Al Capone: Su último refugio

<P>Nunca fue su dueño, pero actuaba como tal. En esta taberna, que ha existido, sin pausas, desde hace más de 100 años en Chicago, Al Capone solía pasar sus noches. Aquí construyó túneles por donde perpetuaba el contrabando de bebidas alcohólicas. Hoy, sigue siendo uno de los más reconocidos clubes de jazz de Estados Unidos, hasta donde han llegado desde Bill Gates a Michelle Obama. </P>




De lejos parece una decadente cantina. Pero los locales insisten que vale la pena venir. Porque aquí, en este pequeño boliche que de lejos dice poco y nada, se toca el mejor jazz americano. El mejor del mundo, repiten los más patriotas. Un gran letrero fluorescente, del que se desprenden decenas de pequeñas ampolletas, da cuenta que estamos en el lugar correcto: "Green Mill", el club de jazz más antiguo de Estados Unidos, el único que nunca ha dejado de funcionar, aun cuando han pasado más de 100 años desde que abrió sus puertas, en esa esquina de Broadway, el corazón del Uptown, un barrio que durante este siglo ha cambiado de cara varias veces: pasando por ser el Hollywood de Chicago, hasta transformarse en una zona olvidada en manos del narcotráfico. Hoy ha vuelto a nacer como polo de entretenimiento. Y "Green Mill" sigue allí. Tan vivo como entonces. Guardando entre sus cuatro paredes miles de secretas historias.

Las ampolletas titilan resaltando el nombre del club que en Estados Unidos es, a estas alturas, una institución. Quienes llegan aquí lo hacen simplemente para escuchar. Eso queda claro de golpe, cuando el guardia del local advierte que durante las performances está prohibido hablar. Esto, que podría ser un "aviso metafórico" para que la música suene más que las conversaciones es una regla irrenunciable en este local: mientras un espectacular piano agarra intensidad, corre de mesa en mesa un papelito en el que se les insiste a los comensales que deben guardar silencio. Y eso aquí se respeta.

Los asistentes que ya se han acomodado en varios sofás de terciopelo verde piden rondas de Martini. Algo que, alguna vez, hicieron también Charles Chaplin y Frank Sinatra, asiduos a este pequeño club que aún tiene el look de lo que alguna vez fue: un bar clandestino, el refugio predilecto de Alphonse Gabriel Capone -Al Capone-, el más famoso de los gánsteres estadounidenses, quien utilizó el "Green Mill", entre los años 20 y 30, a su antojo. Tanto, que construyó bajo este bar un sistema de túneles que entonces conectaba el local con distintas avenidas para tener diferentes salidas de escape, al mismo tiempo que una buena red para contrabandear alcohol a distintos lugares de Chicago, sobre todo para los tiempos de la Ley Seca.

Es el secreto mejor guardado de este club: aunque imperceptible, en el suelo del bar aún es posible ver la puerta que lo conectaba con el submundo. No está clausurada, pero se abre poco, y salvo que se adquiera un permiso especial. Cuando lo hacemos queda la sensación de que las cosas ya no son como eran antes: ahora el espacio sirve de bodega y hay varias cajas y enseres apilados bajo tierra. Arriba, el recuerdo del mafioso sigue tan vivo como siempre: el piano del bar soporta varias fotografías. La del medio, en grande y junto a la bandera de Estados Unidos, es la de Al Capone.

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La leyenda dicta que aun cuando el pistolero era dueño de un bar frente al "Green Mill" -Molino Verde, nombre inspirado en el Moulin Rouge francés, y verde para evitar la confusión con otro local del barrio rojo-, era aquí donde el gánster solía pasar sus noches. Era siempre el invitado especial. Aquí todos lo sabían. Por eso, cada vez que entraba, la banda de turno dejaba su repertorio de lado, para tocar su tema predilecto: Rhapsody in blue. Con esa música sonando detrás, Al Capone se sentaba siempre en el mismo sofá. Justo en la mitad del local, donde hoy una pareja permanece muda escuchando el piano. Era una cosa estratégica: allí tenía vista privilegiada tanto a la puerta principal como a la de emergencia, lo que le permitía saber con claridad quiénes entraban y salían del local.

Hoy no canta Joe E. Lewis, el cantante predilecto de Al Capone, a quien uno de sus dueños le tajeó la garganta y le cortó parte de la lengua cuando el también comediante decidió dejar de cantar en "Green Mill". En el pequeño escenario, flanqueada por una estatua de mármol, hoy está Patricia Barber, pianista y compositora estadounidense de jazz, aclamada por la crítica desde hace ya varios años. Nunca ha querido dejar "Green Mill", aun cuando lleva 15 años tocando en este local. "Ese privilegio no lo dejo", dice la pianista, al mismo tiempo que continúa su repertorio junto a su guitarrista, su baterista y su contrabajo, para lo cual los comensales sólo han pagado siete dólares.

Hoy no están ni Bill Gates ni Michelle Obama, quienes se han dejado caer aquí varias veces, pero todos los comensales quedan boquiabiertos con el show, el mismo que durante todos estos años ha atraído a los mejores jazzistas de Estados Unidos.

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Basta poner un pie en "Green Mill" para sentir que, de pronto, el tiempo ha retrocedido varios años. Aunque su dueño, Dave Jemilo, tiene este bar desde hace 25 y lo ha ido remodelando de a poco, ha mantenido gran parte de la decoración estilo art decó de los 40. Sus paredes están tapizadas con grandes óleos de montañas y campos, enmarcadas en enormes y recargados marcos de madera. Y hasta las dos cajas registradoras, que aún funcionan con total normalidad, son de aquellos años.

El mural que da la bienvenida al bar, enfrente de la entrada, rememora los tiempos del pistolero. Allí, aparece él, con varios otros gánsteres comiendo espagueti. Timbrada en el cuadro, una frase recuerda lo que el grupo de amigos pretendía hacer con Lewis si finalmente el cantante decidía no tocar más en "Green Mill": "Lucir como un pastel", reza la obra.

Es tal el ambiente gansteril que sigue respirándose en esta taberna, que el local ha sido protagonista en varias famosas películas. Como Los intocables y La nueva gran estafa. En el filme High fidelity, John Cusak, sentado en este bar y tomándose un trago, explica las razones de por qué lo dejó su ex novia.

Los secretos, su historia, antigüedad y estilo explican, de alguna manera, por qué la revista Esquire catalogó, el año pasado, a "Green Mill" como uno de los 15 bares que ningún hombre debiera dejar de visitar antes de morir.

Mientras escucho las historias que guarda esta taberna, en un rincón del refugio de Al Capone, Barber sigue tocando su piano. El silencio de la audiencia es sepulcral. El local se esconde bajo la luz tenue, pero ella brilla iluminada por el letrero de neón que cuelga detrás del escenario con el nombre de "Green Mill" escrito en letras cursivas.S

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