Alternancia del poder

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ES UN dato que la situación económica influye muy decisivamente en el voto. Si el bolsillo está bien, es probable que el votante se incline por reelegir al gobernante o al candidato del partido oficialista. Quizás eso fue lo que movió a Evo Morales a proponer un referéndum modificatorio de la Constitución boliviana que autorizara su reelección indefinida, cosa que actualmente no permite, cuando todavía faltaban cerca de cuatro años para la siguiente elección presidencial.

Claro, porque el hombre es astuto y se dio cuenta que la caída mundial del precio de los hidrocarburos, que aún no ha afectado de lleno a su país por los contratos que mantiene vigentes, más temprano que tarde provocará que la situación económica boliviana entre a una etapa declinante. Entonces había que apurar el tranco, pero "el tiro le salió por la culata" y perdió. Por un margen que teóricamente fue estrecho, pero que en realidad es amplio cuando se considera el poder que ha acumulado. Lo propio puede decirse de los recientes resultados electorales en Venezuela y Argentina, aunque en estos países el deterioro económico era más marcado e hizo una contribución mayor a la derrota que sufrieron los respectivos gobiernos.

Es decir, la economía importa pero no es suficiente. Y lo que parece haber sucedido en Bolivia, y antes en Argentina y Venezuela -lo que podría acontecer también en Ecuador- es la saturación que provocan estos personajes que se apoderan del megáfono y del aparato estatal, usándolos para concentrar el poder y perpetuarse en él. Al principio reciben apoyo por su discurso populista, y los beneficios y subsidios que reparten con recursos públicos, pero parece ser que su omnipresencia termina agotando y generando rechazo, incluso cuando la economía no está tan mal, como le ocurrió a Evo. De ser así, Latinoamérica estaría aprendiendo en forma ruda una valiosa lección: el valor de la alternancia en el poder, inherente a la democracia e indispensable para garantizar la libertad.

Quizás estemos frente a una experiencia que "vacune" a los votantes contra los caudillismos, y los mueva a pensar más en las ideas, proyectos y a evaluar la viabilidad de la promesas. Si la consigna "es la economía, estúpido" de la candidatura de Bill Clinton le aseguró la victoria en los '90, es porque allá la alternancia está asegurada y, entonces, es la economía la que suele definir.

¿Importa esa lección en Chile? Cierto que nuestra situación es distinta, pero nunca está demás tenerla presente para no cometer errores, por gruesos que nos parezcan en este momento. La experiencia del segundo gobierno de Michelle Bachelet, que la reeligieron porque convertiría a este país en un edén con sólo aprobar unas cuantas leyes, revela que no somos tan inmunes a cometerlos. Y cuando ahora vemos como solución mágica a todos los problemas a Ricardo Lagos o a Sebastián Piñera -que serían sinónimo de una estabilidad y orden que es por completo irreal que se puedan reinstalar con sólo reelegirlos, como si la realidad no hubiere cambiado- queda en evidencia que tampoco somos inmunes a un caudillismo irreflexivo.

Axel Buchheister
Abogado

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