Sentir culpa en la maternidad: una eterna sombra




“Mi carta de presentación cambió hace casi dos años y medio. Desde ese momento, mi título comenzó a ser: ‘soy mamá’. Y si bien es algo que me fascina, a la vez me agobia en muchos aspectos. Uno de ellos es el vivir con esa sombra constante que amenaza con hacer de tu vida un lugar inhóspito ante los ojos propios y los de la sociedad. Sí, me refiero a ella, al pepito grillo malvado que nace junto cuando te conviertes en madre: la culpa.

El camino de la maternidad no ha sido fácil, en especial porque soy separada desde que mi pequeña tenía tres meses de vida. Maternar sola es todo un desafío, independiente que haya un papá relativamente presente que pase plata todos los meses. Porque digamos las cosas como son: los hijos son de una y punto. No hay discusión que valga al respecto.

Soy la que cuida y alimenta. La que se preocupa de cocinarle, bañarla, contenerla, secarle las lágrimas, disfrutar de sus carcajadas y de sus pataletas. La que tiene infinitas noches sin dormir porque mi hija se enfermó o porque estaba hiperventilada y se transformó en una guagua poseída que no tenía cómo calmar, esa misma guagua que después miro y no puedo creer que haya salido de mi cuerpo. A todo esto hay que agregarle un factor extra que nadie te dice que va a nacer junto a tu guagua y se va a instalar en tu cabeza para siempre: la culpa. La fucking culpa. Esa que te quitará horas de sueños y te hará cuesionarte abstolutamente todo.

Una palabra tan corta, tan simple, que suena casi como inofensiva, pero con efectos macabros. Cuando eres madre, la culpa te carcome día a día, y siempre está ahí como una sombra que te observa, te mira, te analiza y te desafía. “Deberías haber jugado más con tus hijos”, “Llevan dos días comiendo tallarines con salsa de tomate”, “¿Rehacer tu vida??? ¡JÁ! ¡¿Qué es eso!?”, “No la llevaste al parque”, “No le cantaste la última canción que quería”, “No le lavaste tan bien los dientes”, “Aprovecha tu tiempo y en vez de salir o descansar, mejor lava la ropa o prepárales comidas sacadas de Pinterest”. Y así sin parar.

De solo escribirlo ya me cansé. Y esto no solo termina aquí, porque hay que sumarle otro factor maldito que es la sociedad, esa sociedad que nos hace competir por quién es mejor mamá bajo parámetros absurdos. ¡Basta! Nadie te enseña a ser mamá. No hay un manual.

Nos han llenado el mercado de libros diciéndonos cómo ser padres, cómo conocer y controlar las emociones de nuestros hijos, diferentes métodos de alimentación, formas de estimulación temprana y blah, blah, blah. ¿No trabajas y solo cuidas a tu guagua? Floja. ¿Trabajas todo el día y la dejas en una sala cuna? Madre ausente. Pero al padre que saca a sus hijos un par de horas a la semana a tomarse un helado o mudando una guagua les levantan un monumento.

Ser mamá primeriza no ha sido fácil, en absoluto. No tienes tiempo para ti. Hay que acostumbrarse a ir al baño acompañada de tu mini personita favorita y aprender a ducharte en tres segundos porque un segundo más puede ser causal de un desastre casero. Debemos ser siempre las primeras en levantarnos y las últimas en acostarnos. Y aún así, siempre va a estar el pepito grillo malévolo que te va a interrogar al final del día y te hará preguntarte si lo hiciste lo suficientemente bien o pudiste haberlo hecho mejor.

Aunque no dudaría en hacerlo de nuevo, la maternidad agota. Sí, agota. Es un camino solitario y duro, pero pasará, en algún momento pasará. O quizás te acostumbrarás, pero el ‘Mamá, te amo’ que recibes al final del día, vale más que cualquier reconocimiento”.

María Ignacia Labadía tiene 33 años y tiene un podcast llamado Maternar Sola: El Desahogo.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.