Andanzas, voces y tormentos de Isidora Aguirre
<P><span style="text-transform:uppercase">[archivo]</span> Entre 1967 y 1973, la autora de <I>La pérgola de las flores </I>recorrió el país buscando testimonios de miseria, abandono y necesidad. Mientras apoyó la candidatura de Allende, escribió seis obras que, a casi cinco años de su muerte, salen a la luz en un libro y la exposición de su legado. </P>
Un viejo álbum de fotografías archivó sus recuerdos. Algunas imágenes se mantuvieron en su habitación y en buen estado tras su muerte, el 25 de febrero de 2011, a los 91 años, víctima de una insuficiencia pulmonar. Tantas otras, en cambio, pegoteadas entre sí, sobrevivieron para revelar años de investigación para un puñado de obras. Una de ellas fue tomada en 1966, en Lonquimay: al centro, rodeada de caballos y despeinada por la ráfaga luminosa, Isidora Aguirre, de 46 años, capeaba el frío con un grueso poncho de lana que la cubría hasta las rodillas.
Aún no llegaba a destino. El disparo de esa fotografía fue durante un alto en su viaje a Ránquil a mediados de ese año, en las profundidades de la Araucanía. Meses antes, el poeta chileno, futuro Nobel de Literatura y camarada suyo en el Partido Comunista, Pablo Neruda, le había comentado que allí, en abril de 1934, miles de inquilinos que protestaban en defensa de las tierras entregadas por el gobierno en 1928, fueron violentamente reprimidos por la fuerza pública. "Anda a ver al dirigente Chacón Corona de mi parte", le dijo Neruda a solas. Luego, el vate tomó lápiz y papel y anotó: "De parte de Pablo Neruda, compañero Chacón: recibir a Isidora Aguirre, quien pondrá en palabras su cruel historia".
A su llegada al pueblo, Aguirre vivió durante semanas con las comunidades en casas de adobe y paja, reunió decenas de testimonios de sobrevivientes y viudas, y recién en 1969, tres años después de su paso por el sur, reveló sus hallazgos, convertidos en teatro: 21 actores dirigidos por Eugenio Guzmán, aparecieron sobre el escenario del Teatro Antonio Varas en el estreno de Los que van quedando en el camino, una de las obras más comprometidas con el Chile de esos años. Uno de pobreza, campesinos iletrados y demandas sin oír, y al que la dramaturga puso oído para aunarlos en un solo texto.
Fue un compromiso suyo con la campaña presidencial que daría como vencedor a Salvador Allende, en 1970. Junto a la UTE y Víctor Jara, crearon el TEPA (Teatro Experimental Popular Aficionado), un grupo que recorría distintas localidades del país -como Illapel, Ovalle, Lonquimay y Santiago-, oyendo las necesidades de distintas comunidades y ficcionándolas en un libreto teatral. "No les decía obras ni textos, sino libretos. Sociales y políticos", dice la escritora Andrea Jeftanovic. "A pesar de que Isidora venía de una clase acomodada, fue muy consciente de los cambios que se producían en Latinoamérica a fines de los 50 e inicios de los 60", agrega.
El hambre, el alcoholismo y la violencia la movían a buscar respuestas en la escritura, aún cuando arriesgara su salud. Cuando escribió Los papeleros (1962), por ejemplo, la autora pescó un tifus luego de entrevistarse con varios hombres y mujeres del basural de Guanaco Alto. Así y todo, asistía al estreno de sus obras en regiones, presentadas en canchas, plazas y calles, golpeando cada puerta de los pueblos por donde pasaba. Casi siempre, las funciones terminaban con un pie de cueca.
Aguirre y Jeftanovic se conocieron en la Usach, donde ambas dictaban clases. En 2009, poco antes de la muerte de la primera, Jeftanovic publicó Conversaciones con Isidora Aguirre (Editorial Frontera Sur), y un año después ganó un Fondart para trabajar con su legado, hasta entonces encerrado en su departamento en calle Rengo con Salvador, en Providencia, donde vivió seis décadas.
Hace un año y medio, un equipo multidisciplinario liderado por ella, e integrado por Fabiola Neira, Marcelo Gómez, Juan Carlos Vega, todos técnicos en bibliotecología y archivistas, y Pía Gutiérrez, doctorada en Letras, trabajó en el rescate de las obras y documentos que guardaba con recelo. "Tuvo una mente archivera desde que se hizo conocida en los 60", dice Jeftanovic. "Muy pocas veces se encuentran autores tan ordenados y organizados como ella con sus propios papeles, así que intuíamos que tenía un propósito con todo esto", agrega.
A un año de la muerte de Isidora Aguirre, la puerta que custodiaba ese universo impenetrable donde dejó obras y novelas sin terminar, diez de ellas sin publicar, fue derribada. Solo en una primera etapa, cerca de 3.219 documentos -algo así como 37.000 páginas- fueron distribuidos en 79 cajas de documentos de distinta naturaleza: libretos originales, material de investigación, diarios de trabajo, afiches de sus obras, diarios de vida ("es un vicio que no puedo dejar", escribió), recortes de prensa, dibujos y fotografías en casi una veintena de álbumes. Gran parte del material fue digitalizado por la Usach, y en diciembre aparecerán en la web para consultas públicas.
El libro Nuevas lecturas del Archivo Isidora Aguirre, lanzado hace un par de semanas, detalla la cronología de la investigación y publica el hallazgo de seis obras suyas desconocidas y escritas entre 1967 y 1973: Los cabezones de la Feria, El apuntamiento, El papelero Francisco y Los macabeos, todas íntegras. En cambio, de Quién tuvo la culpa de la muerte de La María González y la Historia de las juventudes comunistas, sólo asoman fragmentos, al igual que de la novela Palmira y Lorenzo. "Todas siguen la línea de teatro social y didáctico. Algunas ocurren en el Chile predictadura, y otras después de 1973", dice Jeftanovic.
No es todo. Hace dos semanas, y hasta el 23 de noviembre, al fondo de la Vicerrectoría de Vinculación con el Medio de la misma casa de estudios, en el espacio bautizado con su nombre, la muestra Isidora Aguirre: apuntes, gráficas y fotografías expone parte de su archivo. "Nos centramos en sus años más políticos", agrega la investigadora. "Creo que el gran valor de lo expuesto está, primero, en conocer cómo un autor se enfrenta a sus inseguridades y vive el proceso de escritura". Fotografías de la época, afiches y libretos forman parte de la muestra. "Casi no escribía a mano, pues su letra era ilegible", cuenta. Hay hasta tres versiones de una misma obra, además de varios borrones y correcciones a mano alzada sobre los libretos, que develan las inseguridades y tormentos de la dramaturga.
"Me critico mi falta de seriedad" y "Siento que lucho contra una hormiga", anotó Aguirre en sus diarios de trabajo a fines de los 60, mientras terminaba La pérgola de las flores. "Eugenio Dittborn la convenció de terminar esa obra, pero le pasó con varias otras obras", dice Jeftanovic. "De Manuel Rojas, por ejemplo (junto a quien escribió Población Esperanza), decía que la motivó a indagar en esa clase popular que le era ajena, pero también le dio la seguridad de rematar sus obras", dice Jeftanovic, quien adelanta que la exposición llegará a Francia, a la U. de Poitiers, y el próximo año al GAM. "Me gustaría que fuesen publicados sus diarios personales, y no con ánimos de morbo. Aunque siempre se le veía sonriente y alegre, convivía con los tormentos propios de un artista y vivió años sumida en el existencialismo".
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