Cómo elegir la mejor mochila de trekking

Cómo elegir la mejor mochila de trekking.

Abundan los modelos y también las ofertas, pero no todas son capaces de soportar el peso y las condiciones climáticas. Dos experimentados montañistas explican cómo funcionan y enseñan a armarla correctamente.




Como ir de viaje con bolsas de supermercado en vez de maleta o como llevar la ropa del gimnasio en una caja de cartón: así de ridículo sería salir de trekking por un par de días sin una mochila adecuada.

La llevarás pegada a la espalda, cargándola con tus hombros por decenas de kilómetros, bajo el sol o quizá algo de lluvia, acarreando con ella las cosas que te mantendrán protegido —carpa, ropa, saco de dormir— y con vida —agua, comida— en tu paseo por la naturaleza. Una mala mochila, lo mismo una que no está preparada para una exigencia como esa, se parecerá más a una herramienta de tortura que a un práctico utensilio para salir de la ciudad.

El problema es que por fuera —sobre todo si se vitrinea por internet— muchas mochilas se ven aptas, capaces de resistir las exigencias de un viaje a la intemperie, siendo que por dentro no están hechas de los materiales idóneos ni con la manufactura apropiada. Para distinguir una mochila buena de una sospechosa, y para elegir la más apropiada a cada necesidad, dos experimentados montañistas, especializados en el testeo de equipo para trekking y andinismo, nos iluminan con sus linternas de sabiduría outdoor.

Talla

Al igual que una polera o unos zapatos, las mochilas tienen talla. “Es lo más importante”, dice Fernando González, instructor de escalada, montañista y asesor técnico de la tienda especializada Tatoo. “Si no te cierra bien, puede afectar mucho tu experiencia, transformándola en una muy mala”.

Cada marca tiene su tabla de tallas —casi siempre dividida en S, M, L o XL—, pero para conocer con certeza cuál es la de uno, hay que hacer una medición de la longitud del torso. Esto se hace por la espalda y consiste en ubicar la vértebra C7 —el hueso que sobresale en el cuello al mirar hacia abajo— y la cresta ilíaca —la parte superior del hueso de la cadera. Con la ayuda de otra persona y una huincha, se mide la distancia entre un punto y otro, y esa cifra servirá para saber la talla.

Por lo general, aunque siempre de forma aproximada, la talla S de hombres va entre los 40 y los 46 cm de torso; la M entre los 46 y los 53 cm; la L entre los 53 y 58 cm; y la XL de 58 cm en adelante. En las mujeres, la XS va entre los 33 y los 40 cm; la S entre los 40 y los 46 cm; la M entre los 46 y los 51 cm; y la L de los 51 cm en adelante.

“Saber eso es esencial”, agrega González. “Si la mochila te queda grande o chica el peso no se distribuirá bien, lo que producirá incomodidades permanentes e incluso lesiones”.

Litros

La principal información que traen las mochilas, incluso las que se usan para ir al colegio, es su litraje. O sea, el volumen que es capaz de llevar dentro. Una clásica mochila Jansport, por ejemplo, tiene 26 litros de capacidad. Las de trekking suelen ir desde los 35 litros en adelante, mientras que las de alta montaña pueden superar los 80 litros.

“El litraje, por lo tanto, va a depender de la actividad para la que uses la mochila”, dice Diego Vergara, diseñador industrial, destacado montañista y colaborador en Andeshandbook. “No es lo mismo una caminata por el día que un trekking de un fin de semana ni que un ascenso a montaña que dura 5 jornadas”.

Cada actividad requiere de implementos distintos y una carga diferente, lo que incidirá en el tipo de mochila y su capacidad. Pero si estamos hablando de un trekking sin exigencias técnicas —es decir, que no requiera de escalada ni accesorios para la nieve—, pero que incluye un par de noches de alojada, “entonces la capacidad mínima debería ser de 50 litros”, recomienda Vergara.

En eso coincide Fernando González. “Yo soy de la idea de que cuanto más grande es la mochila, más cosas llevarás, así que una de 50 o 60 litros para un par de días es más que suficiente”. En esos 50.000 ml deberían caber un saco de dormir, una carpa, comida, cocinilla, agua, una colchoneta o aislante y ropa de abrigo.

“Ojo que los litros miden la capacidad del contenedor fijo, que es el compartimento principal”, agrega Vergara. “A eso también hay que sumarle el volumen que puede cargar el fuelle, que es la parte superior de la mochila, cubierta por la cumbrera”. Muchas veces, el fuelle puede agregar unos 10 o 15 litros de capacidad.

Arnés

El arnés es toda la parte de la mochila que se aferra al cuerpo y es el que cambia de tamaño según la talla. Este se divide en tres secciones: espaldar o espaldera, riñonera o cinturón lumbar —que se cierra alrededor de la cintura— y las correas de los hombros u hombreras.

Revisar la calidad y características de cada una de estas zonas es fundamental para hacerse de una mochila funcional y duradera. “Es una inversión no menor, pero en la montaña puede salirte más caro por ahorrarte un poco de plata”, advierte Diego Vergara. “Si compras bien, será un equipo que durará mucho tiempo. Yo mi mochila no la he cambiado nunca”.

El arnés siempre será importante pero en nuestra geografía e infraestructura, según Vergara, se hace todavía más esencial. “En otros países con más cultura de montaña, los caminos te dejan más cerca del ascenso. Aquí, en cambio, las aproximaciones son súper largas y la caminata previa a la ascensión es más larga”, dice. Por eso un arnés cómodo, ventilado y resistente es fundamental.

Para no dañarse las caderas con el roce, el cinturón lumbar o riñonera debe ser bien acolchado. “El 70 u 80% del peso se carga ahí”, explica el colaborador de Andeshandbook. Que sea fácil de ajustar, para que pueda ir más o menos apretado según la ropa que se lleva puesta, que tenga un broche central grande —”para que dure más tiempo y se pueda manipular con guantes”— y bolsillos externos en los cuales guardar cosas de uso permanente, como protector labial, lentes, filtro solar o el teléfono.

En el espaldar o espaldera hay que privilegiar las telas “respirables”, que permitan que el sudor se evapore y que la espalda se mantenga ventilada. “En este caso, que sea cómoda no significa que sea blanda”, apunta Vergara. “Debe ser robusta, ya que así mantendrá la forma por más tiempo”.

Las buenas espalderas, dice González, están hechas con estructuras rígidas, unas varillas firmes —aunque flexibles— que luego se cubren con plástico termoformado y espuma, la que genera un diseño cómodo pero irregular que permite “que no todo el material esté en contacto con la espalda y que el aire circule a través de ella”.

Las hombreras, por último, deben ser bien acolchadas “pero tampoco muy blandas, ojalá robustas y que tengan dos sistemas de regulación: uno en la parte baja y otra en la parte superior”, explica Vergara. “Esas correas permiten tirar el peso de la mochila para adelante, para balanceándolo hacia la espalda”.

En las hombreras es donde también se suelen diferenciar las mochilas para hombres con las de mujeres. En las primeras estás son más rectas, mientras que en las segundas tienen una ligera curvatura que se adapta mejor al volumen del pecho. Además, la pechera o correa del pecho —que une ambas hombreras— en las mujeres está un poco más alta que en los hombres.

Materiales y bolsillos

Todas las buenas mochilas están hechas de nailon, un material sintético muy resistente y versátil. La diferencia entre ellas está en la tecnología aplicada al nailon y el grosor de su hilado. Diego Vergara recomienda elegir siempre mochilas de “nailon ripstop —tejido antidesgarros— con gramaje bien compacto. La parte más relevante es la base, que es donde más se desgasta la mochila, ya que está en más contacto con el suelo”. Hay que fijarse en que esa zona sea reforzada.

González explica que el grosor de las telas de nailon se mide en una unidad llamada deniers —que se abrevia muchas veces en DEN o simplemente en D—: entre más alto es este número, más denso es el material de la mochila. Eso la hace más resistente pero también más pesada.

“Igual las mochilas tienen telas mixtas”, dice: “abajo o adelante tienen un DEN más grueso —entre 400 y 600— y en las otras zonas es más delgado —entre 100 y 210″.

Respecto a los bolsillos, aquí ambos están de acuerdo: menos es más. No hay que encandilarse ante mochilas que ofrezcan decenas de compartimentos y cierres, ya que la mayoría de ellos no serán necesarios. Al contrario: tener más cierres y costuras solo entrega más posibilidades de que algo falle.

“El mejor diseño es siempre el más minimalista”, dice Vergara, que como diseñador industrial sabe de lo que habla. “La idea es que afuera solo tenga correas, donde quizá puedas llevar algunas cosas de volumen como la colchoneta o la carpa, pero no bolsillos ni cierres. Así solo tiendes al desorden y al desbalance”.

“Entre menos cosas se puedan echar a perder, mejor”, apunta el asesor técnico de Tatoo. “Pero en una mochila de trekking igual debe haber un equilibrio”. Su consejo es que tenga al menos alguna extensión de malla, donde pueda colocarse una botella con agua, o un bolsillo lateral para dejar cosas de acceso rápido, como calcetines, gorro o guantes”.

Cómo armarla

Empacar bien una mochila no es difícil pero es crucial: si lo hacemos de manera desbalanceada, sin distribuir bien el peso, entonces los maravillosos materiales del arnés o la resistencia de la tela servirán de poco para producir un viaje cómodo.

Antes de armarla, conviene planificar bien el itinerario y revisar el clima, para asegurarse de no llevar cosas de más ni de menos. Diego Vergara aconseja juntar todo lo que se piensa llevar y dejarlo a la vista, con tal de que nada que fuera una vez que esté todo dentro de la mochila.

“La cantidad de cosas a llevar puede ser enorme”, dice. “La colchoneta, el saco, la carpa, la cocinilla, la comida y el abrigo, como mínimo”. Él sugiere dividir los objetos en dos categorías: peso/volumen y uso. Al fondo de la mochila —es decir, lo que hay que guardar primero— debe ir lo que tenga más volumen y utilicemos menos. Por ejemplo, el saco de dormir.

Así debería estar distribuido el peso en una mochila de trekking.

“Vas a caminar todo el día y llegarás recién de noche a montar el campamento: no vas a necesitar las cosas para dormir”, explica Vergara. “Por eso, el saco es lo primero que hay que echar en la mochila, ya que además le dará estructura, la dejará de pie”. Luego, hacia la espalda, deben ir las cosas pesadas que no ocuparás de inmediato, como la carpa, el agua, la comida y los utensilios de cocina, cerca del centro de gravedad.

“Si pones las cosas pesadas arriba o hacia afuera y no en la espalda, te puede hacer perder el equilibrio y provocar una caída”, explica Fernando González.

Después de lo voluminoso y lo pesado, viene lo más liviano, como la ropa de abrigo y otros bultos ligeros. Arriba, en la zona de la cumbrera, deben estar las cosas de acceso rápido, como el botiquín, la linterna, la brújula, mapas y las raciones de marcha, que es como se le llama a los snacks que se comen en el camino.

“Si la colchoneta es inflable, entonces sí o sí debe ir dentro de la mochila”, aconseja Vergara. “Para que no se pinchen, además que desinfladas son súper compactas”. Si son de espuma, entonces se enrolla y se amarra por fuera.

El objetivo, dicen ambos, es tener la menor cantidad de cosas colgando y balanceándose. Esa idea del mochilero con ollas y sartenes amarrados es una caricatura que no hay que encarnar.

Modelos sugeridos

Una buena mochila de entrada, según Fernando González, es el modelo Kestrel de la prestigiosa marca Osprey. “Es sobresaliente”, dice. Tiene 48 litros, un sistema de ventilación para la espalda, bolsillos en el cinturón lumbar, un cobertor de lluvia, extensiones laterales de malla para botellas y una tela reforzada de 420D.

“Es una mochila atómica, que tiene de todo y que no vuelve por garantía”, agrega, a propósito de su experiencia en ventas. Incluso tiene un compartimento para bolsas de hidratación.

Mochila Osprey Kestrel 48


El modelo femenino de esta misma mochila es la Osprey Viva, de 50 litros, cuyas hombreras están diseñadas especialmente para mujeres. También cuenta con cinturón lumbar ajustable y con bolsillos, un compartimento separado para el saco en la parte inferior, además uno para bolsas de hidratación, mallas laterales para botellas o implementos de acceso rápido y una espaldera ajustable para distintas tallas de torso. Por ahora, lamentablemente, se encuentra fuera de stock.

Mochila Osprey Viva 50


Vergara se inclina por un modelo de Lowe Alpine, el Airzone Trek, “que es una de las marcas con más prestigio del mundo. Su sistema de arnés es muy confortable y las telas y su diseño son muy duraderos. No son tan minimalistas, pero cumplen muy bien”. Incluye protector para la lluvia, bolsillos en el cinturón lumbar, fijaciones externas para bastones de trekking, tela transpirable en la espalda, los hombros y la riñonera, además de un compartimento interior para dividir el saco del resto del equipaje.

Mochila Lowe Alpine Airzone Trek 45+10


Si se busca algo más minimalista, el instructor propone la marca norteamericana Black Diamond, “enfocada en escalada y con un diseño alpino donde menos es más”. El modelo Speed de 40 litros es ultraligero —pesa poco más de un kilo— y tiene una cumbrera removible, correas externas para llevar objetos de volumen y un compartimento para el agua.

Mochila Black Diamond Speed 40


*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 27 de noviembre de 2023. Los valores y disponibilidad pueden cambiar.

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