Archivos de PDI revelan el perfil de los delincuentes de mediados del siglo XX
<P>Registros de la Revista Criminológica, que se exhiben en la Escuela de Investigaciones, dan cuenta de una época en que escaperos, salteadores, tenderas y cuenteros ocupaban la gama delictual local. Para reconocerlos se publicaba una galería de fichas recortables.</P>
De un salón de la Escuela de Investigaciones Policiales cuelga la fotografía de María Rosa Acevedo Córdova. Bajo la imagen, en poco más de 140 caracteres se puede leer todo lo que un detective de mediados del siglo pasado necesitaba saber de ella: "La Vieja Cuca", cuentera, 48 años, 1,55 de estatura, cutis moreno medio, cabello castaño oscuro, ojos negros. Se ofrece como lavandera, ropa que vende o empaña ("cuento del lavado").
Su prontuario es uno más entre decenas de delincuentes de antaño que destacan en los archivos de la Revista Criminológica de Policía Científica entre los años 30 y 40, que por estos días se exhiben en el hall del edificio educacional de la PDI, como parte de una exposición.
Allí, en pequeñas láminas color sepia, está también Eugenio Silva Yoacham, "El Morfinómano", un estafador cuya habilidad era la falsificación de cheques y, a su lado, Marcos Antonio Zurita del Canto, un "cuentero de alta escuela", que acumulaba timos por $ 13.000 de la época.
Las fichas recortables de ladrones y maleantes como estos eran indispensables para los policías en una época de lápiz y papel. No había computadores ni menos registros online. Por ello, en la revista institucional se publicaba la Galería de Delincuentes, suerte de álbum con lo más selecto del hampa local. "Tenía una particularidad, pues venía en papel prepicado. Los detectives recortaban las imágenes e iban haciendo un álbum personal, cosa que si después los veían en la calle los podían reconocer. Formaban sus propios archivos en sus libretas que llevaban siempre en la chaqueta", cuenta el director de la Escuela de Investigaciones, prefecto inspector Claudio Preller. El símil actual es la lista de los más buscados de la página web de la policía.
Ladrones elegantes
Para 1940, Santiago acumulaba a 95o mil habitantes, la clase alta comenzaba a mudarse más allá del canal San Carlos y la ciudad se llenaba de campesinos y mineros. En una ciudad cada vez más bohemia, el centro capitalino se convertía en hábitat predilecto de ladrones, lanzas y estafadores que deambulaban entre portales, paseos públicos, tranvías y los primeros trolebuses. Pero salvo excepciones, el abanico delictual se nutría de hechos de menor connotación social, donde los protagonistas eran ladrones de cuello, corbata y sombrero borsalino. "En esa época, la delincuencia no era tan violenta", dice el jefe de educación policial, prefecto inspector Claudio Preller.
La revista recrea un caso típico: Luis Eugenio Sánchez Sánchez, un "hábil ladrón de tiendas" recién detenido, confesaba: "Mi sistema es muy sencillo. Busco un hotel de los de primera clase, que tenga dos salidas independientes, tomo una pieza como pasajero, la que no pago inventando cualquier pretexto. En seguida me proveo de tarjetas del hotel y salgo al centro a "trabajar". Estudio el negocio que más me conviene y hago compras, las que ordeno enviarme al hotel, para lo cual dejo una de las tarjetas. Lo demás es un juguete de niños: espero en el hall al mensajero, le recibo el paquete, lo hago esperarme mientras voy a mi pieza a traer el dinero y.... ¡no me ve más!".
Pillos así había de toda clase. Pungas, lanzas, escaperos, monreros, salteadores, cuenteros y estafadores. También tenderas, ladronas domésticas y mueleras. "Los detectives de la época patrullaban y cuando veían a uno se le acercaban y le decían: 'te espero en el cuartel en 30 minutos'. Cuando llegaba el detective, ahí estaba el delincuente esperándolo. Había menos población, menos delincuentes y eran conocidos", señala Preller.
Han cambiado los nombres, los montos y las formas, pero la esencia de los delitos se mantiene. Los monreros, por ejemplo, robaban utilizando una ganzúa o se escondían en el baño de una tienda hasta el cierre. "Ahora son los que roban con fuerza, rompen puertas, vidrios, incluso, los alunizajes", explica el jefe policial. Los salteadores asaltaban en bandas en los caminos rurales. "Hoy no existen, pero ahora algunos asaltan en las carreteras, tirando piedras", acota.
Sobreviven las tenderas (son las actuales mecheras), los escaperos o lanzas se internacionalizaron y los cuenteros aún ocupan el balurdo (el rollo de un billete relleno de papel) o roban con "una buena pinta". Lo dice un policía: "Por ejemplo, un cuentero de ahora, bien vestido, es el que robó un auto de más de 40 millones en el sector oriente. Los delitos se van transformando y se van profesionalizando. Es cosa de ver las estafas, que ahora se hacen por internet".
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