2 nuevas cocinas de barrio
<P>Ambos son nuevos, pequeños, acogedores y atendidos por sus propios dueños. Dos lugares, uno en Vitacura y el otro en Yungay, defienden la cálida unión entre comida y buena vecindad. </P>
La Cocinería: sabor de hogar
La joven banquetera Marta Fernández instaló su primer restaurant -o almacén bistró, como le gusta llamarlo- en una antigua casa de Vitacura, la misma que fuera años atrás el hogar de su abuela. El dato no es casual; su propuesta apela a la calidez hogareña, tanto por su acogedora estética, sencilla y elegante, como por la comida. Lo que manda es la cocina casera, preparaciones hechas con tiempo y cariño, características más bien esquivas a la hora de pensar en los almuerzos de la vida moderna.
Hamburguesas caseras, humitas, panqueques, sándwiches de mechada, mote con huesillo, son algunos de los ítems de su carta que, junto a desayunos y onces, invitan a sentarse, compartir y recuperar la vida de barrio. Todos los días hay también un menú de $ 4.200 que varía según las temperaturas y los ánimos. Así, preparaciones como carbonada, charquicán o fricasé, están cautivando a cada vez más vecinos del sector, en almuerzos que siempre se inician con pan fresco, pebre o paté casero.
"La idea es que el sello sea cocina chilena. Y eso no significa que tenga que ser todo con quínoa o merquén, sino que es la comida que comíamos en nuestras casas, donde había influencia de otras gastronomías que terminamos haciéndolas propias", cuenta la chef, quien se asoció con su cuñada para esta aventura.
La Cocinería es también un almacén. Varios tipos de lasaña, pastel de choclo, postres como tarta de plátano, son algunas de las preparaciones para llevar, ideales para una comida de fin de semana familiar, ya que vienen en porciones pensadas para 10 personas. Hay que pedirlas con un día de anticipación.
Verde que te Quiero Verde: sorpresas cada día
Instalado en el Barrio Yungay, este es un singularísimo y encantador restaurante de almuerzos que, con pocos meses de vida, se ha acoplado perfectamente al ritmo de vida casi provinciano de estas calles. Tiene varias gracias: una cocina absolutamente a la vista, precios muy económicos, y -lo más peculiar- una carta que cambia todos los días. Como no existe en papel, una muralla pizarrón anuncia qué es lo que hay para cada visita. Casi siempre, una entrada, tres platos de fondos y un par de postres. Todo se vende por separado, los platos no sobrepasan los $ 2.500 y los jugos naturales cuestan apenas $ 500, lo mismo que el café.
Un día puede haber lasaña de zapallo y risotto de mote; otro, tortilla de papas y estofado de lentejas. Preparaciones frescas y sencillas, aunque siempre con un pequeño toque gourmet que las vuelve más entretenidas y originales. Eso, porque la idea es no repetirse, incluso si el nombre de pila del plato sea el mismo. "Es cocina internacional, experimental y vegetariana", aclara Camilo Araya, dueño del lugar junto a su pareja, la alemana Katharina Westner (ambos cocinan y atienden). "Hay gente que después de varias visitas se da cuenta que es vegetariano, porque están acostumbrados a lugares así que sólo ofrecen ensaladas", agrega.
Otro detalle a tener en cuenta: la mayoría de las mesas son compartidas. "Muchos se intimidan al principio, pero después se relajan", cuenta Araya.
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