Apechugar por la vida




TIENE razón la ministra de Salud cuando sostiene que “es la mujer la que apechuga” con el embarazo. En Chile la proporción de hijos nacidos fuera y dentro del matrimonio es de dos a uno en favor de los primeros y, en demasiados casos, los padres simplemente se borran, más aún si el niño presenta problemas o el embarazo tiene complicaciones.

Corresponde que el Ejecutivo o los parlamentarios se hagan cargo de la indesmentible realidad sobre la que advierte la ministra, legislando para entregar apoyo, acompañamiento y atención garantizada a las madres que han decidido apechugar cuando su vida corre peligro, la guagua es inviable o han quedado embarazadas tras ser víctimas del atroz delito de la violación.

Sin embargo, el diagnóstico de la ministra es incompleto y no le hace justicia a una parte clave de la ecuación: la vida del niño. No es válido ignorarla si se pretende, como dijo el martes la titular del Sernam, llevar adelante un “debate maduro”, sin “caricaturas, descalificaciones ni especulaciones” sobre el aborto.

La ciencia médica ha avanzado hasta establecer con certeza el momento en que surge un nuevo ser humano: la fusión del óvulo y el espermio da origen a un individuo distinto y único, poseedor de todo el material genético necesario para crecer y desarrollarse a través de un proceso dirigido internamente. Más allá de las legítimas posiciones valóricas, religiosas, políticas o ideológicas que cada participante en este debate pueda sostener, lo anterior es un hecho biológico que debe conducir a entender el estado embrionario como una etapa más de la vida, similar en ese sentido a la infancia, la adolescencia, la adultez o la senectud. Como ha sostenido el profesor de la U. de Princeton Robert P. George, “el embrión no es vida potencial, sino vida con potencial”. En su condición de persona humana, ese nuevo individuo es titular de garantías inviolables -en primer lugar, el derecho a la vida- que el Estado no debe pasar a llevar. En tiempos en que la  igualdad está en boca de todos, la discusión sobre el aborto y las decisiones que de ella emanen servirán para identificar si los chilenos estamos dispuestos a reconocer la igualdad de derechos a sus miembros más débiles: los que carecen de voz propia.

Abordar sólo los muy concretos y reales problemas que enfrentan muchas mujeres embarazadas en situaciones difíciles equivale a tirar la soga únicamente desde un extremo. Un mínimo de justicia hace imprescindible incluir también en la discusión a los que están por nacer y sus derechos en cuanto individuos. Ignorar esta dimensión equivaldría a negarles a los embriones su condición de humanos, en un intento que quizás pueda servir para apaciguar algunas conciencias, pero que no alcanza a ocultar la iniquidad que ello involucra. Esta es una estrategia poco novedosa, pues ha sido utilizada por totalitarismos y extremismos de todos los colores cuando quisieron justificar masacres de triste memoria para la raza humana.

Juan Ignacio brito
Periodista

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