ALFREDO MORGADO
Abogado penalista
Nací en Valdivia y crecí en San José de la Mariquina, desde que mi mamá fue nombrada jueza de esa localidad. Mi papá era médico veterinario y se levantaba todos los días a las 5 de la mañana, para recorrer distintas granjas. Hasta hoy recuerdo el sonido de sus botas caminando en la oscuridad.
Viví tres años en Bélgica, entre los 5 y 8 años, porque mis padres se fueron a estudiar a Bruselas en 1970. Además de aprender francés, allá me hice fanático de la historia europea y de los cómics. Desde entonces soy fanático de Asterix y Tintin, que sigo coleccionando.
El Instituto Nacional me marcó por su pluriclasismo. Ahí aprendí que la única vara para medir a las personas era el trabajo, que se representaba en las notas, y no hacia qué sector de la ciudad ibas cuando salías por la puerta de Arturo Prat.
Nunca he sido buen deportista. En el colegio había conciencia de eso, pero también de que era esforzado. Mis profesores y compañeros permitían que hiciera trabajos escritos sobre el metabolismo, el oxígeno en la sangre y cosas por el estilo, porque temían que pusiera en peligro mi integridad física con tal de no sacarme un rojo.
Desde que tengo memoria recuerdo expedientes judiciales en mi casa. Mi mamá era jueza en los tribunales del crimen de Santiago y encontraba sus papeles en el escritorio, en los dormitorios, sobre el velador y en la cocina. Cuando ella redactaba sentencias, me quedaba dormido escuchando el tecleo de su máquina de escribir.
Yo quería ser veterinario, como mi padre, hasta que un día, cuando estaba en tercero medio, me tocó diseccionar una ranita. Me dio mucha pena y de inmediato entendí que la biología no era lo mío.
No siempre he tenido facilidad de palabras. Me ponía muy nervioso en mis exámenes orales en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y, más tarde, en mis primeros alegatos en la corte. Para superar mi timidez y hablar en público con tranquilidad, me obligaba a alegar el mayor número de veces posibles.
Los casos más difíciles que debo enfrentar son los cruzados por el dolor humano, sobre todo los de muertes inútiles; como lo que pasó con los conscriptos en Antuco o, el año pasado, con el avión de la Fach en Juan Fernández.
Hasta hoy represento a 20 familias de víctimas del terremoto del 27/F. Cada historia representa un mundo y una complejidad distinta. Es muy doloroso enfrentar estos casos sabiendo las tremendas negligencias que tuvo un sistema que se suponía preparado.
No me arrepiento de haber defendido a Carlos Mario Silva Leiva (el "Cabro Carrera"). Respeto la labor de los abogados defensores y espero que cada imputado tenga la mejor defensa posible siempre. Y eso fue lo que yo intenté hacer. Estimo que haberlo defendido no me ha ayudado ni perjudicado en mi carrera.
Voy a misa, pero no todos los domingos. Más allá de una formación familiar, yo soy católico por convicción personal. Para mí ha sido bastante complejo lo que ha pasado con los casos de pedofilia al interior de la Iglesia.
Fui candidato a concejal del PPD por Santiago, en 2008, y casi salgo. Saqué 3.500 votos, pese a que mi campaña consistió en 15 carteles en toda la comuna y unos pocos volantes diseñados artesanalmente. Ahora me han vuelto a hacer el ofrecimiento, pero con la promesa de más apoyo. Lo más probable es que acepte.
Llego a mi oficina antes de las 7.00 de la mañana. Sentado frente a mi escritorio desayuno un café con una marraqueta jamón-palta, contestando los más de 100 e-mails que, más o menos, me llegan cada día.
Antes era extremadamente trabajólico. Me iba todos los días a las 11 de la noche a mi casa y pasaba a la oficina incluso los sábados y domingos. Después de estar 12 años separado, hace cuatro me volví a casar y hace dos nació mi último hijo menor, Benjamín, con el que trato de compartir todas las tardes: vemos películas históricas, videos en YouTube y hasta juego PlayStation para que él se entretenga.
No soy vanidoso. Desde que me creció la barba nunca más me la corté. Antes era muy despreocupado de mi apariencia, pero desde que me volví a casar eso cambió. He bajado más de 15 kilos y todas las noches, mi señora me pregunta qué haré al día siguiente, para seleccionarme la ropa: desde la camisa hasta los zapatos, pasando por el cinturón.
Me gustan las plantas. Todos los fines de semana trato de ir a jardines a comprar flores y árboles frutales, para después trasplantarlos en el jardín y la huerta, donde hay zapallos, tomates, cebollas, manzanos, limones, guindos, duraznos y muchas rosas. Mi obsesión son las rosas, y donde voy trato de conseguir una nueva.
Vivo con mi suegra. Existe una estigmatización social muy fuerte con ese tema y cada vez que lo cuento causa sorpresa. De verdad, yo soy hincha de ella, porque me da la tranquilidad de que mi hijo está bien. Al comienzo, el único problema que tuvimos fue que llegó con sus tres perros, y yo ya tenía otros tres.S
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