Ana María López: "Me hicieron un exorcismo cuando tenía 15 años"

Ana Maria Lopez
Foto: Roberto Candia

"El dato del cura que hacía exorcismos lo dio una siquiatra muy creyente. Hace poco, mi mamá me dijo que me llevó a eso porque cuando yo me enojaba le daba miedo. Dice que en mis ojos veía a otra persona".


Fui adoptada. A mis cuatro meses de vida, una familia española-suiza me sacó de Conin. En mi niñez lo pasé muy bien y tuve unos padres que me querían mucho. Mi papá, que murió hace dos años, me amaba. Era súper regalona. Siempre hacían excepciones conmigo, porque se daban cuenta de que era muy distinta al resto de la familia. Siempre me porté mal. Era de pataletas y de muy chica tuve una personalidad fuerte. Hacía lo que quería y les contestaba a mis viejos, algo que mis cinco hermanos nunca hicieron. Mi mamá me cuenta que en vez de encerrarme en mi pieza para que se me pasara la rabia, era ella la que se encerraba. Le pegaba, le decía que no me mandaba porque no era mi mamá, le gritaba que la odiaba.

Cuando crecí, entré a un colegio ABC1 de San Carlos de Apoquindo. Nunca me sentí a gusto. Era un lugar elitista y católico. Me cargaba. En séptimo básico repetí y me dijeron que me darían una segunda oportunidad, pero yo quería irme. Por eso hice que me echaran. ¿Cómo? No haciendo nada, estuve un año sin pescar un cuaderno. Gracias a Dios me echaron y llegue al Pablo de Tarso, en Vitacura, gran colegio para gente echada de otros colegios. Ahí seguí sin hacer nada, pero lo pasé increíble. Me portaba entre regular y mal, aunque sin ser irrespetuosa. Cambiaba las notas del libro de clases, hacía la cimarra, tenía una plantita de marihuana en el patio.

Mi gran problema era el mal carácter. Mis papás tenían esta cosa de decir no porque no, lo que no va conmigo. Los fines de semana me escapaba a carretear. Les decía que me iba a dormir y como vivía en una casa grande en Lo Curro, iba con mi mochilita, me cambiaba en el lavadero y salía por detrás. Afuera me esperaba un taxi que me llevaba a la discotheque. Me pillaron porque el taxista, más tonto, tocó el timbre. A la vuelta, a las seis de la mañana, mi papá me estaba esperando. Me sacó la cresta. No me acuerdo de nada, porque yo bloqueo las cosas. Ahí me castigaron por seis meses: tenía que ir de la casa al colegio y viceversa. Esa era la instrucción que tenía el chófer.

Siempre tuve súper asumido el ser adoptada. Mis papás tenían un libro con dibujos de una niña que iba a buscar a su hermana a un orfanato. Por eso, lo supe desde que tengo memoria. Pero mi mamá siempre tuvo un rollo, decía: "Es que es adoptada, por eso se porta así". Como a los 12 años, mi mamá me empezó a llevar a una siquiatra, porque creía que tenía depresión. Me daban Prozac, pero no me tomaba sus pastillas. Lo mío era simplemente inmadurez y rabia con la vida porque me habían abandonado.

Esta siquiatra era super creyente y un día le dio a mi mamá el dato de un cura que hacía exorcismos. Era 1999, yo tenía 15 años. A mis papás, muy católicos, no les sonó extraña la idea. Hace poco mi mamá me dijo que me llevó porque cuando me enojaba le daba miedo. Dice que en mis ojos veía a otra persona. Entonces, llegamos a una casa de retiro de los jesuitas. Ella se quedó afuera y yo entré a una pieza donde había un sacerdote viejo y alto. No sé qué me pasó, pero no me acuerdo de nada más. Sólo recuerdo una Biblia y que cuando salí de la pieza mi mamá le preguntó al cura cómo estaba yo; y él le respondió: "Tranquila, no era tan terrible". Ahora, cuando conversamos del tema, me dice: "¿Viste? Si igual tenías algo".

Cuando lo pienso, me pregunto si después del exorcismo cambió algo en mí. Y la respuesta es no. Sólo hizo mi vida más entretenida. Cuando se lo cuento a mis tres hijos, se mueren de la risa. Con mi mamá lo hemos conversado un par de veces y ella me explica que lo hizo porque estaba desesperada, porque le daba miedo que pasara algo más grave y porque la dejó tranquila hacer lo que creía correcto. Si lo miro así, la entiendo, lo acepto y se lo agradezco. Yo, como mamá, haría también lo que sea.

Después me echaron del Pablo de Tarso, porque repetí de nuevo. Quedé tres cursos atrasada. Me fui al Instituto Tabancura, que es dos por uno. Ahí conocí a mi marido, quedé embarazada en tercero medio, a los 18 años, y tuve a Damián, mi primer hijo. Él nació prematuro: pesaba un kilo y me cabía en la palma de la mano. Cuando Damián tenía 11 meses, quedé embarazada de Lucas. Antes de los 20 años, tenía dos hijos y mi papá me dijo que me tenía que casar. Eso me hizo madurar.

Hoy soy una persona feliz. Participo en la iglesia de Los Dominicos, en Las Condes. Hago el vía crucis y todo. No le tengo miedo a los demonios, creo que la mejor forma de protegerme de eso es rezando. Creo en Dios todopoderoso, pero no en los curas. Voy a la iglesia, pero no me confieso. Entiendo lo que hizo mi mamá porque respeto sus creencias, pero si me pasara algo así con mis hijos, no los llevaría donde un cura, sino donde estos gallos que ven espíritus. Prefiero irme por ese lado.

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