32 años: La edad en que las mujeres comienzan a parecerse a sus madres
<P>Es el momento en que, según una investigación británica, las mujeres comienzan a actuar y a hablar como sus progenitoras, cuando se sorprenden repitiendo los comportamientos que tantas veces odiaron en ellas.</P>
HAY UN DESTINO que demora, pero no por eso resulta menos ineludible. ¿Tragedia griega? Puede ser, aunque más parezca una comedia, un chiste cruel.
Sucede más o menos así: un día cualquiera, mientras usted realiza una labor trivial como poner la mesa o ayudar a sus hijos con las tareas, se sorprende a sí misma actuando o diciendo algo calcado a su madre.
Se trata de un deja vu curioso (de por sí los deja vu son curiosos), porque además de tener la impresión de que eso lo vivió antes, comprueba que está repitiendo precisamente los comportamientos que usted odiaba en ella y que la llevaron en el pasado a jurarse, una y otra vez, a sí misma: "No seré como mi mamá cuando sea grande".
Pero ahora que es una persona adulta, alguien "grande", una fuerza misteriosa la empuja a cruzar su cartera por delante y protegerla con ambas manos ("¡No vaya a ser que un lanza internacional me la quite!") o a repetir a sus hijos el clásico argumento: "Cuando tengas mi edad, me vas a entender".
Sin embargo, usted sigue sin entender. ¿Cómo llegué a este punto?
Para su tranquilidad, lo suyo no es un caso aislado. Al revés, se trata de una ley universal de la que han tomado nota la mitología, la literatura y la cultura popular.
"De tal palo tal astilla", escuchó alguna vez. Y hasta en Yayita, la eterna novia de Condorito, se adivinan en barbecho algunos rasgos de Doña Treme. De otra forma, ¿por qué el pajarraco se asusta tanto cuando ve actuar a su futura de suegra?
Hay algo atávico en todo este asunto.
Mientras una compañía británica investigaba la forma en que los comportamientos se transmiten de generación en generación, dio con el siguiente dato: 32 años es la edad en que las mujeres comienzan a actuar como sus madres.
Según el informe, publicado por Daily Telegraph, dos tercios de las mujeres encuestadas señalaron los inicios de su tercera década como el momento en que comenzaron a repetir las mismas frases o manías que sus progenitoras desplegaron durante la crianza. La cifra se reducía a un tercio en el caso de los hombres.
La exactitud de los "32 años", como el plazo fatal en que se cumple lo que bautizamos aquí como la ley de la lagartija, resulta, claro, una simplificación. Sin embargo, no es un dato antojadizo en el contexto de cómo hoy en día las mujeres occidentales enfrentan ese momento de su ciclo vital.
Efectivamente, es a los treinta y tantos cuando las actuales generaciones comienzan a formar sus propias familias y a criar hijos. "Por lo que resulta natural que recién ahí se recurra a las figuras vitales más significativas", dice Verónica Bagladi, sicóloga del Instituto Chileno de Psicoterapia Integrativa (Icpsi). "Antes, entre los 18 y 28 años, esa figura no está tan presente, porque las mujeres están en el mundo de los estudios o del trabajo, relacionándose con sus pares", agrega.
Pero a los 32 reaparece el arquetipo de la madre como un fantasma hamletiano guiando a sus hijas ante los nuevos dilemas que asoman en sus rutinas: marido, casa, hijos. Lo curioso del caso es que nos sorprendemos repitiendo conductas que casi siempre resultan prosaicas, simples, como poner la mesa o aconsejar a los niños cómo cruzar la calle. No pasa lo mismo con cuestiones más trascendentes, como la decisión de trabajar o no fuera de la casa o elegir entre tener dos o nueve hijos.
Esto también tiene una explicación.
Sabiduría popular
A nuestras madres las escuchamos desde antes de nacer. Es, por definición, la persona más significativa en nuestras vidas y a quien deseamos parecernos en la primera infancia, robando su rouge o calzando sus zapatos.
Lo natural es que esta situación se revierta durante la adolescencia, ya que -explica Bagladi- en la búsqueda de una identidad propia hay un distanciamiento y conflicto que luego se resuelve. "En todo este proceso, una se va quedando con lo que le hace más sentido y rechazando lo que no le parece", agrega.
Al revés, las grandes decisiones se discutirían abiertamente y serían objeto de una elección consciente (o al menos eso creemos).
"Las otras cosas, las rutinarias, las vas adquiriendo sin darte cuenta hasta que llega el momento de implementarlas", dice Bagladi.
Y es así como una tarde una se sorprende usando palabras y frases hasta pasadas de moda -"Aunque la mona se vista de seda…"; "¡Viejo ridículo, coqueteando con lolas!- y dando consejos que durante la adolescencia eran despreciados por no tener base científica: "¡Cuidado con las corrientes de aire!".
¿La razón? Con la madurez también arriba la sabiduría popular; esas creencias que las mujeres de la familia han transmitido generación tras generación y que han demostrado ser útiles para la viabilidad de la especie. Y en toda esta historia, no sólo se termina por comprender un poco más a la madre, sino también que el tiempo ha pasado sin darnos cuenta.
Tal como lo reconocieron en un chat las autoras del libro ¡Socorro!, me estoy pareciendo a mi madre (las españolas Carmen Rigalt y Rosa Villacastín): la auténtica tragedia del asunto no consiste en terminar por parecerse a la madre, sino confirmar que ya somos mayores, creciditas… por ponerlo de una forma que no duela tanto.
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