Albarracín y Cella. El embrujo de la Sierra de Teruel
<P>El escritor Azorín dijo que Albarracín es uno de los pueblos más bonitos de toda España. Vinimos a conocer este Monumento Nacional, propuesto a la Unesco para que lo declare Patrimonio de la Humanidad. Asombran sus murallas musulmanas y sus viejas callejuelas. </P>
PARA llegar hasta Albarracín hay que ir en dirección a Teruel, donde la sierra se hace vistosa y la temperatura baja unos grados. Azorín solía decir que la pequeña ciudad turolense era el pueblo más bonito de España y había que comprobarlo. Albarracín prácticamente abraza una colina de los Montes Universales y su belleza se debe a que ella está emplazada de manera estratégica y da la bienvenida a la sierra del mismo nombre. La noche anterior habíamos dormido en Cella, un pequeño pueblo ubicado sobre una llanura que está en el nacimiento del río Jiloca. A pesar de su pequeñez, Cella guarda ciertos hechos históricos como el del Pozo de Cella, asociado a los Templarios, a quienes en 1177 se les otorgó una licencia para que reconstruyeran el pueblo, tras la reconquista lograda por las tropas de Alfonso XII. La fuente o Pozo de Cella es una especie de monumento al agua, y en él se puede apreciar cómo el líquido elemento ha sido siempre venerado por los habitantes de esta seca región.
De Cella a Albarracín hay unos 25 minutos en auto. La carretera es serpenteante, curva y bordea una colina en parte empedrada. La conexión entre ambas ciudades data de la época del Imperio Romano, cuando se abrió en la roca un acueducto que iba de Albarracín a Cella, para traer agua del río Guadalaviar.
Lo primero que se ve en el horizonte elevado de Albarracín es la muralla construida en el siglo X, por los musulmanes que trajeron consigo a un grupo berberisco de la tribu de los Ibn-Racin, de donde proviene el nombre. Es una subida larga y empedrada, pero vale la pena hacerla. Existen tres caminos para llegar hasta la muralla. Uno de ellos es ir por la calle del Chorro, hasta la fuente, donde nos toparemos con unas escaleras que nos conducirán a la parte alta. Se puede subir, también, por la calle Subida de las Torres, que comienza a la altura de la Iglesia de Santiago. Pero se recomienda hacerlo por el Portal de Molina, ya que desde ahí se puede ver el sistema defensivo de la muralla y apreciar sus torres que escalonan la áspera y pedregosa falda de la montaña.
Una vez arriba es posible tener una vista panorámica de toda la vega del Guadalaviar y el barrio del Arrabal. Recorrer el tramo de la muralla puede convertirse en una experiencia vertiginosa. Sentir el viento frío dar contra nuestra cara, luego de haber hecho tanto esfuerzo físico es una recompensa reparadora. La torre del Andador está a unos 1.249 metros sobre el nivel del mar, y también es posible bajar por un camino hasta la otra parte de la muralla, que nos conduce hasta un torreón redondo y más bajo.
Luego de un breve descanso, contemplando las vistas, regresamos a la ciudad por la calle del Chorro, que llega hasta la Plaza Mayor. La encaramada y medieval ciudad de Albarracín está llena de encanto. Sus empinadas calles están adaptadas a la accidentada topografía del terreno que, con pasadizos, escalinatas y callejones, da a la ciudad un toque original y encantador. Sobresale el color rojizo-ladrillo de las viviendas, con entramados de madera y muros irregulares. El yeso es el material predominante junto con la piedra. Cada casa de la ciudad pareciera estar hecha para despertar admiración y si uno observa con cuidado, podrá apreciar sus espesas puertas de madera con llamadores y picaportes hechos de hierro con forma de dragón pequeño. Las ventanas son chicas, con visillos de encaje y balcones corridos en madera tallada y forja enriquecida. Entre las construcciones que destacan se encuentran la Catedral de El Salvador, la iglesia de Santa María y Santiago y el palacio Episcopal. También se ven algunos edificios señoriales, como la mansión de los Monteverde de Antillón, el palacio de los Navarro de Azurriaga con su azul fachada o la de los Dolz de Espejo. En la calle de Azagra está la casa del mismo nombre y en la plaza de la Comunidad se puede ver a los niños jugando y corriendo detrás de una pelota.
Albarracín también destaca por su naturaleza y por la altitud en la que se encuentra ubicada, tiene una temperatura media de 11° C al año. Debido a esto, su vegetación es variada y rica. Es común ver una gran variedad de pinos, robles y encinas degradados.
Las pinturas rupestres que se encuentran en el Pinar del Rodeno, a unos 37 kilómetros de distancia de la ciudad, demuestran que los primeros hombres que habitaron la localidad llegaron a la zona varios miles de años atrás. La visita a esta zona puede tomar toda la mañana y es recomendable ir durante el día para apreciar mejor las pinturas y legado que dejaron los primeros artistas de la humanidad.
Por la noche se recomienda cenar en algún restaurante como el Asador de Albarracín con menús diarios a menos de 15 euros o el Rincón del Chorro, ubicado en la calle del mismo nombre.
En Cella nos hemos hospedado en la Posada de Clotilde, acogedora y simpática casa rural que está en una parte de la ciudad muy cerca de la mítica fuente. En los bares de tapas, ubicados en los alrededores de ella, es recomendable pedir una bola de queso con salsa de arándanos o el tigre de mejillón, ambos para chuparse los dedos.
Descubrir Albarracín ha sido una experiencia única y grata. Después de todo, Azorín tenía razón.
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