Algunos símbolos
Para los griegos, la palabra symbolon implicaba separación y unión. Un hueso, por ejemplo, se partía en dos, quedando como evidencia de unión. Los mensajeros de buenas o malas noticias se comunicaban con un symbolon durante la guerra. En el arte de la política, los símbolos juegan un rol fundamental. Si las dos partes no encajan, hay problemas. Pero después del quiebre, viene la unión.
El exitoso ciclo económico de la Concertación, pese al magro desempeño de este gobierno en términos de crecimiento, es un hecho histórico sin precedentes. Y el modelo que inspiró las grandes reformas de los 80 -causa principal de nuestro progreso- ha calado hondo en la ciudadanía. La mayoría cree en la responsabilidad individual. Confía más en el esfuerzo que en un Estado paternalista. Y valoramos todo esto simplemente porque aspiramos a mejorar nuestra condición. Estos son los cambios del nuevo Chile.
El estrepitoso fracaso electoral de Frei fue un castigo simbólico para la Concertación. No hubo conexión. En cambio, MEO supo articular un discurso de izquierda moderna. Con su symbolon épico de la renovación y la competencia, logró capitalizar más del 20% de los votos. Su impresionante éxito fue un duro y merecido revés para la Concertación. Pero lo interesante es que los aires de competencia y renovación política soplan desde la candidatura de Piñera. Si MEO mantiene su "convicción" y logra capitalizar su liderazgo, se convertirá en el futuro líder de la izquierda progresista. Y algo similar podría ocurrir en la DC. Los hermanos Walker en el Congreso -la triple W de la DC- son otro símbolo. Junto a otras destacadas figuras principescas, tienen mucho que ganar con un gobierno de Piñera. Bajo un gobierno de Frei, en cambio, los príncipes pueden llegar a ser abuelos. Y la DC, con sus experimentados dirigentes, seguirá alejada de sus verdaderas raíces falangistas.
Otro fallido símbolo del viejo Chile es Dawson, Isla 10, la película del director Miguel Littin. Inspirada en el libro de Sergio Bitar, fue nominada por nuestro país para competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera. Y como en el viejo Chile se insiste con el golpe militar, se estrenó un día antes del 11 septiembre. En cambio, La Nana, sin agendas ni aspavientos, cautivó a los chilenos y a la crítica norteamericana. Compitió y recibió importantes premios y reconocimientos. Su éxito representa al nuevo Chile.
Cuando el senador Flores apoyó el proyecto de la Coalición por el Cambio, fue acusado por el ministro Bitar, su compañero de prisión en Dawson, de "deslealtad" y "falta de consecuencia". Como si los derechos humanos parecieran no incluir el derecho a cambiar de posición, el ministro nos aclaró, abatido, que "cada uno responde ante su conciencia". Esa autoridad moral es otro símbolo del viejo Chile.
Roberto Ampuero ha desmenuzado la crisis moral oficialista abogando por el cambio. Y recientemente Jorge Edwards, eximio intelectual y novelista de centroizquierda, también ha apoyado -con admirable valentía y muy buenas razones- la alternancia en el poder. Pero el oficialismo, obnubilado por un pasado nostálgico, incluso nos ha amenazado con el caos o nosotros. Así, el llamado a las "fuerzas democráticas y progresistas" representa al viejo Chile. Claramente la Concertación no es dueña del progresismo. Y pese a todos los "instructivos", tampoco posee el monopolio de la democracia. De cara al Bicentenario, todo parece indicar que los symbolon del futuro comienzan a encajar para el nuevo Chile.
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