempo de lo que habría tenido que dedicarle a un hijo sin trastorno neurobiológico. Me he preocupado, desde siempre, de que asista a terapias complementarias y que esté constantemente estimulada para que su crecimiento y desarrollo no se vea perjudicado. Pero eso ha requerido mucho esfuerzo y trabajo, y he tenido que postergar mis proyectos personales. Desde que nació, he trabajado en casa para estar siempre cerca de ella. E incluso eso me lo han cuestionado. Es difícil enumerar la cantidad de veces que he escuchado a mis cercanos decir "deberías emplearte" o "no deberías dedicarle tanto tiempo a Victoria, ella ya está bien", con tanta determinación. Porque es muy fácil cuestionar a la madre, sea cual sea su decisión.

En este tiempo, he comprobado que a las mamás se nos cuestiona todo; si decidimos ser trabajadoras se nos tilda de egocéntricas y abandónicas, y si le dedicamos tiempo a nuestros hijos y por las circunstancias de la vida no nos desarrollamos profesionalmente, se nos dice que no somos independientes. Pensándolo bien, para que no se nos castigue, todas deberíamos cumplir con el estereotipo de madre perfecta: la que pasa tiempo con los hijos, da buenos consejos, tiene todo bajo control en la casa y además es exitosa en el trabajo. Una madre sostenedora y poderosa, tal cual como se nos ha mostrado en todas las referencias de esta cultura pop. ¿Pero será posible eso? Admiro realmente a las que lo logran, porque sé que también las hay. Pero las que no lo logramos, no nos castiguemos por eso.

Me he dado cuenta que está tan normalizado ese rol incondicional, que es muy difícil erradicar la imagen de súper mamá, por más dañina que sea. Porque no solo nos ha condicionado a todas –a tal punto que nos frustramos cuando no estamos cumpliendo con esos estándares tan altos–, sino que también ha hecho que nos juzguemos entre nosotras, incluso cuando hemos sido víctimas de ese canon. ¿Cuántas veces nos hemos sentido agotadas y con ganas de tirar todo a la mierda? En mi caso, muchísimas. Y admito que incluso habiendo sentido eso, también he juzgado a otras mamás. Es una conducta tan arraigada que una empieza a creer que es válido meterse en la crianza de las demás. Y jamás nunca cuestionamos a un padre.

Es más, el abandono por parte del padre está totalmente normalizado. Mientras que si la madre quiere estar un rato sola, se la crucifica. Lo más curioso es que cuando un padre queda al cuidado de sus hijos decimos: "oh, qué sacrificado y qué bueno es", como si fuera un mérito. En cambio, de las madres se da por hecho que es lo que tenemos que hacer todos los días.

Nunca voy a olvidar cuando mi ex pareja y padre de mi hija me dijo "no vas a poder sacar adelante a Victoria".  Creo que muchas veces no hay malas intenciones en ese tipo de comentarios. Pero se han normalizado tanto –los escuchamos a diario– que ni nos preguntamos si pueden llegar a tener un impacto negativo. Yo misma empecé a creer que si la Vicky no avanzaba al ritmo de los otros niños, la responsabilidad era mía. Con cada pregunta del tipo "¿por qué ella no hace lo mismo que los otros?", yo volvía más desesperanzada a mi casa. Y efectivamente, me empecé a sentir mala madre.

Además, crecí en una familia en el que las mamás cumplían con ese rol de súper poderosas. Estudiaron, fueron madres y sacaron adelante una carrera. Entonces, al dedicarme 100% a mi hija y tener que postergar mis labores artísticos, es como si yo hubiese retrocedido. Pero estoy convencida que no hace falta tener a una hija con capacidades diferentes para sentir este tipo de presiones. Es algo transversal que absolutamente toda madre siente.

Y es que ya nacimos con una desventaja por el solo hecho de ser mujeres. Pero además, si a eso le sumamos el imaginario predominante en el que las madres son santas, vírgenes y mártires, los niveles de frustración pueden ser muy altos. Por eso, es clave deconstruir esa imagen y entender que no hay un manual, simplemente se hace lo mejor que se puede. Esa es nuestra realidad.

Konstanza Bustos (38) es artista y madre.

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