Buster Keaton, el hombre que no rió
<P><I>Entre lanzamientos y homenajes se celebran 50 años de la muerte del realizador y actor cómico. Figura hoy canónica del cine, su nombre suele gatillar comparaciones con su coetáneo Charles Chaplin.</I></P>
Cada vez que se vuelve a contar, la leyenda de Buster Keaton puede hacerse más mitológica, dependiendo del impulso de quien la cuente: que lo mató el sonoro, que lo mató el alcohol, que lo mataron el divorcio, la soledad y su escaso talento comercial. Que algo lo mató, figuradamente, y lo tuvo décadas como zombi después de haber sido una de las figuras más descollantes en la historia del cine.
La auténtica vida de Keaton tras la década de oro del cine burlesco, en los años 20, puede parecer gris hasta la sosedad. La vida de un señor que hasta su muerte, hace 50 años, vivió junto a su tercera esposa en un valle californiano, sin estrecheces ni opulencias, haciendo trabajitos redituables y que, meses antes de partir, recibió una de las ovaciones más estruendosas y prolongadas que recuerde el Festival de Venecia.
El caso es que ni en sus peores momentos, Keaton dejó de ser reconocido como el portento cómico que había llegado a ser. Por el contrario, su capacidad para sorprender y fascinar a nuevas generaciones sin explicaciones ni mediaciones culturales, lo tiene permanentemente en el canon fílmico, en particular gracias a La Generala ("la comedia más grande, la película más grande sobre la Guerra Civil y acaso la película más grande de todas", según Orson Welles).
El medio siglo de su fallecimiento, en febrero último, dio pie a diversos modos de celebrar. Acaban de aparecer en DVD y Blu-ray sus cortos remasterizados. Se estrena en Escocia una obra teatral sobre su vida y en varios festivales lo homenajean, incluyendo el de Valdivia.
Cara de palo
Joseph Francis Keaton (Piqua, Kansas, 1895) no se llamaba "Buster". El nombre se lo puso Harry Houdini, quien hacía shows con su padre y lo vio caer a muy corta edad escaleras abajo. "¡Esa sí que fue una caída fea!" -"That was a buster!"-, le dijo el célebre ilusionista. A sus padres les pareció que ahí había un nombre y se lo dejaron (o así lo contó Keaton en una entrevista).
Joe y Myra Keaton giraban por el país en los medicine shows, espectáculos de vodevil ofrecidos en carreta con toldo a modo de escenario, con vendedores de elixires codeándose con entretenedores de diversa especie. Buster se unió con sólo tres años a sus padres en un sketch donde era arrojado en distintas direcciones. El grupo pasó a llamarse The Three Keatons. Cuando cumplió seis se le presentaba como "Buster, asistido por Joe y Myra Keaton".
Tan tempranamente dotado era en su oficio, que según cuenta Ephraim Katz en The Film Encyclopedia, "muchos creían que en realidad era un enano disfrazado de niño". En 1917, cuando el acto familiar llegó a su fin por el alcoholismo paterno, Buster ya tenía un nombre en su oficio. Pero quería hacer cine.
Sin haber recibido educación formal y refutando a los intelectuales que lo vieron como uno de los suyos, Keaton fue un hombre de intuición en lo que toca a la mecánica de los gags, a la distribución de los elementos en el espacio y al rol de su propio cuerpo, enfrentado siempre a los elementos. En los años venideros, podrá vérselo en maniobras arriesgadísimas: cayendo de edificaciones, chocando vehículos, barriendo con una pequeña escoba una avalancha de basura, o a punto de que el frontis de una casa le perdone milagrosamente la vida. Y dado que nunca usó dobles, esto último es doblemente cierto.
En 1920 estrenó One week, primer corto bajo su dirección y la primera de varias obras cumbres: manteniendo su rictus inexpresivo -le llamaron "cara de palo" porque jamás rió en sus películas, dicen que por contrato-, su personaje trata de armar una casa siguiendo incorrectamente las instrucciones. Y lo que resulta es un desmadre en el que la vivienda mal hecha, movida mecánicamente por la producción, se transforma en un personaje delirante que zamarrea inmisericorde a quienes la ocupan.
Un par de años después de Chaplin, que azotó la taquilla en 1921 con El pibe, Keaton estrenó su primer largometraje: Tres edades. Le siguieron El navegante, uno de sus grandes éxitos de taquilla, y El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr.), pieza extraordinaria que es también un comentario del cine como espacio del ensueño.
Su cinta clave es La Generala (1927, en la foto superior), título recurrente en los top de la reputada encuesta de la revista Sight & Sound sobre las mejores películas de todos los tiempos. Este abordaje a la Guerra de Secesión incluye la toma más costosa en la historia del cine mudo con un tren cayendo a un río desde un puente en llamas. Pero no fue un éxito, como lo fue dos años antes otro filme ambientado en el siglo XIX: La quimera del oro, de Chaplin. Y en una industria donde un creador es tan bueno como buenos fueron los resultados de su última película, Keaton nadó a favor y en contra de la corriente, según el caso.
A lo largo de los 20 siguió pariendo obras fenomenales (como Steamboat Bill Jr. y El camarógrafo), pero se probó poco diestro para los negocios. A diferencia de Chaplin, que cofundó United Artists y era responsable de cada aspecto relacionado con sus películas, Keaton dejó el negocio en manos de su pariente político Joseph Schenck, limitándose a cobrar un sueldo semanal. Llegado 1928, en lo que él mismo llamó su peor decisión, cedió su estudio a MGM, perdiendo desde entonces control creativo sobre sus películas.
El triunfo del cine sonoro fue un problema insalvable, pero también el alcohol, así como el fin de su matrimonio con la actriz Natalie Talmadge. En "el capítulo que odio escribir" de sus memorias -Slapstick, 1960-, Keaton anota que llegó un minuto, hacia 1933, en que la única manera de conciliar el sueño era con grandes cantidades de whisky. Pero llegó a beber tanto que ya no podía dormir. Hasta que un día lo mandaron de vuelta a casa. A él, que nunca había llegado siquiera atrasado a un rodaje. La gloria quedaba atrás.
David Thomson, que dedica largas páginas a Chaplin en La verdadera historia de Hollywood, se despacha a Keaton en menos de dos, aunque se da el tiempo de ponerlo por encima del primero en términos de mérito artístico. Así como los surrealistas franceses ponían en alto a "Cara de palo" frente al humanitarismo sensible de "Charlot", suele enfrentarse a uno y otro como Los Beatles a Los Rolling Stones. Pero ellos no se miraron feo ni tuvieron disputas, como constata el reciente documental televisivo Duels - Chaplin, Keaton, de Simon Backès. Fue tanto así, que en 1952 Chaplin invitó a Keaton a compartir escena en Candilejas, encarnando ambos a un par de viejos artistas de vodevil. Otro momento para recordar.
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