Aruba quiere lujo

<P>Esta diminuta isla, famosa por sus espectaculares playas y tiendas libres de impuestos, ha comenzado a reenfocarse hacia el mercado del lujo. Para eso, hoteles, campos de golf y restoranes apuestan por darle más glamour a este pedazo de tierra que flota frente a Venezuela. </P>




Aunque en Aruba por ley no existen playas privadas, el trabajo de Donald tiene que ver con una que en la práctica sí lo es. Él maneja la lancha que sale cada 20 minutos, como si estuviera en la Baticueva, desde el hall del hotel Renaissance, en pleno centro de Oranjestad, hasta la paradisíaca isla que la cadena tiene mirando hacia la costa venezolana.

Ya de vuelta, con el mismo sentido del espectáculo que tenía el Batman de los sesenta, Donald -de unos 50 años, bigote a lo Tom Selleck y gorro con un ancla bordada- detiene la lancha cerca de la pista de aterrizaje del aeropuerto local, revisa su reloj, deja muy claro que está calculando algo y finalmente mira al horizonte desde donde aparece un inmenso avión que pasa sobre el bote. Después escucha la exclamación de su circunstancial tripulación y retorna a tierra firme satisfecho de su manejo.

Ya en el hotel los 20 turistas colorados que iban en la lancha se pierden por sus dependencias. Unos van a la barra de la piscina por una de las excelentes cervezas locales Balashi; otros, a relajarse todavía más en el spa; y la mayoría usa el resto de la tarde azotando sus tarjetas de crédito en el mall de tiendas de lujo -como Bulgari, Gucci, Cartier o Louis Vuitton- que rodea al Renaissance.

Caroline es una de las jóvenes que trabaja en estas tiendas. Como la mayoría de los habitantes de esta isla, es gentil y políglota -muchos hablan neerlandés, inglés, castellano y papiamento, la lengua local-, aunque cuando le preguntan por su clientela hace economía de palabras: "Acá compra gente que es… rica", cuenta y explica que son personas que en un ataque de consumismo gastan mil doscientos dólares en un par de horas, aprovechando los precios libres de impuestos, una práctica que se está haciendo habitual en esta isla, que cada vez recibe más personas que apuestan por playa, compra y lujo en sus vacaciones.

Eso de que el pasto siempre es más verde en el patio del vecino no corre en Aruba. Las pocas lluvias y los vientos alisios que soplan constantemente producen un clima ideal para la playa, pero también un paisaje bastante árido, de cactus y arbustos bajos. El pasto sencillamente no se ve y por eso los tres campos de golf que hay en la isla son una excepción.

Desde el lujoso restorán Windows on Aruba (www.windowsonaruba.com) parte del complejo Divi Resort, se puede ver uno de ellos. Ahí el joyero holandés Maurice Janssen, presidente de la Asociación de Golf del Caribe holandés, me da la bienvenida unas cinco veces mientras mira los regadores funcionar sobre el campo. Se trata probablemente de la única persona en Aruba que anda con traje y corbata y cuenta que en la isla se organizan 170 torneos de golf al año, la mayoría de nivel amateur. "Lo que queremos es acercar ese lujo a los jugadores chilenos", dice el joyero explicando el plan: los golfistas vienen con sus familias por el fin de semana, se quedan en el Hotel Ritz, durante el día del torneo, sus esposas salen de compras, sus hijos disfrutan de la playa y el lunes ya están todos de vuelta en Chile.

El Ritz-Carlton del que habla Janssen fue abierto a fines del año pasado. Se trata de una nada discreta construcción con 320 habitaciones, todas con vistas al Mar Caribe, que pueden llegar a costar más de ocho mil dólares la noche. Es el lugar elegido por muchos de los famosos que visitan la isla. Uno de los últimos fue el futbolista argentino Sergio "Kun" Agüero quien pasó por ahí después de la final del Mundial.

El hotel colinda con el ondero sector de Palm Beach, donde estudiantes holandeses hacen pasantías en tienditas o coquetos puestos de playa, como el Moomba Beach restorant (moombabeach.com). Por algo en esta playa también se instalaron otras cadenas hoteleras, como Radisson y Marriott, que ampliaron la fauna turística con profesionales estadounidenses que se sacan muchas selfies, uno que otro ruso con dinero, industriales venezolanos que hablan pestes de Maduro a quien los quiera escuchar, jubilados que llegan de vacaciones en medio de sus vidas de vacaciones en Miami y jóvenes gritones y fanáticos de los deportes náuticos.

¿La nueva moda? El paddleboarding, que consiste en remar de pie o de rodillas sobre una tabla de gran tamaño y se ha hecho conocido porque es el hobby de celebridades, como Rihanna y Shakira. En Palm Beach los enseña Dennis Martínez (www.arubasurfschool.com) y con una clase de una hora -60 dólares-, algo de voluntad y poco viento ya se logra estar encaramado en la tabla sin problemas.

Al abandonar este sector de la isla, cruzando la calle del lujoso Ritz, está Boardwalk (www.boardwalkaruba.com), un hotel boutique que hace tres años compraron las hermanas belgas Kimberly y Stephanie Rooijakkers. Ellas transformaron una alicaída villa de inspiración budista en un lugar que hoy según el New York Times es "el secreto mejor guardado de la isla". Son 14 casitas de 70 metros cuadrados, cada una con distinta decoración y todo lo que se necesita para ser feliz: hamaca, parrilla y aire acondicionado. Los precios van desde los 200 dólares por noche.

Después de la tarde en Palm Beach, muchos pasan por un cóctel a la Trattoria El Faro Blanco (www.aruba-latrattoria.com), en la punta noroeste de la isla. El restorán se llena en los atardeceres de turistas que buscan románticas instantáneas con el sol poniéndose a sus espaldas mientras toman Arriba Aruba, el aguachento trago típico de la isla. Finalmente muchos de ellos terminan comiendo en el restorán Papiamento (www.papiamentoaruba.com), donde dicen que va la familia real holandesa cuando visita Aruba. En esa misma línea otra opción es el recién estrenado The Kitchen Table, donde el famoso chef arubiano Urvin Crues prepara menús de siete tiempos con recetas típicas de la isla que después explica con mucha paciencia. Del otro lado, el filipino Carlitos Castillo detalla los vinos para cada plato, mientras cuenta que dejó su empleo de restaurant manager en el crucero Caribbean Princess porque quería insertarse en el mercado del lujo. "En este trabajo conozco gente interesante, grandes nombres. Vienen ministros y visitas importantes", dice. Para ocupar una de las 16 sillas que rodea la cocina de Urvin Crues hay que pagar 174 dólares.

Pero claro, no a todos les gusta la playa ni los restoranes y hoteles de lujo. Para ellos también hay alternativas: una es salir a pescar, servicio que ofrecen varias empresas con yates de 44 pies que por unos 400 dólares traen capitán, tripulación y comidas para salidas de cuatro horas en grupos de cuatro personas. Si alguien no está interesado en la pesca, se marea o aburre, puede irse a la popa a tomar sol o mirar los delfines que acompañan los yates. Los capitanes cocinan parte de la pesca en alta mar y ese día toca barracuda, un pez carnívoro y papiche, una especie muy popular en aguas cálidas y nada de mala.

Ya en tierra firme una buena alternativa para alejarse de los hoteles cinco estrellas es cruzar hacia la cara este de la isla, la que mira al Atlántico, hasta el parque nacional Arikok. Parecido en términos de paisaje a Fray Jorge en Chile. La reserva tiene una piscina natural donde se puede bucear en medio de una escenografía imponente. Ahí, una familia de guatemaltecos cuenta que les gusta "porque es distinto, más 'europeo' que el resto del Caribe". Lo difícil es que no cualquier vehículo funciona en los abruptos caminos hacia la piscina natural, pero hay empresas como De Palm Tours (www.depalmtours.com), lleva en jeeps 4x4 por 99 dólares.

Cuando voy de vuelta por esos mismos caminos comienzo a comprender qué entienden por lujo los habitantes de un paraíso tropical como este cuando veo a Amaira, una dedicada y nada pequeña funcionaria de la oficina de turismo local, encaramada sobre un frágil arbusto comiendo matas de Shimaruco, un fruto que sólo florece una o dos veces al año en la parte norte de la isla y que no se encuentra en el Ritz, ni se compra en Gucci, Cartier o Louis Vuitton. Un verdadero lujo.

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