Reflexiones de una ex-histérica




Puede parecer íntimo, pero me sometí a una histerectomía (extracción del útero), procedimiento que antiguamente te quitaba la carga de ser una “histérica”.

Así es: el término “histérica”, derivado del latín “hystericus” (“del útero”), solía asociarse a mujeres que, supuestamente, se volvían locas debido a una disfunción uterina. La medicina consideraba que la histeria era causada por la incapacidad del útero para cumplir su función reproductiva, lo que llevaba a una serie de síntomas que iban desde la ansiedad y la depresión, hasta la irritabilidad y el comportamiento errático.

Por eso es que prácticas médicas extremas como la histerectomía se usaban como una forma de “curar” la enfermedad y controlar la supuesta locura de las mujeres.

Así, la extirpación de este órgano podría decir que me “exime” de esa carga. Pero al mismo tiempo me hace reflexionar no sólo sobre la asociación entre la histeria y la mujer, sino también sobre tantos otros temas que nos afectan como mujeres.

Uno de ellos, es que al atribuir comportamientos y problemas de salud mental exclusivamente a nuestra anatomía, se perpetúa la idea de que las mujeres somos inherentemente más emocionales, irracionales o propensas a la “locura”. Esta creencia no sólo es falsa, sino que también refuerza estereotipos y limita las oportunidades de las mujeres de ser tomadas en serio y tratadas con igualdad.

Así como también refuerza la idea de que aquellas mujeres que no podemos o no queremos ser madres, somos, por decir lo menos, “extrañas”. Como si ese fuese nuestro rol más importante en esta sociedad.

En mi caso, la decisión de sacarme el útero fue hace siete años. Nunca quise tener hijos y cada menstruación era un infierno. Para mi frustración, me encontré con doctores que rechazaron mi petición, argumentando que eventualmente, en el futuro, “podría querer ser madre”. Una actitud machista, paternalista, carente de empatía, y hasta humillante. De hecho, recién conseguí que me operaran a los 48 años.

Confieso que después de la operación, el dolor fue insoportable. Grité destempladamente y mis dientes rechinaban por toda la sala de recuperación haciendo eco de un frío que pensé podía matarme: todo esto mientras me suministraban más analgesia. Finalmente –y para suerte de los presentes– caí dormida. Pero a pesar de que el dolor postoperatorio fue intenso, recordar que desde mi adolescencia, cada menstruación era una tortura, me hizo ver que había tomado la decisión correcta.

De igual modo, estar ahí en esa camilla sola, sintiendo ese dolor, me hizo pensar en todo lo que tenemos que pasar las mujeres. En la violencia obstétrica: agresiones psicológicas, físicas o sexuales que sufrimos en el marco de la atención de salud. Pensé también en aquellas que se enfrentan al incumplimiento de la ley que regula la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales, ya sea porque –increíblemente– el 45,8% de los médicos obstetras del sector público se declaran objetores de conciencia para la causal de violación, o porque en cinco hospitales públicos del país no hay profesionales dispuestos a practicar abortos a mujeres violadas.

Pensé también en que hasta hace pocos años las isapres nos cobraban más, justamente, por tener útero, algo parecido al derecho a Sala Cuna, que se ha convertido en una carga para el empleador que contrata mujeres, como si los hijos fueran concebidos sólo por nosotras.

Después de un rato el efecto de los calmantes me alivió el dolor. Era real, ya no tenía útero. ¿Ya no sería más una histérica? Quizás los pacientes y el personal de salud que tuvieron que soportar la expresión de dolor (que hoy me alivia) dirían que lo sigo siendo. Yo estoy convencida de que no es así, y que mi salud mental no está determinada por la presencia o ausencia de este órgano, que mi fuerza, ¡nuestra fuerza!, radica en la condición de mujer y en nuestra capacidad de superar obstáculos y enfrentar desafíos, como lo hemos hecho desde hace más de cien años, con resultados excepcionales que debemos seguir profundizando.

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