Así se levanta el World Trade Center

<P>En estos 65.000 m2 se trabaja sin descanso. Seis días a la semana, 16 horas diarias. En septiembre se conmemorarán aquí los 10 años del atentado que convirtió al World Trade Center en ruinas. Pudimos entrar a la Zona Cero. Y nos topamos con grúas, camiones, obreros que hablan poco, un memorial repartido en dos piscinas, una plaza de robles y un edificio que suma pisos para ser el más alto de EE.UU. </P>




En el sitio del World Trade Center se respira más ruido que polvo. Caminando entre las grúas, los contenedores y el suelo a medio construir, es aún más difícil escucharse que en las ya muy ruidosas calles del Bajo Manhattan. Una grúa eleva vigas de acero, un camión transporta cemento, allá se perfora y se corta acero, y obreros con cascos blancos apuran el paso moviendo pastelones. En este pedazo de tierra de 65.000 m2 se trabaja 16 horas diarias, seis días a la semana, para construir simultáneamente dos de los cinco rascacielos planeados para el lugar, un gigantesco centro multimodal de transportes subterráneo, un centro de visitas que en su subterráneo aloja un museo, y un memorial para los fallecidos en los atentados del 11 de septiembre.

Nadie de los que están aquí, trabajando con apuro, puede darse el lujo de tardarse más de la cuenta. En pocas semanas se cumplirán 10 años de esos atentados, y a la ceremonia de conmemoración asistirán el Presidente Obama, el ex Presidente George W. Bush y todos los gobernadores que el estado de Nueva York ha tenido en esta volátil década. Para entonces ya deben estar listos, al menos, el Memorial del 11 de Septiembre -dos gigantescas piletas hundidas y emplazadas exactamente sobre la huella de las Torres Gemelas- y la arbolada plaza que lo rodea. Por la forma en que todos corren ahora intentando poner cosas en su lugar, a pesar de que Nueva York lleva días sufriendo una aplastante ola de calor, la sensación es la de una fiesta en la que se hacen los últimos arreglos antes de que lleguen los invitados.

Fiesta triste, pero fiesta al fin.

La historia, para llegar hasta aquí, ha tomado años. La reconstrucción del sitio del World Trade Center pasó de ser un proyecto nacional (¿cómo olvidar a Bush en medio de las ruinas prometiéndole al mundo, a través de un megáfono, levantar las torres?) a un interminable conflicto político, comercial y judicial entre autoridades y empresarios neoyorquinos. Parte del problema era que apenas seis semanas antes de los atentados, la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, entidad propietaria del World Trade Center, le había arrendado los edificios al empresario inmobiliario Larry Silverstein. Cuando los dos aviones impactaron las Torres Gemelas, los seguros contratados por Silverstein para los seis edificios del complejo eran tan recientes que aún no se habían resuelto todos los detalles. Eso, como era de esperar, derivó en una larga disputa del empresario con las aseguradoras.

En esta década -la década perdida del World Trade Center- hubo cuatro gobernadores de Nueva York, cambios de arquitectos, nombres y diseños para los edificios, y una creciente frustración ciudadana. En medio del desorden -incrementado por la lenta recuperación de la actividad económica del Bajo Manhattan y la crisis económica de 2008-, muchos llegaron a dudar de que hubiese una reconstrucción seria. Pero, poco a poco, las cosas comenzaron a avanzar. En 2007 se resolvió el conflicto con las aseguradoras, con un pago total de US$ 4.550M, lo que aseguró parte de los fondos necesarios. Y el viento, finalmente, pareció comenzar a soplar mejor sobre las ruinas.

***

Fines de julio de 2011. A pesar de la ola de calor que ha roto récords de temperatura y de que es temprano por la mañana, los turistas ya cierran el círculo contra la alambrada del World Trade Center. Esquivándolos, hombres y mujeres de traje entran y salen de edificios vecinos a la Zona Cero, que despiden bocanadas de aire gélido a través de sus puertas automáticas. Mientras, desde la estación del tren PATH llegan los oficinistas que viven en Nueva Jersey. Por un costado de esa estación aparece Hunter, comisionado por la Autoridad Portuaria para ser nuestro guía por el interior del lugar.

"Es mi primer día haciendo visitas para la prensa", confiesa este veinteañero. Tampoco para nosotros ha sido fácil entrar aquí: ganarse un cupo en esta visita significó meses de paciencia, llamados por teléfono y correos electrónicos. Tras un casi inexistente chequeo de seguridad -sorprendente si consideramos lo que está en juego- y recibir chalecos fluorescentes y cascos de construcción con un dibujo de las Torres Gemelas y una bandera estadounidense flameando sobre ellas, entramos al World Trade Center por una puerta lateral.

Parados sobre una plataforma emplazada entre contenedores en el costado norte del sitio, se abre a nuestros pies un agujero de varios pisos de profundidad. Ahí se construyen los túneles que conectarán el centro de transporte con 13 líneas de trenes subterráneos y las líneas de Nueva Jersey a través de un enorme centro comercial subterráneo. Al fondo, a la izquierda, se eleva la construcción del 4 World Trade Center, torre que alcanzará 297 metros de altura y que actualmente se empina a 44 pisos de los 72 que tendrá. Y a nuestra derecha, tan cerca que nos obliga a forzar el cuello para apreciarlo, el 1 World Trade Center brillando bajo el sol.

El plan para la Zona Cero -luego de remover 1,5 tonelada de escombros- contempla cinco torres. Además de las ya avanzadas 4 y 1 -a las que ahora veo en pie, muy cerca de mí- está la número 2, de la cual sólo están listos sus cimientos; la número 3, cuyo espacio lo marcan unas grúas que inician los primeros trabajos, y la 5. Esta última está suspendida por el momento.

Junto a mí, unos camarógrafos británicos hacen panorámicas del sitio. Intentan capturar su febril actividad. El reportero del equipo espera a un costado. Cuando su productor grita "¡acción!", da seis pasos hasta el borde de la plataforma, apoya sus manos en la baranda, mira el sitio como si lo descubriera por primera vez y habla con calculado histrionismo. Aunque eso moleste, no me atrevería a juzgarlo: el World Trade Center siempre nos producirá una mezcla de pudor y morbo. Aunque sea sólo por un momento, todos estamos aquí de voyeristas.

Mientras subimos apretados por un costado del 1 World Trade Center en el ascensor de construcción "expreso" que conecta el suelo con el piso 39 de la torre, su operador, Richard Brothers, no se inmuta. A pesar de su pelo blanco y sus 63 años, el obrero de Long Island mira el cielo aparecer entre la rejilla del ascensor sin mover un músculo.

"No cuento las veces que me toca subir y bajar todos los días", dice, sentado bajo una plancha de madera cubierta con autoadhesivos de equipos deportivos locales, sindicatos de obreros y leyendas como "Protege a Estados Unidos del terrorismo". En un rincón, una imagen en blanco y negro de Osama bin Laden siendo devorado por el águila norteamericana, con la bandera estadounidense de fondo.

"Pero me gusta mucho más estar aquí adentro que trabajando allá afuera", continúa Brothers. Y tiene razón: aquí, al menos, disfruta de la sombra, mientras afuera se inicia otra jornada en que la temperatura llegará a los 40 grados.

El piso 39 es la base de operaciones de la parte alta de la torre. Para llegar más arriba hay que tomar ascensores más pequeños y subir por escaleras, algo que, para nuestra decepción, no es posible con el tiempo que dura esta visita. Implicaría al menos una hora más. Subir y bajar de lo alto de la torre es tarea complicada. Por eso, para simplificar las cosas, la compañía de sándwiches Subway instaló, dentro de un contenedor, un restaurante que atiende exclusivamente a los obreros que trabajan en los pisos superiores. La gracia: el contenedor va subiendo conforme avanza la construcción.

Aquí arriba, este piso ya cuenta con su cobertura de vidrio, aunque todo el resto sea cemento y materiales crudos. Todo lo que alguna vez será el silencio de una oficina en una torre de última generación, es ahora ruido. Al igual que sucede cientos de metros más abajo, los trabajadores -sólo en esta torre hay 750 obreros- caminan apresurados y con cara de trabajar contra el tiempo, aunque estén dispuestos a conversar brevemente.

-¿Puedes sacarle una foto a mi jefe?- pregunta uno, entre risas.

-¡Claro que estoy orgulloso de trabajar aquí! Mi mamá se casó en Windows of the World, el restaurante ubicado en la antigua Torre Norte- grita otro.

Y escuchando esa mezcla de orgullo y nostalgia, y frente a la impresionante vista que hay desde donde estamos -con girar la cabeza o caminar un par de pasos es posible ver rascacielos, plazas, carreteras, Brooklyn y Nueva Jersey, los dos ríos que delimitan a Manhattan y el final de la isla-, es imposible no pensar en las Torres Gemelas. Y buscar en este reemplazante algún vestigio de ellas.

Sólo estuve una vez en las Torres Gemelas. Una noche en 1998. En el piso 107 de la Torre Norte, en un bar llamado The Greatest Bar on Earth, un DJ francés presentaba en vivo su nuevo disco, mientras una rockera colombiana se contoneaba sobre la pista y un tipo que vestía unas prótesis que parecían emular al Joven Manos de Tijera se acodaba en la barra. Era una noche de neblina tan espesa que no podía verse casi nada a través de las delgadas ventanas que iban del techo al suelo. La sensación era de estar flotando en las nubes.

Pero no, no hay vestigio de las Torres Gemelas en el 1 World Trade Center. Sólo la ambición de llegar más y más arriba. Desde aquí se ven las huellas de las dos torres, ahora convertidas en las piscinas del memorial. Y puede que sea el efecto de la altura, pero como suele suceder con las cosas que hemos visto miles de veces en televisión o fotografías, a la hora de la realidad parece inconcebible que esas torres hubiesen cabido alguna vez en esos cuadrados dibujados sobre el piso.

Por si no ha quedado claro: el 1 World Trade Center es la torre más importante de todas. La emblemática. Esta soleada mañana, se empina a 76 pisos. Tendrá 104 el próximo año. Desde varias partes de Manhattan y sus alrededores ya se ve su estructura asomándose entre los edificios de la isla. Sus costados están formados por largos triángulos que alternan sus bases -una arriba, la siguiente abajo-, haciendo que el edificio parezca tener cuatro costados cuando en verdad tiene ocho, y que el techo esté girado en 45 grados respecto de su base. Los 417 metros del edificio igualarán la altura de la Torre Norte de las Torres Gemelas y desde ahí, en un cursi gesto patriótico, una antena forzará la altura del edificio hasta los 541 metros, es decir, 1.776 pies: referencia al año de la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Por eso, se llamaba originalmente Freedom Tower, y muchos aún la llaman así.

Gestos más o gestos menos, será el edificio más alto de Estados Unidos y el objeto que pretende sustituir a las Torres Gemelas en nuestra imaginación. Y por eso, nada ha sido dejado al azar, especialmente cuando se trata de pensar en un posible atentado. Su base es un imponente cubo de cemento de 57 metros de altura, capaz de resistir el impacto de un autobomba. Pensando en la pesadilla del 11 de septiembre, los escapes tienen el doble del ancho exigido por los códigos de construcción, hay puntos de reunión para el escape en cada piso y los bomberos tienen sus propias escaleras de acceso. Habrá un sistema especial de comunicaciones de emergencia, el sistema de aire será capaz de filtrar componentes químicos y biológicos del aire, y los ascensores estarán protegidos de incendios por una estructura propia. Tendrá los estándares de seguridad de las embajadas norteamericanas en países hostiles.

Como si eso no bastara, el 1 World Trade Center generará parte de su propia electricidad con energía limpia, usando calefacción de vapor y recolectando agua de lluvia para usarla en su sistema de enfriamiento.

Pero ahora, mirando al edificio, queda claro que tanta maravilla existe más bien en los planos. Esto es lo que veo esta mañana: una estructura hueca que intenta llegar al cielo, donde la parte más alta es sólo estructura de fierro; más abajo, una sección donde el fierro ha sido cubierto por cemento; y, en los pisos inferiores, la brillante cortina de vidrio que revestirá todo el edificio, subiendo como una enredadera.

De vuelta en la tierra, comenzamos a rodear el memorial dedicado a los 2.982 muertos en los atentados del 11 de septiembre, que incluyen también a los seis fallecidos en el ataque explosivo a las Torres en febrero de 1993. Según la Autoridad Portuaria, las piletas de casi 4.000 m2 de superficie y más de nueve metros de profundidad son "las mayores cataratas artificiales de Norteamérica". En sus bordes se han inscrito los nombres de todas las víctimas, y por sus paredes caerá incesantemente agua hacia su centro. La idea, me explican, es simular la eternidad. Y para que esa eternidad funcione, un sofisticado sistema impedirá el congelamiento del agua en los gélidos inviernos neoyorquinos.

Al memorial lo bautizaron "Reflejando la Ausencia". Y rodeándolo, hay un parque que espera tener 400 árboles, principalmente robles blancos plantados sobre un diseño que les permitirá que sus raíces crezcan sin restricciones y, al mismo tiempo, ayudar al enfriamiento del Museo del 11 de Septiembre, que será subterráneo y se inaugurará en septiembre de 2012.

Muchos de esos árboles ya están en su lugar, pero en medio de ellos, sin ningún cartel ni protección, se levanta el más simbólico. Es el "Arbol Sobreviviente": un peral de Callery, que fue uno de los siete árboles rescatados del lugar tras el derrumbe y que fue cuidadosamente recuperado en un parque del Bronx, donde creció de 2,5 a 10 metros. Tras haber sido replantado aquí, en mayo pasado -luego del asesinato de Bin Laden- Obama depositó sobre él una corona en honor a los caídos en los atentados. Fue su primera visita al lugar como Presidente.

A pocos pasos de ahí, a la sombra de otro árbol de esta plaza, Justine (23), de la oficina de comunicaciones de la Autoridad Portuaria, mira los trabajos. En un sitio repleto de obreros, su casco blanco no alcanza a esconder su delgada figura, su largo pelo negro y sus anteojos Ray Ban.

"¿Por qué tendría que darme escalofríos venir a trabajar aquí?", dice, con desconcierto, cuando le pregunto si todavía se emociona al caminar por este lugar que muchos familiares de las víctimas llaman "tierra sagrada".

"Yo no perdí a ningún ser querido y tampoco vivía aquí", agrega, con frialdad. Difícil criticarla: cuando ocurrieron los atentados, era una chica de 13 años en Pensilvania. Su mundo siempre ha sido post-11 de septiembre, post-Torres Gemelas.

"Lo que sí me emociona es ser parte de la reconstrucción. Cuando llegué, hace 10 meses, íbamos en el piso 29", dice sonriendo. "Y mira dónde vamos ahora".

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