200 años de arte en Chile: los cronistas del pincel

<P>Fueron maestros en el uso de la luz y el color. Con motivo del Bicentenario, un libro del crítico Ricardo Bindis repasa los pintores que registraron los paisajes y estados de ánimo desde los albores del Chile republicano. El texto muestra obras, conservadas en colecciones privadas, de invaluable valor histórico que permiten reconstruir el pasado.</P>




Santiago hace 175 años apenas contaba con 30 mil habitantes que vivían en aparente tranquilidad dentro de un ordenado trazado de calles. Esta república en ciernes fue retratada por apasionados pintores europeos, viajeros por antonomasia que no dejaron de sorprenderse con los paisajes que fueron descubriendo. El alemán Juan Mauricio Rugendas (1802-1858), autor de El huaso y la lavandera, residió casi 10 años en Chile retenido por la belleza de una talquina, Carmen Arriagada, y en sus cuadros dejó testimonio de escenas del siglo XIX.

"Las vistas panorámicas de Santiago lo encandilaron", dice Ricardo Bindis, crítico de arte y autor del libro Pintura chilena. Doscientos años, el más completo texto sobre el tema que hoy se reedita con motivo del Bicentenario. "En su cuadro Vista de Santiago se pueden identificar las iglesias de San Francisco, Compañía, Merced, Santo Domingo y el puente de Cal y Canto. La tela revela una escena cotidiana, donde hombres y mujeres viven un instante de esparcimiento".

A juicio de Bindis, Rugendas era romántico por vocación. Tenía 20 años cuando viajó al nuevo continente. El 8 de septiembre de 1821 firmó contrato para ilustrar una expedición y realizar un atlas sobre Brasil. En el primer viaje no se cumplió el contrato. Rugendas renunció y se lanzó a una aventura personal, vendiendo retratos y paisajes. Realizó una expedición al Mato Grosso, Minas Gerais y Bahía. Tras penurias en la selva virgen, regresó a Europa y permaneció en París, donde entabló amistad con el explorador Alexander von Humboldt. Vivió en el Barrio Latino, frecuentó a Delacroix, mientras atravesaba estrecheces económicas y sentía melancolía por América. "Humboldt le dijo que se cuidara de Chile, porque el clima era parecido a Europa y corría el riesgo de quedarse ahí para siempre", señala Bindis.

Tras viajar por Italia se embarcó a México en 1830. Por tres años recorrió el país. Al abanderizarse contra el Presidente Bustamante, fue condenado a la expulsión. Permaneció dos meses en la cárcel y se embarcó en Acapulco con destino a Chile.

En la larga travesía dibujó las islas de Juan Fernández y el 1 de julio de 1834 arribó a Valparaíso. Impresionado con la vista, inmediatamente la captó con su lápiz. En Chile pintó los cuadros Llegada del Presidente Prieto a la Pampilla (que vendió para ayudar a víctimas del terremoto de Chillán de 1835), El malón, La batalla de Maipú, La caza del cóndor y Huasos maulinos. Al momento de pintar Vista de Santiago, vivía un amorío con Carmen Arriagada, dama aristocrática casada con un militar alemán. Ella lo nombra "mi moro", abreviatura de Mauro, que a menudo utiliza en encendidas cartas de las que sólo se conservan las respuestas de Arriagada, ya que las enviadas por el pintor fueron quemadas por su destinataria. "Algo indispensable me falta cuando no estoy contigo, mi dulce bien", le respondía la dama talquina en 1835.

Su segunda pasión fue Clarita Alvarez Condarco, de 18 años y su alumna de pintura en Valparaíso, cuya familia también rechazó al pintor por su diferencia de edad y condición económica. Desilusionado, tras 10 años abandonó el país rumbo a Lima. Regresó sólo para despedirse de Arriagada, en 1845, y ese mismo año, por la ruta del Cabo de Hornos, retornó a Alemania, donde vivió con modestia. En 1853, la correspondencia con Arriagada cesó. Rugendas murió el 29 de mayo de 1858 y su cuerpo fue enterrado en Walheim, Alemania, en una tumba hoy desaparecida.

Exploradores románticos

Otro viajero y observador apasionado de la naturaleza criolla rescatado en Pintura chilena. Doscientos años es el napolitano Alejandro Ciccarelli, creador en 1849 de la Academia de Bellas Artes, que sentó las bases de la enseñanza del arte en Chile. Formado como pintor neoclásico en Italia, viajó a América como retratista de la corte del Emperador de Brasil, donde pasó a reformar la ya creada Academia de Río de Janeiro. Atendiendo la invitación del Presidente Manuel Bulnes, el artista llegó a Chile embarcado en la fragata Gorgona, llevando consigo copias de esculturas clásicas, que consideraba indispensables para la enseñanza. Ciccarelli sentía auténtica pasión por plasmar atardeceres como el de Vista de Santiago desde Peñalolén, de 1861, pintado desde la casona del redactor de la Constitución de 1833, Mariano Egaña, que se conserva hasta hoy al final de Avenida Arrieta como sede de la Universidad SEK. "En el cuadro aparece él mismo pintando con un elegante sombrero alto al lado de su caballo Rabón", describe Bindis.

Fruto de dos años de investigación, Pintura chilena. Doscientos años recorre paso a paso dos siglos de arte chileno. El libro se inicia con el legado de estos pintores viajeros europeos y finaliza con Roberto Matta, Matilde Pérez, José Balmes, Gracia Barrios, Claudio Bravo, Bororo o Samy Benmayor. Asimismo, incluye capítulos sobre Pedro Lira, Alfredo Valenzuela Puelma, Juan Francisco González y Alberto Valenzuela Llanos, los grandes maestros de la pintura chilena, y los intentos renovadores de Alfredo Helsby, en cuyo vaporoso cuadro Paisaje en Providencia (1909) se puede apreciar la hoy destruida cúpula de la Iglesia Divina Providencia. Luego, Bindis retrata años de escasez y otros saturados de obras maestras producto de las vanguardias.

Llegan las vanguardias

La Generación del 13 marca el ingreso de las clases populares a la Escuela de Bellas Artes. Los pintores Alfredo y Enrique Lobos incluso eran dueños de un lustrín, en el centro de Santiago, en la calle San Diego. Usaron un número cabalístico. El 13. "Se consumieron en unas trasnochadas que no tenían fin, por eso algunos los llamaron generación trágica, en tanto que Neruda los bautizó como heroica capitanía de pintores. Casi todos murieron de alcoholismo y otros males", dice Bindis sobre este grupo que se internó en el tema popular, en las descripciones del folclorismo local, con un matiz romántico y centrándose en la figura humana. Los relevó un movimiento opuesto al realismo: el Grupo Montparnasse, pionero de las vanguardias de París y del cubismo en Chile en la década del 20, formado por Luis Vargas Rosas y Enriqueta Petit, entre otros. La "peste" Montparnasse, como los llamaron, agitó a los artistas, removió la opinión pública y enardeció a la crítica. También marcó un hito por sus firmes convicciones renovadoras la Generación del 28. Ese año se cerró la Escuela de Bellas Artes para enviar a Europa a 26 pintores a cargo de Camilo Mori. Fue una generación culta que formó a todos los artistas desde 1950 en adelante y que marcó un gran cambio en la enseñanza.

Como epílogo, Bindis resume estos dos siglos de arte sin medias tintas: "No es la mejor pintura del mundo, es tributaria de la europea, pero es nuestro único patrimonio".

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