¿Cambio cultural?




UN IMPORTANTE periodista de la plaza ha levantado cierta polémica al sostener que el actual gobierno más que promover unas cuantas reformas, lo que verdaderamente persigue es un “cambio cultural profundo”, entendido éste como una transformación radical en la forma de mirar y organizar la sociedad. Hay algo medio tremebundo en el comentario -el término “cultura” no se usa en un sentido positivo-, pues se transmite la idea de un “programa oculto”. Sin embargo, lo que acontece -lamentablemente, agregaría- es bastante más gris y menos sofisticado, y esta imaginativa tesis del periodista recuerda ese personaje de Borges que decía que la realidad podía prescindir de la obligación de ser interesante, pero no así las teorías sobre ella.

La realidad es bastante menos atractiva y misteriosa, porque el programa de esta segunda administración de Bachelet, de realizarse en plenitud, lo que más podría significar es un suave deslizamiento desde un neoliberalismo exacerbado hacia una socialdemocracia moderada. En efecto, reconocer y asegurar derechos sociales; financiar dichas transferencias estatales vía aumento de impuestos; enfrentar una desaceleración económica con presupuestos contracíclicos; promover reformas laborales para dar más poder a los sindicatos, y favorecer mayores niveles de autonomía individual para decidir sobre temas morales controvertidos, son más o menos las ideas que se encuentran en los programas socialdemócratas en diversas latitudes desde hace varias décadas.

¿Significa esto que un giro socialdemócrata del modelo chileno es inocuo e irrelevante? No, porque implica una redefinición de las relaciones entre Estado, mercado y derechos sociales, lo que afecta intereses e implica una reducción de la interferencia del mercado en ámbitos sociales. Pero no se trata de una evolución desconocida para el capitalismo. De hecho, la historia del capitalismo del siglo XX puede ser leída como un movimiento pendular entre momentos de un liberalismo “asilvestrado” y de acumulación primitiva, seguido de “momentos socialdemócratas”, más redistributivos. Para la izquierda, la realización de este “momento socialdemócrata” suele ir acompañado del agotamiento de su capacidad crítica y de sus energías emancipadoras, como hoy sucede con las desdibujadas socialdemocracias europeas. La racionalidad socialdemócrata modifica la racionalidad capitalista en su fase más liberal -ofreciendo otro “pacto social”-, pero no la trasciende ni la supera.

La sociedad chilena, sin duda, está cambiando, pero no parece estar ocurriendo una gran mutación cultural -ciertos “destellos utópicos” sólo podrían venir de los actores sociales o del arte-, sino viviendo el tránsito de ciertas lógicas neoliberales a otras socialdemócratas, como ha ocurrido en muchos países llegado cierto punto del desarrollo capitalista. Quizás sólo la radicalidad del experimento neoliberal chileno puede explicar que un moderado programa socialdemócrata termine siendo percibido, por algunos sectores, como un programa revolucionario.

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