25 años de eternidad
<P>La Tercera reunió a los protagonistas del título de Colo Colo en la Copa Libertadores de 1991. Los recuerdos de la fría noche del 5 de junio fluyen en el relato de la gesta que cambió al fútbol chileno. Por </P>
José Daniel Morón es el último en ingresar a la cancha del Monumental. Sus compañeros ya llevan un tiempo en el centro del campo. Saludan y lo esperan. El arquero se une al grupo. Lizardo Garrido y Jaime Pizarro toman la palabra y el liderazgo. Juan Carlos Peralta y Luis Pérez escuchan.
Han pasado 25 años desde la fría noche en que Colo Colo obtuvo la Copa Libertadores, después de vencer al Olimpia por 3-0, y la escena hoy es, virtualmente, la misma que entonces. Cada uno llega por separado, como el 5 de junio de 1991. Como en cada partido de aquel certamen. La única diferencia es la presencia del también histórico Raúl Ormeño, quien no tuvo una participación protagónica en el título continental: jugó sólo tres partidos. El Bocón, eso sí, era otro de los líderes de un grupo que comenzó a forjarse cinco años antes, bajo la tutela de Arturo Salah, y que se consagró conMirko Jozic, ejecutor de la segunda revolución táctica en el fútbol chileno. El Káiser Pizarro heredó su jineta.
Las bromas a Morón surgen espontáneas, como si el tiempo no hubiera alterado una relación que todos reconocen como respetuosa y cercana."Nunca hubo una pelea. Jamás una entrada fuerte. Y si a alguien se le pasaba la mano en la disputa por alguna pelota, ofrecía disculpas de inmediato", relata Garrido. Por esos días se acuñó el concepto de grupo humano para definir una unidad férrea en busca de un objetivo que se plantearon desde el comienzo: con la dirigencia que presidía Eduardo Menichetti sólo habían pactado premios por el título. Pizarro, Ormeño, Ricardo Dabrowski, Patricio Yáñez y Eduardo Vilches representaron al plantel en la negociación.
La cohesión era tal que se evitaba hablar de política, para no provocar divisiones. La dictadura de Augusto Pinochet había terminado hacía apenas dos años y en el club convivían posturas, cercanos al régimen militar e, incluso, víctimas de atropellos a los derechos humanos. "Colo Colo es un club transversal", dice Ormeño. Políticos de todas las tendencias siguieron la campaña y, después, constituirían la Bancada Alba.
Ormeño y Garrido, amigos de toda la vida, son los más entusiastas, los que más hablan. El más timido es Peralta, la carta defensiva que el croata sumó en los últimos partidos, cuando quiso darle más equilibrio a su propuesta, basada en la frontalidad y el dinamismo y que, en lo táctico, se resumía en los tres rombos que el técnico registró en un papel antes de asumir . "Siempre fue así el Loro. Se demoraba para todo, tenía mil cábalas. 25 años después, no iba a ser distinto", dice Ormeño en relación al atraso del guardameta. El resto, ríe.
El Chano Garrido evoca la canción que los acompañó siempre en el vestuario: Sopa de Caracol, de Banda Blanca. El playlist del camarín también incluía a Burbujas de Amor, de Juan Luis Guerra. El grupo las adoptó en la pretemporada en La Leonera. Fue una de tantas cábalas, casi todas encabezadas por el golero que tuvo a casi todos los niños de la época vestidos con la tenida amarilla que usaba en honor a su ídolo, el alemán Toni Schumacher. La dirigencia también eligió sus temas, claro que para la banda sonora que se escuchaba por los altoparlantes del Monumental. Personality, de Lloyd Price, buscaba reflejar la actitud ganadora del equipo. Era uno de los encargos que no podía olvidar Manuel Enrique Thompson, el DJ oficial y uno de los locutores radiales más conocidos de la época.
En la Sexta Región comenzó a forjarse el espíritu del equipo. Peralta recuerda que eran tres jornadas diarias de trabajo. Cortas, pero de alta intensidad. Formaban parte del método del preparador físico Marcelo Oyarzún y resultaron claves para marcar diferencias físicas con los rivales. La rutina partía a las seis de mañana. El último bloque se dedicaba al fútbol. Había una particularidad: la única cancha que aprobó el entrenador estaba en Los Lirios, a cincuenta kilómetros del lugar de concentración. Todos los días, el recorrido se hacía en un microbús, una práctica que hoy se consideraría impropia. En el trayecto, cantaban y contaban chistes. La Leonera tampoco era un resort como los actuales: tenía las comodidades indispensables y poco más. "Ese trabajo fue clave. Fuimos capaces de superar a grandes rivales, porque nos preparamos para hacerlo. Cada uno de nosotros tomó conciencia de que tenía que dar el máximo esfuerzo en ese momento para, después, obtener frutos", rememora Peralta.
La llegada del trofeo vuelve a revolucionar Macul. Como en aquella noche que unió a Chile en torno a los albos, en la que el Monumental se llenó varias horas antes y en la que los hinchas debieron volver a sus casas a pie, porque en las calles de Santiago, el carnaval impedía que circularan vehículos. Como cuando la recibió de manos de Nicolás Léoz, entonces presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Pizarro fue el encargado de levantarla. El 10 de ese Cacique se jacta ante sus compañeros de que, gracias al trote, se mantiene en óptimas condiciones físicas: pesa lo mismo que cuando jugaba.
Todos miran la réplica de la Copa con nostalgia. El recuerdo está aún fresco y también hay espacio para la generosidad. Coinciden en que llegó el momento de que un equipo chileno vuelva a ganarla, sobre todo después de las magras campañas internacionales de la última década. "El fútbol de hoy es muy competitivo. Nada garantiza que, gastando mucho dinero en la conformación de un plantel, se obtenga el éxito. Varios equipos han invertido para conseguirla y no la lograron. Llegué a los 12 años al club y levantarla significó mucho. Había visto al Colo Colo '73, que no pudo, siendo un gran equipo. Han pasado 25 años y pareciera sólo un dato, pero es mucho más que eso", sostiene Pizarro.
Pérez, quien marcó los dos primeros goles y se transformó en el héroe de la final, toma ahora la palabra, con la misma seguridad con la que batió al meta paraguayo Jorge Battaglia. El Chico se había enterado inmediatamente después del empate en Paraguay de que sería titular en el encuentro que marcó su vida. Las ausencias de Dabrowski, Martínez y Yáñez le abrían un cupo. "Jozic era de pocas palabras. Me lo dice en el camarín en Asunción, mientras estaba felicitando a los compañeros por el empate. Ya habíamos retomado la calma después de un partido tenso. Fue antes de tomar el bus. Se me acerca y me dice que esté tranquilo porque voy a jugar la final. Fueron cuatro o cinco palabras que me dieron confianza y tranquilidad", recuerda el polifuncional jugador, quien había disputado la Copa antes con Magallanes y Universidad Católica y quien, dos años después, disputó otra final, con los cruzados.
A los 12', Pérez ya le había respondido al entrenador. Se asoció con Rubén Espinoza y, después de soportar la marca de un central paraguayo, definió con un medido derechazo bajo. Cinco minutos después, alcanzó la gloria con una auténtica joya. Alberto Fouillioux, mundialista de 1962, quien participó en la transmisión televisiva, lo describió como un gol "a lo Pelé". Su autor lo repasa en primera persona: "Si es por la exigencia, el segundo tiene un grado de dificultad mucho más grande. Controlé el centro de Barti medio con el estómago y el pecho, amagué, enganché y definí de zurda. Me llena mucho más que el primero. Ese gol, en 17 minutos, fue un mazazo para los paraguayos. Un 2-0 en una final de Copa en el primer tiempo, era casi lapidario".
El cabezazo que le propinó Gabriel Mendoza en plena celebración completa el cuadro. El héroe de la jornada no titubea para graficar la importancia que tuvo la victoria que, a cuatro minutos del final, cerró Leonel Herrera, quien, de paso, vengó la derrota de su padre ante el Independiente, en 1973. "A todos nos cambió la vida. Después de ese partido, fuimos más reconocidos y tuvimos mejores contratos. Pero lo más trascendente fue que pasamos a la historia, no sólo del equipo más popular de Chile, sino que nos posicionamos como los primeros deportistas en ganar un torneo continental a nivel de clubes. Con el tiempo, uno le toma valor a lo que consiguió", dice quien, hoy, le da su nombre al arco sur del reducto popular. El pórtico norte lleva el de Herrera.
La charla sigue fluyendo. Las anécdotas también. Se burlan del español tarzanesco de Jozic, recuerdan la picardía de Margas y Mendoza, la fiereza de Ramírez y la eficacia de Vilches. Destacan la precisión de Espinoza y su obsesión por quedarse practicando tiros libres después de los entrenamientos. "Tiraba doscientos", exageran. También hay menciones para el goleador Martínez, el talento y la sensibilidad de Barticciotto y el achique clave de Morón ante Batistuta en la semifinal ante Boca Juniors. "La gente se queda con esa tapada, por la importancia que tuvo. Pero hubo otras como ante el peruano Balán Gonzales, en el partido ante Universitario, o la que le hice al paraguayo Jara Heyn en la final. Para mí, es un orgullo quedar en la memoria de los colocolinos. Sé lo que significa el club para ellos. Y lo que se sacrifican para seguirlo", dice el Loro.
La conversación es, efectivamente, entre viejos amigos. Intervenir o intentar conducirla parece un despropósito. Da la sensación que siquiera plantear una pregunta rompería la atmósfera. Aunque parezca que la historia está contada, como consignan los propios protagonistas de la gesta, siempre surge algún dato nuevo. Han pasado 25 años desde que Colo Colo conquistó la única Libertadores que ha ganado Chile. Un cuarto de siglo desde que los albos se transformaron en el Eterno Campeón.
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