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Norma Calvulaf: de arañas y de pájaros

En la Expo Osaka 2025, el pabellón de Chile se estructura en torno a un manto de 242 metros cuadrados tejido por 200 tejedoras mapuche, entre ellas las de la agrupación Witraltu Mapu. Las historias de estas mujeres muestran que, más que una técnica artesanal compleja y laboriosa, el textil mapuche es un lenguaje. Aquí una de ellas.

Fotos: Sergio Piña

Hablar del llalliñ la lleva a la infancia, a los tiempos en que su abuela Francisca la hacía agarrar las telarañas que con la luz del amanecer y cargadas de rocío parecían de plata entre medio de los árboles. “La abuela nos decía que las tomáramos y nos sobáramos las manos con ellas, que reventáramos las arañas, para sacarles su talento como tejedoras y quedarnos con ese don entre los dedos”, recuerda Norma Calvulaf Córdova, madre de tres hijos, dos hombres, de 25 y 23, y una mujer de 15 años.

–¿No te daba susto o nervios?

No, qué nervios, ni susto, ni nada. Yo era chiquitita. A los 7 años, ya sabía hilar, aunque sacaba un hilo grueso, tosco. En ese tiempo siempre andábamos en el campo con mis hermanos, cuidando los chanchos y sabíamos que cuando encontráramos un nido vacío de pájaros había que traerlo corriendo a la casa, donde mi mamá lo quemaba y con sus cenizas me pintaba las manos. Los pájaros también tienen talento tejedor, es cosa de ver cómo construyen sus nidos. Mi mamá hacía eso porque quería que yo fuera como ella, una buena tejedora.

Ciertamente, lo consiguió. “Ella ya no teje. Está con problemas a la vista, pero fue quien me enseñó. Ella y mi abuela”, afirma. Dice también que ella no inició a su hija en el llalliñ, porque “a ella sí que le daba susto y asco reventar las arañas”, se ríe. “A mis hijos yo les hablo siempre de lo distinta que les ha tocado la vida. A mis hermanos y a mí nunca nos vino a buscar un furgón para llevarnos a la escuela, como a ellos, que no caminan nada. Nosotros subíamos el cerro, resbalándonos. Mi hermano mayor me hacía correr, volar y, cuando sentíamos el sonido de la campana de la escuela, corríamos como desaforados. ¡Cuántas veces llegué con las rodillas sangrantes al colegio después de los costalazos y las carreras! Todo era mucho más sacrificado entonces”.

Norma y su familia –su marido, sus hijos, su nuera, sus nietos Catalina y Matías– viven en Padre Las Casas, a la sombra del cerro Conun Huenu, igual que su vecina y amiga Luisa Sandoval Parra. Ahora mismo se han puesto de acuerdo para ir a entregar formalmente las mantas con ñimin que escogieron tejer en Santiago para esta colección patrimonial. Es un acto sencillo, pero significativo, en la Intendencia Regional de La Araucanía; pero lo más importante es que se juntarán las diez tejedoras de Padre Las Casas y podrán conocer sus trabajos antes de mandarlos a Santiago, donde serán parte de una exposición. Parientas, amigas, colegas, artesanas expertas todas, no habrá evaluación más exigente de lo tejido que ésta.

Fotos: Sergio Piña

Norma se siente tranquila. Dice que ha llegado a un buen nivel de conocimiento. “Mi trabajo es bueno, siempre me lo han alabado. Yo tejo manta con ñimin. Están acostumbradas mis manos y mi cabeza a hacerlo. Me sale solo el diseño. Hay señoras que deben pagar para que les enseñen. Yo tengo todo clarito en mi mente”.

A propósito de estudios, cuenta que llegó solo hasta séptimo básico en la escuela. “Como soy la mayor de las mujeres entre nueve hermanos, tuve que dejar los estudios para ayudar en la casa. Como dije, aprendí primero a hilar y luego a tejer, con la guía de mi mamá, que hacía la manta con ñimin laboreada, como también la llaman. Entonces se pagaba muy mal, mucho peor que ahora. Ha cambiado mucho el trabajo de la artesana. Se ha facilitado. Ahora compramos la lana. Antes esquilábamos la oveja, sacábamos la lana, la lavábamos, la hilábamos y torcíamos, la teñíamos… Mi mamá incluso teñía la lana con hojas de maqui, de boldo, de todo tipo de productos naturales. Acá nos vinieron a enseñar cómo hacerlo, para recuperar ese saber”.

Norma se siente orgullosa de ser mapuche, por eso atesora su atuendo tradicional y sus joyas, aunque hoy no los lleva puestos. “Nosotros tenemos que tener esos elementos para participar del nguillatun. Yo no los uso todos los días, pero mi mamá sí, ella anda siempre con chamal. Yo hablo de corrido nuestra lengua y hasta canto en el nguillatun cuando se baila el choique purrum”.

–¿Y cantas cuando tejes?

Mi mami lo hacía al tejer, yo no. Solo lo hago en el nguillatun–dice, soltando una alegre carcajada que la define.

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  • Este testimonio es parte del libro Herederas de Llalliñ (2019) editado por Fundación Artesanías de Chile, que recopila 17 relatos de artesanas mapuche de las comunas de Chol Chol y Padre Las Casas en su camino por rescatar y reproducir antiguas piezas textiles resguardadas por el Museo Nacional de Historia Natural, que forman parte del lenguaje y la tradición de su pueblo. Por el valor de estas historias, estos testimonios son rescatados por Paula.cl, profundizando en la relación que ocho duwekafe sostienen con su witral (telar tradicional mapuche), cuya trayectoria las llevó a participar de “Makün: El Manto de Chile”: la gran obra textil que protagoniza el pabellón de Chile en la Exposición Universal Osaka 2025, que se desarrolla entre el 13 de abril y el 13 de octubre de 2025.

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