Cuando conté en mi trabajo que estaba embarazada sentí miedo y culpa

Cuando conté en mi trabajo que estaba embarazada sentí miedo y culpa

Valentina llevaba años posponiendo su maternidad por priorizar su carrera laboral. “Como siempre, creía que no era el mejor momento, pero ahora veo que ese momento en realidad no existe”, dice. Aquí cuenta su experiencia, una que se repite entre muchas mujeres.




“Desde que supe que estaba embarazada, mi mayor preocupación siempre fue cómo iba a contarlo en mi trabajo. Me preparé durante semanas, era un tema que me atormentaba. Llevaba menos de un año ahí, y tenía mucho miedo de cómo podían reaccionar mis jefes y mis pares.

He tenido una carrera profesional exitosa como publicista, pasando por cargos de gran responsabilidad, y llevo años posponiendo la maternidad porque siempre pensé que afectaría mi carrera laboral. Constantemente sentía que no era un buen momento para empezar a formar nuestra familia, ya sea porque me habían ascendido o porque recién me había cambiado de trabajo, o porque tenía un jefe que sabía que no lo entendería. Todas estas dudas siempre formaban parte de mí, hasta que me quedé embarazada y no me quedó otra que enfrentarlo.


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Todo el mes previo a contarlo estuve preparándome psicológicamente para distintos escenarios. Quería estar lista, que ninguna reacción me pillase de sorpresa. Ese caldo de cabeza me trajo mucho estrés, porque obviamente uno se pone en los peores escenarios posibles para, al momento de enfrentarlo, no salir tan afectada. Es un método de defensa.

Uno siempre escucha miles de historias de amigas y conocidas que han tenido que pasar por momentos desagradables cuando cuentan que serán mamás o que las llenan de responsabilidades para que puedan dejar todo listo antes de partir a su posnatal, por lo que tenía mucho miedo de cómo reaccionaría mi jefa. Pensé que podía encontrarme con frases como “me hubiese gustado que esperaras un poco más”, o “llevas menos de un año”, o un simple y frío “ok”, que trajera como consecuencia algún tipo de castigo implícito dentro de la empresa.

Cuando cumplí 12 semanas exactas, fui a conversarlo con ella. Estaba ansiosa y nerviosa. Abrí la puerta de su oficina a primera hora y le dije que teníamos que hablar. Luego, sin rodeos, le dije: “estoy esperando guagua”. Para mi total sorpresa, su reacción fue súper positiva y contenedora. Me felicitó, con abrazo y todo.

Ese era el único escenario en el que no me había puesto, así que después de todo el estrés, mi reacción fue llorar con muchas ganas. Ese llanto la sorprendió, por lo que empezó a decirme que estaba feliz con mi trabajo, que no había nada de que preocuparse, y que debía estar feliz porque tener un hijo era algo muy importante. Le expliqué, entre llantos, que lloraba porque tenía miedo de que pensara que no estaba comprometida con mi trabajo y creo que como mujer, ella entendió mi angustia. Me dijo de inmediato que tener un hijo no iba a afectar mi carrera laboral. Fue ahí cuando me di cuenta que, en realidad, esa era la base de mi angustia.

¿Tendré que posponer ese “éxito laboral”?

¿Qué sentí en el momento que conté? Era una mezcla entre miedo y culpa. Como siempre, creía que no era el mejor momento para quedar embarazada, pero ahora veo que ese momento en realidad no existe. Nunca iba a llegar. Creí que iba a ser juzgada por no esperar más tiempo, y obviamente, mi mayor preocupación es que mi carrera se estanque.

Hasta ahora siempre he priorizado mucho mi vida laboral, y eso me ha traído resultados positivos en el trabajo, pero también he visto a pares mías quedar en ‘otra categoría’ laboral cuando quedan esperando guagua. Y yo no quería estar en esa situación. Es contradictorio, porque todo esto también estaba acompañado de una cierta preocupación, porque yo sí quería ser mamá, y si lo seguía posponiendo me podía quedar sin la opción.

Me parece súper compleja la combinación de ser exitosa profesionalmente y ser una buena madre. Creo que se puede, pero siento que en realidad se retoma la carrera con la fuerza de antes una vez que los hijos crecen. No me cabe duda de que tener un hijo te cambia las prioridades y, si bien hemos avanzado como sociedad, la realidad inevitable es que la mujer sigue llevándose una carga mayor en lo que respecta al cuidado de los hijos.

Veo a mis amigas que corren para llegar a buscar a sus hijos al jardín o al colegio o que responden a llamadas urgentes porque pasó algo. Desgraciadamente, una vida laboral ‘exitosa’ muchas veces no permite esa flexibilidad. Te exige largas horas, disponibilidad 24/7, y que tu primera prioridad sea el trabajo, y la verdad es que no veo que el rol de madre que quiero para mí sea compatible con ese estilo de vida, por lo que creo que cada vez estoy más convencida de que tendré que posponer ese ‘éxito laboral’, entendido como lo entendemos hoy.

Eso es injusto. De hecho, es algo que hablo recurrentemente con mi marido desde que me quedé esperando guagua. Me llama mucho la atención el estrés que significó para mí laboralmente, y para él fue demasiado simple. Cuando le contó a su jefe, nunca le preocupó la reacción, era lógico que sería positiva, en cambio yo me atormenté durante un mes, y ambos seríamos igual de papás. Él comparte esa molestia, la entiende.

Una flexibilidad real

No sé en realidad cuál sería mi ecuación perfecta para continuar con mi vida laboral siendo mamá. Ahora, que aún no ha nacido, diría que el teletrabajo, pero la verdad es que mi trabajo es muy demandante y no sé si podría estar todo el día en reuniones y al mismo tiempo atendiendo una guagua.

Creo que la clave está en la flexibilidad, pero una real, donde no se juzgue cuando uno tiene que pedir algún permiso para cuidar a tu hijo/a. Al final, siempre he pensado que cuando un empleador te entrega esa confianza y flexibilidad, uno responde con el doble de compromiso.

También considero relevante que a los hombres se les de la misma flexibilidad, para que podamos apoyarnos mutuamente en el proceso de crianza, porque si a una mujer se le juzga por pedir permisos, en el caso de los hombres esa comprensión prácticamente no existe. Lo mismo con el posnatal, mi marido no tiene esa posibilidad, y eso es justamente algo que ayudaría mucho a emparejar la cancha laboralmente entre hombres y mujeres.

Todavía como país nos queda mucho por avanzar en la compatibilidad de la maternidad con el trabajo, desde que no sea un tema de preocupación para una mujer profesional quedar embarazada por miedo a perder su carrera profesional -o tener que posponerla-, hasta que no sea un miedo a estar ausente de la vida de su hijo/a por parte del papá porque en la pega no van a entender que sea su prioridad.

Hace rato que ese rol de padre exclusivamente proveedor pasó de moda en las nuevas generaciones, y le pasó mucho la cuenta a nuestros papás y abuelos, por lo que creo que es necesario que sea un tema que se hable dentro de las empresas y se predique con el ejemplo por parte de las jefaturas. No sirve de nada que los jefes te digan que te apoyan en el proceso, si cuando los ves, se quedan hasta las 10 de la noche en la oficina respondiendo correos con tres hijos esperando en la casa. O que si te vas temprano porque tuviste una emergencia en la casa o pides permiso para teletrabajar un día más, sea un ‘ok’ que después te pase la cuenta.

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