Almorzando con... Gloria Vanderbilt

<p>La heredera y pionera del diseño en mezclilla deja su sándwich diario de mantequilla de maní para hablar de los altibajos de una vida extraordinaria.</p>




Gloria Vanderbilt, ahora de 90 años, ha sido famosa por muchas cosas en el curso de una vida extraordinaria y variada. Artista, actriz, heredera, modelo, socialité y diseñadora de moda, se ha casado cuatro veces (con el agente y productor de cine Pat DiCicco, el director de orquesta Leopold Stokowski, el director de cine Sidney Lumet y el escritor Wyatt Cooper) y ha sido cortejada por luminarias de Marlon Brando a Frank Sinatra y Howard Hughes a Roald Dahl.

Como marcando el contraste, todos los días almuerza lo mismo: un sándwich de mantequilla de maní y mermelada y, en ocasiones, una manzana. Sin embargo, para esta entrevista Vanderbilt aceptó dejar a un lado su rutina e ir a la vuelta de la esquina de su estudio, a Ze Café. Como una especie de quid pro quo, sin embargo, primero quiere que vaya a su estudio, una pequeña habitación blanca en un departamento de primer piso en el lado oriental de Midtown Manhattan, justo debajo del departamento en el que vive.

Vanderbilt nació en febrero de 1924, hija única del heredero ferroviario Reginald Claypoole Vanderbilt y su segunda esposa, Gloria Morgan. Un año más tarde, Reginald bebió hasta la muerte y, después de un amargo caso judicial, su joven viuda perdió la custodia de su hija, la pequeña Gloria, ante una tía paterna, Gertrude Vanderbilt Whitney (fundadora del museo de arte Whitney de Nueva York).

En los años posteriores, Vanderbilt ha pasado por tantas encarnaciones que cada uno tiene su propia versión de ella: para mí, siempre será la mujer cuyos jeans ajustados, con la firma distintiva y el logotipo del cisne, inventó la mezclilla de diseñador en los 70. Para el escritor Truman Capote, a quien conoció en sus primeros años como una belleza de sociedad, ella era en realidad un "cisne". Todas estas versiones de ella están contenidas (o inmortalizadas) en su departamento.

"Oh, hola, es un placer conocerte", dice, su pelo cobrizo perfectamente peinado, la piel cosméticamente impecable, estirada por esa familiar sonrisa amplia, casi fanáticamente optimista, que ha visto la tragedia en medio de sus triunfos. En 1978, el "amor de su vida", su cuarto marido, el escritor Wyatt Cooper, murió a los 50 años, durante una cirugía. Una década más tarde, su hijo mayor con Cooper, Carter, se suicidó cuando tenía 23 años. La sonrisa transmite, sin embargo, en mayúsculas, la creencia de que hay algo mejor a la vuelta de la esquina, mientras uno siga avanzando.

Hoy usa pantalones negros amplios, un chaleco de cachemira con cierre y no hay joyas a la vista. Hay una bata azul tirada en una silla, que es lo que usa cuando trabaja (se está preparando para una exposición individual en Nueva York y tiene mucho espacio mural para cubrir). Ya no hace los collages que le trajeron fama cuando se mostraron en la Hammer Gallery de Nueva York, en 1969. Al presentador de televisión Johnny Carson le gustaron tanto que los mostró en The tonight show, lo que llevó a la carrera de Vanderbilt como diseñadora textil.

Tampoco está trabajando en las "cajas de sueños" -cajas de plexiglás llenas de partes de muñecas y otros objetos encontrados- que comenzó a hacer después. "Me gusta pasar a cosas nuevas", dice, algo que se siente como una subestimación. Comenzó a mostrar su arte en 1952 y ha tenido docenas de exhibiciones desde entonces (sus cuadros se venden por hasta US$ 45.000). Recientemente descubrió los pasteles, y el estudio, que solía ser la oficina de Cooper, está repleto de lienzos - y también de muñecas antiguas, sus libros, y un busto de su padre que "mi madre dijo que esculpió, pero tengo mis dudas".

Haciendo gestos a su alrededor, Vanderbilt dice: "Este es mi trabajo desde 2013". En un atril hay una enorme pintura de dos cuerpos fundiéndose; bocetos más pequeños, apilados de a tres, incluyendo uno con las palabras: "Puse una nota en este frasco y la arrojé al mar, así es como encontré a mi amor". Colgado en la pared hay un retrato de cuerpo entero de una mujer de pelo rizado titulado "JCO junto al mar". JCO es la escritora Joyce Carol Oates, que también es una de las mejores amigas y musas de Vanderbilt.

Otra musa es Aurélia Thierrée, una actriz francesa y artista de cabaret que es "la nieta de Oona Chaplin". Ambas, Chaplin y Vanderbilt, eran socialités en su juventud. (Hablar con Vanderbilt es casi como hablar con un Zelig de la vida real: cada vez que asoma un nombre famoso - ¡bum!, tiene una historia) Le pregunto si alguna vez sufre el bloqueo del pintor. "No", dice encogiéndose de hombros. "Cuando comienzo, no me detengo. No hago muchos trabajos a la vez, sólo uno a la vez, y trabajo rápido".

La mayoría de los lienzos le toman dos a tres días. Una de las pocas veces que ha tenido un problema con una pintura fue con un retrato que ella estaba haciendo de su hijo menor Anderson, un presentador de noticias en la CNN. Ha estado trabajando en él durante mucho tiempo: es un boceto de él con una lista, en rojo, de los principales lugares que ha visitado desde 1993: Camboya, Ruanda, y así sucesivamente. "Probablemente voy a tener que empezar de nuevo", dice.

"Hice otro de Anderson hace años, cuando estaba en Dalton (una escuela privada en Nueva York)", recuerda.

¿Siempre quiso, le pregunto, hacer arte? "Sí, desde que era una niña, pero no podía hablar de ello; recién cuando estuve en la escuela Wheeler (una escuela privada) en Providence conocí un profesor de arte maravilloso y me pareció posible".

Le pregunto si le preocupaba que no la tomaran en serio, o que su estatus de celebridad eclipsara su trabajo.

"Bueno, estudié en la Art Students League (de Nueva York)", dice Vanderbilt, "pero creo que también aprendí mucho posando para grandes artistas como René Bouché y Marcel Vertès, y tuve mucha suerte de que todos mis maridos apoyaran lo que se me ocurriera hacer. Stokowski apoyó mi pintura, Sidney (Lumet) mi actuación, y Wyatt Cooper era un milagro de apoyo. Ay que lo echo de menos. Siempre estoy pensando, '¿Por qué no estás aquí para ver esto y darme tu opinión al respecto?'".

"Pero Anderson tiene un gran ojo, siempre es el primero en ver, si está aquí. Podría haber sido un artista pero siguió otro camino".

Parece un momento tan bueno como cualquier otro para sugerir que sigamos nuestro propio camino y comamos. Vanderbilt toma mi brazo y caminamos lentamente a la esquina, a Ze Café, que está más bien vacío. Cuando la camarera trae un menú, Vanderbilt dice: "Dígame lo que va a comer. Siempre pido y termino queriendo lo que ordenó la otra persona, porque se ve mejor".

Pedimos agua con gas para beber y ambas elegimos la sopa del día: chirivía con glaseado de vinagre balsámico. "No me gusta estar demasiado delgada", dice. "Trato de hacerme comer". Para la cena, por lo general come cabellos de ángel "mezclados con repollo crespo, una lata de petit pois, un poco de tocino desmenuzado y zanahoria rallada, pimiento rojo y aceite de oliva", y, de postre, tal vez "Cool Whip (una imitación de crema batida). Es tan falsa que repugna, pero es imposible de replicar".

Sólo hubo dos períodos en la vida de Vanderbilt en que no hizo arte: en los 50, cuando actuó durante siete años en obras de teatro como El cisne, de Ferenc Molnár, y The time of your life (en Broadway), y cuando trabajó en moda. "Actué por razones complicadas", dice, "y no lo resiento, pero me gustaría haber estado pintando. Actuar es una vida completamente diferente; uno depende de muchas otras personas, y, por muy bien que lo hagas, no creo que uno sienta nunca que es suficiente. En realidad no lo era para mí".

Le digo que me parece que fue la primera de las diseñadoras socialité - la mujer que abrió el camino para nombres como Carolina Herrera, Tory Burch e incluso Victoria Beckham. "Nunca me consideré diseñadora de vestuario", dice. Pero también dice que nunca dudó de su capacidad para reconocer un buen producto. "¿Es una cuestión de gustos, cierto, intuir lo que puede ir con qué? Yo no creo que tenga que ver con la educación". Además, ella había estado en Vogue tiempo suficiente como sujeto para sentir que pertenecía allí, en cualquiera de sus formas.

La carrera en la moda ocurrió por accidente. Vanderbilt estaba haciendo textiles basados en sus collages (esto fue después de su aparición en The tonight show), que se convirtieron en bufandas y otros accesorios, y luego Murjani, un manufacturero de la Séptima Avenida dirigido por Warren Hirsch, un "genio del merchandising", tuvo una idea. "Tenían un montón de mezclilla en la bodega", cuenta Vanderbilt, "así que me dijeron, '¿Por qué no poner mi nombre en jeans?'. Y así fue como gané un montón de dinero". Lanzó los jeans en diciembre de 1977 y se vendieron millones de pares. Vanderbilt hizo comerciales de televisión y presentaciones personales. En 1980, en la cima del éxito de la marca, ganó US$ 10 millones. "El dinero que uno gana por sí mismo es el único tipo de dinero que tiene algo de realidad", dice.

No mucho tiempo después, sin embargo, Vanderbilt descubrió que estaba siendo estafada por su psiquiatra Christ Zois y por su abogado, su amigo Thomas Andrews (a quien había dado un poder notarial). El par le había estado robando sus ganancias de la moda, había vendido su nombre a una empresa en Florida, y se encontró con que debía millones de dólares en impuestos atrasados. Tuvo que vender casas en Southampton y Nueva York, y aunque demandó al par y ganó US$ 1,5 millones en 1993 (para cuando Andrews estaba muerto), la mayor parte del dinero era irrecuperable.

"Confiar en ellos fue un gran error", dice. "No tanto como casarse a los 17 años, lo que nadie debería hacer, pero bastante malo. Por otro lado, si uno no confía en su psiquiatra, ¿en quién confía?". Deliberadamente, no firma sus pinturas como firmaba su mezclilla. En vez de garabatear su nombre, ella superpone una muy gráfica G en una V - todavía se ve como un logotipo.

Desde que terminó su carrera en la moda, Vanderbilt se ha concentrado en el arte y los libros. Ha escrito nueve (sin incluir sus libros de arte y diseño). Sus obras incluyen la historia de sus primeros y segundos matrimonios (Caballero negro, caballero blanco, 1987), una memoria de su hijo Carter (Historia de una madre, 1996); y una novela erótica (Obsesión, 2009), que escribió a los 85 años. Aunque la mayoría de sus libros son autobiográficos, ella dice que el punto nunca fue "dejar las cosas claras".

Sigue mientras llegan nuestras sopas: "Creo que me siento muy atraída por la pérdida y tratar de articularla. Creo que las personas que no tienen padres van por la vida sintiendo que les falta algo, pero no saben qué porque nunca lo tuvieron".

Cooper está enterrado en el cementerio de Moravia en Staten Island, donde se encuentra el enorme mausoleo de Vanderbilt. "Quería estar ahí para que los chicos y yo pudiéramos venir a visitarlo", dice. Carter está a su lado. Vanderbilt visitó recientemente las tumbas con Anderson mientras eran filmados para un documental sobre Vanderbilt realizado por HBO. ¿Es raro repasar su vida una y otra vez?

"¡No!", dice. "Siento que ya puedo morir. En general, no leo nada acerca de mí misma. La publicidad que recibí de niña fue una experiencia terrible. Me di cuenta de que si iba a lograr algo en la vida, tendría que permanecer lúcida, y parte de eso era no leer las opiniones de otras personas sobre mí. Pero este podría ser el que vea".

Vanderbilt tiende a dar a su trabajo títulos bastantes narrativos: "¿Dónde vamos a vivir cuando el mundo se vaya a negro?"; "La mano izquierda es la soñadora" (también el nombre de una muestra reciente de su trabajo en Nueva York para 1stdibs). Le fascina cuánto se puede transmitir en un muy breve espacio, en pintura o texto.

"Estaba almorzando con Joyce (Carol Oates) el otro día y hablándole de un "corto corto" que escribí con el título de "se hizo realidad", dice - un "corto corto" es una historia corta contada en el menor número de palabras posible.

"La historia era 'Mucha felicidad delante para ti, pequeña, dijo él'. Y Joyce dijo, '¿Por qué mejor no le pones Se hizo realidad?'".

¿Por qué no?, pregunto, mientras pago la cuenta.

"Bueno, probablemente haría la historia más interesante", admite Vanderbilt. "Pero es bastante cínico. Y, sabes, no soy cínica".

¿Qué es, entonces? "¡Soy de verdad azul!", grita (queriendo decir "leal"), y parece tan contenta que es difícil no pensar que ha estado esperando una oportunidad para decirlo.

Nos levantamos para caminar de regreso a su estudio, y mete la mano en el hueco de mi codo. ¿Y ahora qué?, pregunto. "Voy a trabajar hasta las tres, cuando mi energía realmente cae", responde, y luego subirá la escalera a su apartamento. A las 22.30 estará dormida. Y al día siguiente se levantará y la rutina comenzará de nuevo.

"Es la única manera en que se consigue hacer algo", dice, cuando llegamos a su puerta y estira la mano para que la apriete. Es una clara indicación de que, sin importar lo cómplices que nos hayamos sentido durante el almuerzo, es hora de seguir adelante.

Traducción: M. Corvalán

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