Bilbao: ciudad de metal
<P>Capital de Vizcaya, Bilbao es el punto más poblado del País Vasco. De un verde furioso, ha sabido caminar noblemente a lo largo de la historia. Hoy, quienes lo visitan se deleitan con su pasado glorioso y un modernismo que sorprende en cada esquina.</P> <P> </P>
INTENTAR EXPLICAR el encanto que tiene Bilbao y sus alrededores necesita de varios puntos a tratar. Para entender el porqué de la concentración de tantos atributos hay que remontarse al pasado. La historia dice que desde finales del siglo XIII, Bilbao ya gozaba de privilegios otorgados por la Corona de Castilla, los mismos que hicieron que esta zona tuviera un gran desarrollo portuario basado tanto en la exportación de lana como en la de hierro. Esto, proyectado en el tiempo y en el espacio, la vistió de riqueza y elegancia, haciendo que en 2010 recibiera el Nobel del Urbanismo.
Fundada en 1300, fue durante el siglo XVI cuando se consolidó como ciudad fluvial. En los siglos XVIII y XIX tuvo un desarrollo sostenido gracias a la industria siderúrgica, la naval, el comercio y la banca. Pero fue en el siglo XX cuando alcanzó su mayor crecimiento demográfico y económico. Florecimiento que duró hasta 1980, cuando vino la crisis que golpeó al sector metalúrgico y se comenzó a avanzar hacia un proceso de desindustrialización en que se perdieron miles de puestos de trabajo y la industria siderúrgica y naval -que habían levantado Bilbao- se vinieron abajo de golpe, dejando la ciudad casi por el suelo. Pero Bilbao no se dio por vencida y remontó impresionantemente para ya, a mediados de 1990, plantearse como una urbe de servicios, invirtiendo, sin escatimar, en infraestructura y en una regeneración urbana que tuvo como puntapié inicial e ícono de resurrección al Museo Guggenheim, construido por el reconocido arquitecto Frank Gehry en 1997. Hoy, esta ciudad que surgió del hierro se recubre de titanio, el mismo que se transforma en la piel del Guggenheim, atractivo turístico que la ha llevado a triplicar la cantidad de turistas que la visitan, en comparación con 15 años atrás. Casi un millón de personas llega cada año a pasear por la zona. Quizá, la primera visita que se debe hacer al estar aquí, recomendada para una mañana o tarde entera, ya que la inmensidad de su espacio interior da la sensación de pasear por una inmensa escultura donde la laberíntica obra La materia del tiempo, de Richard Serra, deja atónitos a quienes la visiten (abierto de martes a domingo, de 10:00 a 20:00, 13 euros).
Todo un fenómeno que ha provocado que reconocidos arquitectos quisieran sumar obras sobre tierras bilbaínas como fue la renovación del Metro encomendada al arquitecto británico Norman Foster, quien proyectó todo en acero inoxidable con una estética que parece ser parte de una película futurista. También está la Torre Iberdrola, construida por César Pelli y el plan de desarrollo de Zorrozaurre, encargado a la prestigiosa arquitecta ganadora del premio Pritzker, Zaha Hadid.
Tiendas populares y variados establecimientos dan ese sabor tan rico que tiene Bilbao. Las llamadas Siete Calles, donde nació la ciudad, que primero estuvo en intramuros y hoy se dejan caminar de la manera más exquisita cuando uno recorre el casco antiguo visitando las decenas de bares que ofrecen los famosos pintxos. Fórmula tradicional donde a una rebanada de pan se le monta una pequeña ración de comida. Si anda por la zona vieja hay que detenerse en el restorán Kasko, conocido por mezclar la cocina vasca tradicional con la moderna. También tienen un menú a la hora de almuerzo a muy buen precio.
Caminar y no parar, recorrer la amabilidad de esta ciudad hace que el andante cruce de un lado hacia el otro sobre La Ría. Desde su origen, esta desembocadura formada por los ríos Nervión e Ibaizábal, fue la arteria principal de Bilbao, sobre todo porque es navegable y la principal puerta de comunicación de la ciudad; de hecho, El Arenal fue el primer puerto donde están las edificaciones más importantes como el Ayuntamiento y el Teatro Arriaga, inspirado en el teatro de la ópera de París. Cerca está el Mercado de la Ribera, el lugar más visitado por su reconocida gastronomía y que debe su reputación a la cercanía que guardan estas tierras con el mar. Un imperdible para probar es el bacalao a la vizcaína o al pil pil y así empaparse de la idiosincrasia del lugar, donde, al igual que en todo el País Vasco, hay un bilingüismo entre el castellano y el euskera que se escuchan en cada rincón. Para un buen desayuno o parada durante el día está el Café Iruña (Calle Berástegui 4), activo desde 1907, está dividido en zonas muy diferenciadas, una para estancias cortas y otra que es un comedor pensado para tertulias y visitas más largas.
Gozadores de la buena mesa y las dilatadas conversaciones, así son los bilbaínos, quienes además tienen la costumbre de ir de chiquiteos, es decir, ir de bar en bar probando vinos y siguiendo una ruta fija con el grupo de amigos. Así, el que se quiera sumar, mira el reloj y ya sabe dónde pueden estar los demás.
Bilbao lo tiene todo si hablamos de cómo moverse o de conectar con los alrededores: aeropuerto, tranvía, metro, ascensores, autobuses y funicular. Como paseos recomendables para hacer por el día hay varias opciones. Una cerca es visitar, en Portugalete, el Puente Colgante de Vizcaya, una verdadera joya considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que une la orilla industrial con la residencial de la desembocadura de la Ría desde hace ya 100 años. También está el tren desde el centro de Bilbao hasta Guernica, para disfrutar de un paseo por el centro de esta urbe que fue bombardeada en 1937 por el ejército alemán. En el casco antiguo está el paseo por El Parque de los Pueblos de Europa con esculturas de Eduardo Chillida y Henry Moore, a un costado de la emblemática Casa de Juntas y el Arbol de Guernica.
Otra opción interesante es partir, por el día, al balneario vasco de Lequeitio y disfrutar de su excelente gastronomía, visitar la Basílica de la Asunción de Nuestra Señora e ir de pintxos en pintxos para después volver en bus a Bilbao por un lindo camino de verdes paisajes.
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