Beatriz Sarlo: "Aprendí a ser viajera en América Latina"

<P>La respetada intelectual habla de <I>Tiempo pasado</I> y el volumen <I>Viajes</I>.</P>




La inquieta atención crítica de Beatriz Sarlo nunca es previsible. Lo mismo puede abordar la literatura popular que la configuración de la ciudad, los escritos de Borges o el comentario político de actualidad.

En dos de sus libros más recientes adopta líneas aparentemente contrastantes. En Tiempo pasado se pregunta, un poco a contracorriente, por las razones del "giro subjetivo" y cómo el descrédito teórico del testimonio en primera persona había adquirido, no obstante, un estatuto superior en determinadas circunstancias.

En Viajes, sin embargo, incursiona en uno de los géneros más autobiográficos, reconstruyendo una serie de travesías de juventud, la mayoría en los 60 y 70, y una muy posterior (Islas Malvinas, en 2012). Recorriendo una América Latina atravesada por aires revolucionarios, sin documentarse, ha de dormir en un leprosario, encontrarse con los jíbaros, caminar por la montaña o la selva, pasar del frío extremo al calor sofocante.

Marcados por lo imprevisto, son también viajes al pasado en los que Sarlo (Buenos Aires, 1942) procura ser fiel a ese momento, con todas las convicciones y todo lo que sabía o ignoraba. No faltan, con todo, los comentarios cuya filosidad no pueden sino ser actuales. Hablando de la situación económica de los habitantes de las Malvinas, señala que no se puede se pobre en un lugar con tanto frío; en sus estadías en un pueblo del norte de Argentina que visitaba de niña, recuerda a una pariente que solía tener dolores de cabeza: "Las mujeres con jaqueca sólo podían ser burguesas", apunta, pues las trabajadoras no podían permitirse esa opulencia.

En imágenes, en fotos no incluidas en el libro -enviadas por uno de sus compañeros de viaje, Alberto Sato, quien se avecindaría en Chile- y en el recuerdo, Sarlo pareciera mirarse, sin cinismo y sin nostalgia, con una dureza no carente de ternura, por el progresismo candoroso de entonces, por la búsqueda de "lo latinoamericano" o por la "superstición futurista" que confía en el desarrollo (en el caso de Brasilia) más que en toda pretensión ecologista, noción que entonces no existía. "Tomo sus palabras y agrego: nunca fui nostálgica y mi 'futurismo', de algún modo, persiste", señala.

Su libro Tiempo pasado cuestionaba los privilegios del testimonio...

En Tiempo pasado critiqué la idea del testimonio como única fuente de verdad, cuando el testimonio es considerado más poderoso que otros materiales escritos o visuales. En el libro de viajes, no pretendo instalar una verdad, sino una perspectiva sobre una experiencia realizada por mí y otros jóvenes, hace mucho tiempo.

Allí citaba a Sontag: "Es más importante entender que recordar". ¿Cuesta comprender muy cerca de lo narrado?

Depende de qué cercanía se trata: si los hechos transcurrieron hace mucho, quien los narra (en este caso yo misma) ya es alguien diferente de la mujer muy joven que los vivió. Mis viajes son una especie de arqueología de la experiencia y de arqueología de mi subjetividad de aquellos años.

¿Por qué decidió publicar un libro de viajes?

Porque, de pronto, sin que yo las esperara, Alberto Sato comenzó a enviarme desde Chile la versión digitalizada de las fotos de esos viajes. Al principio no sabía qué debía hacer con ellas. Luego empecé a darme cuenta de que, de algún modo, Sato me enviaba un mensaje cuyo contenido quizás él tampoco conocía del todo.

Eran viajes unidos por "lo inesperado" o "el salto de programa"...

El azar dominaba nuestros viajes porque sabíamos muy poco de los lugares que recorríamos. Incluso cuando buscábamos algo en especial, como una iglesita en la Puna jujeña o Brasilia, ciudad casi recién inaugurada, también sabíamos poco sobre lo que buscábamos. El "salto de programa" era casi cotidiano: íbamos conducidos por las casualidades de los encuentros.

Las Malvinas, ¿cómo se une con los juveniles?

Malvinas no está unido a mis viajes de juventud salvo en un aspecto: esos viajes por América Latina me enseñaron a viajar con los ojos abiertos, dispuesta a cambiar de opinión y a aceptar incluso aquello que no estaba buscando. Aprendí a ser viajera en América Latina aunque, después, haya viajado por muchos lugares, buscando a veces un museo, un edificio o una biblioteca, un bar o la puesta en escena de una ópera.

Rehúye la figura del viajero sabio...

Me gusta que eso sea evidente. Yo no sabía nada y cualquier otra perspectiva sería un fingimiento.

¿Hubo otros viajes? ¿Visitó Chile?

Sin duda que caminé por el sur de Chile, recorriendo el límite con Argentina y también atravesé en camión y tren el norte, por Antofagasta. Hubo otros viajes que no están en el libro, como los de las provincias argentinas sobre el Paraná y el Uruguay, los palmares, las sierras bajas, los salares, las travesías pampeanas.

Otros viajes, dice, "no serán escritos", ¿por qué?

Probablemente no me interesa el relato de una viajera "culta". Quizá sea por eso.

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