Baile Chino: El legado quechua que se resiste a desaparecer
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px;">Miles de personas celebraron, tal como lo hacen cada año, la Fiesta de la Candelaria, donde los protagonistas son los bailes que recientemente fueron declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Este reconocimiento llega para ayudar a la preservación de esta tradición que se está viendo amenazada por el paso del tiempo.</span></font>
Cuando Carlos Bacho tenía 15 años le hizo una manda a la Virgen de la Candelaria de Copiapó. Como su madre estaba muy enferma se encomendó a la patrona de su ciudad y le ofreció formar parte de los bailes chinos por cinco años, a cambio de su recuperación. Su mamá se mejoró y Carlos cumplió su promesa. Pero, según él, la conexión que se produce al venerar a la virgen mediante la danza es “difícil de cortar”, por lo que al cumplir la manda siguió bailando. Hoy tiene 71 y es alférez del baile número 6 de Copiapó, y por más que ha intentado retirarse, no ha podido. “Cuando se acercan las fiestas, no me doy ni cuenta y ya estoy preparando mi traje para partir de nuevo”, cuenta.
Un baile chino, nombre que proviene del quechua en el que “chino” significa servidor, es una agrupación de músicos danzantes y devotos de la virgen, donde los protagonistas son los hombres. Su fe se manifiesta a través de instrumentos como las flautas o los tambores y del baile, una serie de saltos que se inician con el cuerpo doblado en cuclillas, brincando sobre un pie y luego sobre el otro, movimiento que se repite por horas. El canto lo da un abanderado que va improvisando cuartetas octosílabas cuyos versos finales son coreados por el resto del grupo como en un rezo. “El alférez chino es una persona brillante, o sea, los buenos alférez son los que son capaces de improvisar e improvisar y no perderse con la métrica, por ejemplo, del verso. Ahí se forma un éxtasis, un estado alterado de conciencia en donde puede surgir la comunicación con la deidad”, explica Cristián Prado, antropólogo de la Universidad de Chile que investiga este tema hace 12 años.
Los primeros rastros de esta tradición datan de 1585 en Andacollo, por lo que se cree que el baile nació en ese lugar entre mineros del Norte Chico. De ahí se habría ido difundiendo a otras zonas del país, especialmente la central, I y III Región, en las que ha ido asumiendo características distintivas. Pero las congregaciones de bailes chinos se mueven por distintas fiestas religiosas, como por ejemplo la veneración de la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Andacollo, el 26 de diciembre, una de las más masivas y a la que llega la mayoría de las cofradías chinas como la que lidera Carlos Bacho, quien asiste aunque eso implique pasar la Navidad lejos. “Un año nadie llegó a la citación para ir, así que me fui a pasar por primera vez la Navidad con mi familia. Pero cuando estábamos comiendo no aguanté más, me tuve que ir igual. Es un amor muy grande que me nace por la virgen, sobre todo por la de Andacollo”, cuenta.
Otra virgen importante para Bacho es la perteneciente a su natal Copiapó, la Candelaria. Esta advocación se manifiesta principalmente en el norte del país, pero su festividad es celebrada en diversas zonas del territorio chileno, como la Región del Biobío, de Los Lagos y de Los Ríos. Este rito empieza el 2 de febrero con el cumpleaños de la virgen y sigue hasta el siguiente domingo de esa fecha, día en que se presentan los bailes religiosos en la procesión que este año, al igual que los anteriores, reunió cerca de 80 mil fieles.
Conflictos internos
Juan Francisco Bascuñán, fotógrafo y autor del libro Chile Imágenes de lo Humano y lo Divino, dice que la gente que asiste a este tipo de fiestas religiosas pertenece a familias o grupos que buscan un momento especial para agradecer o pedirle algo a Dios de diversas formas: en silencio, bailando, cantando o tocando flauta. “Son personas con una profunda fe y respeto”. Sin embargo, esa conexión tan potente que alcanzan danzantes y público asistente ha traído más de un conflicto entre la Iglesia y los que participan en los bailes chinos.
Una característica típica de los chinos es la autonomía en su expresividad y devoción, lo que muchas veces ha incomodado al clero. “En términos históricos siempre ha existido esa tensión. En algún momento esta práctica se consideró hereje por la forma de los bailes y los instrumentos que tienen rasgos indígenas muy marcados”, explica el antropólogo Cristián Prado. Según él, la Iglesia ha intentado normar estos bailes pero con poco resultado. “En La Ligua un año tuvieron problemas porque los curas pusieron otro baile al final en vez de los chinos. Estos se enojaron y se produjo una pelea en la misma procesión. Al final igual cantaron en el momento que ellos querían hacerlo. Totalmente rebeldes”, recuerda. Aunque según el investigador estas peleas se dan con más frecuencia en la zona centro, el alférez Carlos Bacho cuenta que también hay roces en Copiapó. “A veces los bailes chinos y los curas no concuerdan, porque nos restringen mucho. Nos piden ir a las catequesis y si no vamos nos castigan. Y a veces trabajamos y no podemos ir”.
Según el antropólogo Daniel González, también se produce una disputa en torno a quién dirige: “El alférez chino canta y lleva la palabra, no el cura. El alférez transmite lo que se siente en ese momento de devoción y ahí se origina un conflicto grande”, explica González, quien es uno de los autores del libro Será hasta la vuelta de año. Historias y memorias de las festividades religiosas y los bailes chinos del Norte Chico, el que fue parte de la documentación que se envió a la Unesco al postularlos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El chino es más emotivo, y eso según Prado ayuda a que sean más masivos que las misas: “Es mucho más creíble, apela a lo que tienen todas las religiones exitosas, un componente emotivo con la deidad y la relación comunitaria, que es la gracia del vínculo religioso”, concluye Prado.
Eso ha contribuido a que los bailes chinos hayan adquirido tanta importancia y significación, lo que ayudó a que el año pasado se convirtieran en la primera danza nacional que ingresó a la lista de patrimonios inmateriales de la Unesco, dejando atrás a otros bailes tradicionales como la cueca.
Patrimonio Inmaterial
En 2008 Chile suscribió la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, comprometiendo así una política pública orientada al cuidado de las tradiciones. Desde entonces, se activaron iniciativas como la exitosa postulación de los bailes chinos a la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, solicitud que hicieron casi 30 bailes chinos con patrocinio del Estado chileno. “En 2012 empezamos a recorrer las diversas agrupaciones de este tipo para trabajar en conjunto la creación del expediente. La idea es que este tipo de iniciativa surja de la sociedad civil”, cuenta Christian Báez, jefe de la sección de Patrimonio Cultural del Consejo de Cultura.
El 26 de noviembre de 2014 y tras dos años de investigación, la Unesco le concedió este reconocimiento a los bailes chinos, en París, tras una deliberación en la que participaron 950 representantes de 24 países. Según la Unesco, ser nombrado Patrimonio sirve principalmente para dar respuesta a las amenazas que se presenten sobre el patrimonio vivo o inmaterial, derivadas de los procesos contemporáneos de mundialización y de las transformaciones sociales sin precedentes en la historia de la humanidad. La idea es ahora generar políticas e incentivos que ayuden a difundir y preservar esta expresión cultural. “No podemos permitir que pase lo mismo que en Valparaíso, donde subieron los precios viéndose afectados por la declaratoria y matando la vida de los sitios. Para eso estamos trabajando directamente con los bailes chinos”, declara Báez.
Uno de los desafíos será ahora encontrar la forma de ayudar a resolver los problemas de financiamiento que tienen los chinos, y sobre todo buscar fórmulas que garanticen la preservación de esta tradición que está amenazada.
Las nuevas generaciones
El chino Emilio Carvajal (27) nació prematuro y era un niño enfermizo, por lo que su madre se encomendó a la Virgen de la Candelaria de Copiapó y le prometió que apenas su hijo se mejorara, sería parte de un baile chino, al igual que sus dos hermanos mayores. Fue así como a los 5 años el niño ya sano empezó con la danza y no la dejó más. Ahora, además de sus dos hermanos, su sobrino de 14 y sus dos hijos de 7 y 2 años, también ya se han involucrado en esta tradición. “Nunca me dio vergüenza bailar, es algo que me enorgullece y creo que a mis hijos también les va a pasar lo mismo, porque ven que yo soy feliz bailando y lo haré hasta que me muera”, confiesa Carvajal.
Pero como él, cada vez hay menos. La tesis de la investigación enviada a la Unesco, y realizada por los antropólogos Daniel González y Rafael Contreras, es bastante categórica: la disminución de los bailes chinos es tan notable que podrían desaparecer. “En la Cuarta Región, sobre todo, es considerable. Esto debido al envejecimiento de los integrantes y la falta de renovación. No hay jóvenes que quieran bailar chino y hay muchos otros bailes de instrumento grueso, como se les llama, en los que los jóvenes se integran porque son muchos más modernos”, cuenta el antropólogo Daniel González.
La investigación plantea que la falta de renovación de los danzantes se debe a que el diálogo entre abuelos y nietos, que es una instancia a través de la cual se traspasan muchas de estas tradiciones, está totalmente cortado por una cultura moderna del consumo. Antes de la llegada de la luz, que en algunas de estas zonas apareció solo hace 15 años, las danzas religiosas eran una forma de entretención importante. Ahora hay otros estímulos. “Los nuevos integrantes de la familia no quieren bailar, no reconocen esta expresión como algo de ellos, ven que sus abuelos lo hicieron, pero ellos no quieren continuar con esto, hay otros anhelos, otras distracciones”, explica González.
Como consecuencia no hay alférez, los artesanos no transmiten sus saberes ni se están construyendo instrumentos. “El Estado debe crear condiciones para que haya nueva gente. Los chinos tienen que saber expresar lo que necesitan y el Estado tiene que saber escuchar y ayudar respetando la autonomía de los bailes chinos”, afirma el antropólogo. Según los investigadores se necesita un desarrollo desde adentro y reconocimiento de las mismas familias que históricamente constituyeron los bailes chinos y que ahora son las que justamente se han alejado de su propia historia. “Este es un trabajo minúsculo, delicado y difícil, entonces no sé si se va a poder hacer. Se está empezando y todo tiene su ritmo y es un ritmo lento”, concluye González.
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