Apaga ese hit de los 90

Un puñado de éxitos solitarios programados hasta la saciedad, acompañados de videos que daban ganas de agarrar a tiros la pantalla, se convirtieron en basura inolvidable.


Con apenas cuatro años, Jordy Lemoine grabó este hit eurodance que durante meses se escuchaba hasta por si acaso, donde el rubicundo niño relataba las pellejerías de ser un infante. Crecidito, Jordy descubrió que sus padres lo habían explotado -grabó tres discos entre 1992 y 1995-, y que no quedaba nada del dinero obtenido a costa suya.

Con los años tomó una decisión terrible.

Se hizo punk.

La líder de 4 Non Blondes, Linda Perry, se ha ganado justa reputación como compositora y productora de estrellas como Pink, Christina Aguilera, Gwen Stefani y Adele. Pero a comienzos de los 90 saltó a la fama por este single donde era difícil decidir qué era peor, si la canción en sí -una letanía donde cantaba como Patricia Maldonado-, o las muecas de loquilla abundantes en el video.

Tal vez la canción no era tan mala pero el video era definitivamente insoportable y, en particular, el vocalista Chris Barron, una especie de hippie-buena-onda súper abrigado y alérgico a la ducha, que escribió el tema inspirado en su afición por El Señor de los Anillos.

Un hit para levantar los brazos al cielo y clamar por qué tamaño castigo. Los del Río, unos caballeros onda tu tío acartonado con un par de tragos de más en el carrete familiar, habían grabado este single en 1993 con gran éxito en España y, lamentablemente, también en Chile.

Un par de años después BMG lanzó una reversión del tema para ser programada en cruceros y discotecas, hasta que en 1996, el infierno. La Macarena, como fue conocida popularmente, se convirtió en un éxito planetario, y no hubo fiesta donde la gente no hiciera la coreografía.

El estribillo más desconcertante en los anales del pop rock encaja perfecto con una letra extrañísima inspirada en accidentes automovilísticos y eventos de la II Guerra Mundial, con personajes que producto de un shock de terror encanecen su cabello de golpe. Otro relato de los tres que integran este curioso hit, describe a los pentecostales que en sus ritos hablan en lenguas.

Todo este entramado remata en un coro que, curiosamente, parece adecuado. Mmm Mmm Mmm Mmm.

Es el tipo de canción con la que te dejan esperando en un loop demencial, mientras llamas a la compañía de telefonía móvil. Su autor, Gregg Alexander, es la clase de compositor y frontman paradigmático de los 90, que decía odiar la fama mientras su video era programado las 24 horas del día. La canción, entre otros alcances, es una perorata anticorporativista que disfrutó del gentil auspicio de MTV.

Alexander puso fin a New Radicals en el peak de la fama, pero siguió componiendo precisamente para el tipo de artistas mainstream que supuestamente detestaba, incluyendo Enrique Iglesias.

Super consecuente, Gregg.

No es fácil elegir la peor canción de los rosarinos, una máquina de éxitos basura en los locos 90, desde el primer hit La Pachanga y otras canciones para el olvido como Auto rojo, cortesía de la desafinada voz de Mario “Pájaro” Gómez.

En una demostración de sabiduría popular en medio de un show en la ciudad jardín a mediados de aquella década, miles de veraneantes replicaron un sonoro “¡¡¡no!!!” cuando el cantante preguntó si merecían tocar en el festival de Viña.

Otro caso insufrible de cantante noventero mortificado por forrarse. Adam Duritz, la voz de Counting Crows, declaró cuantas veces pudo durante sus cinco minutos de fama, que odiaba interpretar este hit quejumbroso inspirado en razones pedestres. A Duritz no se le daba fácil conquistar chicas, así que fantaseó sobre ser tan famoso que sería mero trámite seducir. Tras conseguirlo con este tema, tampoco le gustó.

Cuando Friends todavía tenía buenos guiones -antes de los episodios en Londres que provocaron un cisma en los personajes, para quedar convertidos en caricaturas, en especial Joey-, hubo un capítulo donde los amigos se peleaban entre los que ganaban más y los que andaban justos. Los acomodados iban a un concierto de Hootie & the Blowfish, y Mónica intercambiaba más que besos con uno de los músicos de la banda más ñoña de los 90, alineación interracial donde todo el mundo daba por descontado que Hootie era el afroamericano que cantaba este aburrido single en homenaje a Bob Dylan.

Al ganador del Nobel de literatura no le causó gracia alguna el tributo que citaba varias de sus canciones. Demandó al grupo.

Esta canción cuya columna está sampleada de un hit instrumental del rey del mambo Dámaso Pérez Prado, en rigor nunca fue un mambo en la versión de este alemán del que nunca más se supo, sino que tiene el ritmo de un rock & roll, como bien observó alguna vez el gran Pablo Aguilera.

Nada más que agregar.

“De lo que habla esa canción”, explicó el baterista Zac Hanson, “es de que tienes que aferrarte a las cosas que realmente importan”.

“MMMBop representa un marco temporal o la futilidad de la vida”, continuó reflexivo. “Las cosas van a desaparecer, ya sea tu edad y tu juventud, o tal vez el dinero que tienes, y lo único que va a quedar son las personas que has cultivado y que realmente has construido para que sean tu columna vertebral y tu sistema de apoyo”.

Muy profundo Zac, pero igual el tema es insoportable.

Tal vez -si, tal vez-, este es el mayor himno grunge de todos los tiempos. A fin de cuentas, es una oda al cinismo, la mala onda, y una actitud completamente negativa ante la existencia.

O, quizás, un himno para los taimados.

Veamos.

“Yo, odio la lluvia y el tiempo soleado,

Y yo, odio la playa y las montañas también

(Y) no me gusta nada la ciudad, no, no

Y yo, yo, yo, ¡odio el campo también!

¡Y yo, odio todo de ti!

Todo sobre ti”

Una niña vestida de abejita y unos malditos hippies canturreando en la pradera. Todo lo que podía salir mal, resultó.

Este es un doblete para apuntar a esas bandas que trataron de subirse con absoluta impunidad al carro de Nirvana, copiando con descaro a la banda de Seattle.

Gavin Rosedale de Bush era una especie de Beto Cuevas grunge preocupado de lucir lo más mino posible. Collective Soul irrumpió con Shine y sus pausas que mezclaban los quiebres de Kurt Cobain en Smell like teen spirit, con el balido de Eddie Vedder.

Eran unos veteranos ingleses que nunca le habían dado el palo al gato desde su formación en 1982, como un colectivo musical punk con adelantadas reivindicaciones de género y simpatías anarco comunistas, hasta que lograron fama mundial con este single de letra simplista, repasando aficiones típicas británicas como beber como corsario.

“No es nuestra canción más política ni la mejor”, aclaró por las dudas el vocalista Dunstan Bruce.

Hacia fines de los 90 el rock se caía a pedazos para nunca recomponerse. Uno de los arquitectos de la debacle fue Kid Rock con este single, cuya intro es digna de un bebé que ensaya sus primeras palabras.

“Said the boogie-said up drop the boogie

Bawitdaba-da bang-da-bang-diggy-diggy-diggy” (x4)

“Supongo que la canción trata de encontrar lo bueno en todas las personas: drogadictos, putas, cualquiera”, explicó el ex de Pamela Anderson. “En lugar de despreciar a esa gente, ¿por qué no intentar encontrar algo bueno en ellos?” “Aunque si alguien me roba el coche para comprar crack”, agregó, “mato al hijo de puta”.

La única parte rescatable de este bodrio es el sample al instrumental Pretty little ditty de Red Hot Chili Peppers, contenido en Mother ‘s Milk (1989).

El resto, particularmente el video, es para meter los dedos al enchufe.

Aquí todo iba bien hasta llegar al estribillo que decía con la insistencia de un robot con poca pila:

“La da dee la dee da

La da dee la dee da

La da dee la dee da

La da dee la dee da

La da dee la dee da

La da dee la dee da”

Acá un fallo milimétrico con otro éxito del argentino Christian Puga y su banda Los Ladrones Sueltos, la inolvidable La Rubia del avión. Puga era un contador de historias propias y ajenas engalanadas del más simple pop rock, un tanto desfasado a comienzos de los 90.

Pero que levante la mano el que no saltó y coreó desaforado:

“¡¡¡Era muda, era muda

la mina era muda!!!”

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