A la salud del Bar 777

<P>Fue el epicentro de la noche underground de Santiago en los 90. Actores y músicos frecuentaban el local, que hoy ya es historia. El edificio fue demolido en marzo y el próximo año se construirá una multitienda. </P>




Algunos dicen que eran 60 ó 62. Otros, derechamente, no recuerdan la cantidad de peldaños, pero sí que eran angostos, algo resbalosos y que invitaban al tropiezo. Si subir la escalera era un ejercicio complicado, bajar, con unas copas de más, era casi una hazaña.

La larga escalinata es el primer recuerdo que se les viene a la cabeza a muchos de los parroquianos que alguna vez fueron al mítico Bar 777, uno de los centros de reunión más importantes del Santiago underground de los años 90. Estudiantes, poetas, actores y diferentes tribus urbanas de la época, como punkies y trashers, convivían entre jarras de vino blanco con durazno y empanadas fritas de queso. El local fue conocido, además, porque personajes como el músico californiano Mike Patton, el argentino Gustavo Cerati y varios actores nacionales lo visitaron más de alguna vez a pesar del ambiente "como de barrio chino" con que el escritor Alberto Fuguet, quien también anduvo por ahí, lo describe.

Su entrada era simplemente una puerta -en un comienzo de madera, luego metálica- y tras ella la escalera de casi 20 metros. Esta conducía al tercer nivel de una vieja casona señorial ubicada en plena Alameda, frente a la Iglesia San Francisco, y que a fines de los años 60 se trasformó en una farmacia y una ferretería. Arriba quedó un espacio vacío que, según consta en documentos de la Municipalidad de Santiago, en 1988 comenzó a ser utilizado como bar y restaurante.

De ese antiguo edificio sólo queda la fachada. El bar dejó de funcionar el año pasado y la puerta, que ahora permanece cerrada, ya no conduce a un tercer piso. Todo lo contrario. Detrás de ella hay una excavación de 50 metros de profundidad que comenzó el 15 de marzo, cuando el inmueble fue derribado. Desde ese día una veintena de obreros está construyendo la que será la nueva sucursal de la multitienda Corona, la cual estará terminada en 2012.

El 777, cuya numeración en la Alameda le dio el nombre al local, fue frecuentado en sus comienzos por profesores jubilados amantes del tango que degustaban la especialidad de la casa: pollo al coñac. En esa época aún no aparecían los grafitis y frases rayadas en las murallas y se podía distinguir el color amarillo aguado que tenían las paredes. Fue a comienzos del regreso a la democracia que se convirtió en un centro de reunión de estudiantes, en una época en que no existían los barrios universitarios de hoy. "Era una casa antigua donde había muchos jóvenes en un ambiente muy de los bares porteños. Yo fui entre 1993 y 1996 y siempre hubo buena onda. Después comenzaron algunas peleas y clausuraron un par de veces el local", comenta el actor Daniel Alcaíno. Como el Teatro de la Universidad de Chile estaba cerca del bar, Alcaíno recuerda que muchas veces había actores o aspirantes a serlo. "Pasábamos después de clases, por eso el lugar se llenó de actores. Me acuerdo que yo iba muy seguido con el elenco de la obra de teatro Mala Onda", agrega.

Para Genaro Cuadros, urbanista de la Universidad Diego Portales y quien visitó en varias ocasiones el 777 cuando era estudiante, el local tenía una virtud que lo diferenció de otros bares del centro: la locomoción. "Por su ubicación tan central en la Alameda, frente al bar había micros y colectivos que circulaban toda la noche a lugares como Puente Alto o la zona oriente de Santiago. Eso hizo posible que hasta muy tarde siempre estuviera abierto y con mucha gente", explica. Desde una óptica académica, Cuadros también realiza un análisis del espacio. "La casa debió ser construida en los años 20. Las habitaciones seguramente pertenecieron a la servidumbre de la casa y permitieron que cada tribu urbana tuviera su espacio propio", comenta.

La impronta intelectual que menciona Daniel Alcaíno se vio potenciada por la presencia en los primeros años de figuras como la poeta Carmen Berenger y el futuro escritor Pedro Lemebel, además de músicos, como el argentino Gustavo Cerati, quien llego ahí con su ex esposa Cecilia Amenábar. "Yo asocio el bar a poetas y actores. Una de las veces que fui fue con el escritor español Ray Loriga y gente ligada al teatro. Tenía una onda, era barato, poco higiénico y la construcción me parecía inestable. Todo eso le daba un aire a barrio chino de puerto, pero en Santiago", comenta Alberto Fuguet.

Mauricio López, un asiduo visitante del 777 y quien creó una página en Facebook para reunir anécdotas del local, cuenta que nunca quedó claro quién era el dueño del bar, ya que siempre iba rotando la gente que atendía. "Se dice que era de un ex carabinero jubilado, pero nadie tenía claro quién era. Al final era atendido por universitarios", cuenta.

Si la ubicación lo hizo conocido y su ambiente porteño lo hizo famoso, fue la visita de Mike Patton, en 1995, lo que trasformó en un hito urbano. "Fue para el Monster of Rock de ese año y yo lo llevé para allá con un grupo de amigos. No estuvimos mucho rato, porque lo empezaron a molestar y nos fuimos a un local de comida peruana en calle Miraflores", comenta Fuguet.

Alcaíno, quien también estaba en el grupo que llevó a Patton al 777, aporta más datos a la historia. "Fue el año que lo llenaron de escupos tras su presentación. Andaba con un buzo azul y un gorro de lana, porque estaba rapado en ese tiempo. La gente lo veía y no se daba cuenta que era él. A los que sí se percataban les decíamos que 'na'que ver, que cómo Patton iba a estar en un local como ese'. Muchos se lo creían", cuenta.

A finales de la década de los 90 las discusiones entre tribus urbanas rivales, que en un principio no llegaban a los golpes, comenzaron a resolverse con peleas. Eso, sumado a la gran cantidad de drogas que comenzaron consumirse de manera expuesta en el local obligaron a clausurar el bar en dos ocasiones. Cuando fue reabierto funcionó como centro de reunión para personas sordomudas e incluso grupos de la barra de la Universidad de Chile Los de Abajo se juntaron ahí. Todo eso terminó el 15 de marzo pasado, cuando sacaron las mesas y sillas de playa y llegaron las retroexcavadoras.

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