Canibalismo en la escena política
<P>Un día arriba, al otro abajo. Tocan el pináculo de la popularidad una semana y caen al mayor de los descréditos a la semana siguiente. ¿Qué político puede resistir el columpio de las encuestas? ¿Qué está fallando en nuestras democracias que estamos midiendo la política en función de sondeos y viralizaciones, y no por la densidad del debate público? Un distinguido ensayista francés intenta responder estas preguntas.</P>
Fagocitar a los ancestros, a los enemigos, a los amantes o incluso a los propios dioses son sólo algunas de las múltiples formas de antropofagia conocidas. El canibalismo era una práctica ritual fundamental para sostener la estructura política y religiosa de ciertas civilizaciones. Para Christian Salmon, investigador del CNRS y miembro de un laboratorio de l'EHESS, el nuevo homo politicus no está libre de estas prácticas y en su libro La cérémonie cannibale intenta explicar por qué.
Para nadie es un misterio que, incluso en contextos republicanos, la política está plagada de prácticas rituales cuyas formas litúrgicas la exteriorizan y ponen a disposición de las masas en el afán de asegurar su frágil sobrevivencia. En tiempos de elecciones, esas prácticas, acompañadas de consignas voluntaristas como "Yes, we can" (Obama), "Le changement c'est maintenant" (François Hollande) o "Súmate al cambio" (Rajoy), quedan en manos de agentes de la comunicación y la publicidad, operadores capaces de levantar o hundir figuras públicas con la habilidad o incompetencia de un mago. El peligro de estas estrategias es que reducen la democracia a un ejercicio de la voluntad general expresado a través del voto, sin considerar que este régimen político también debe ser asociado a un cierto estado de deliberación pública.
Actualmente, como la imagen es todo, una buena estrategia de marketing y comunicación puede sustituir, valga la contradicción, a una política desprendida de todo sentido público. El problema es que, tal como ocurre con la espuma del mar, el político que se afirma en su propia performance mediática termina diluido y borrado por las olas. De acuerdo a Salmon, desde hace 30 años que vivimos el desarrollo de un proceso de deconstrucción de la función política y de desvalorización de la palabra pública bajo el miedo al disenso y la amenaza latente de la presión mediática y la revolución neoliberal.
El signo inequívoco de este apego de los políticos a una concepción consensuada del poder por el poder, para ellos la única capaz de mantenerlos en órbita, aunque muchas veces no lo consigan o no pueden mantenerlo, es la pérdida de soberanía de los ciudadanos y los Estados. Entre el desenfreno de la sobreexposición mediática, el trampolín o caída libre de las encuestas y el péndulo inasible de los trending topics en las redes sociales, poco importa si los políticos defienden un proyecto coherente con los grandes temas que discute la sociedad. Para el nuevo homo politicus, lo verdaderamente importante es el grado de viralización de su imagen, su performance, o el arte de sustituir el discurso por la acción política. Esta sustitución produce, según Salmon, una especie de tele-realidad del poder, donde el político se presenta cada vez menos como un líder con quien coincidir o confrontar ideas y cada vez más como una cosa a consumir: un mero artefacto sacado de algún personaje de serie o juego de televisión.
Frente a esta voluntad performativa, tan distante del animal político definido por Hannah Arendt cuando afirmaba que la condición política era un retorno a la palabra, los políticos ignoran que la clausura y negación del debate lo convierten lentamente en un objeto de consumo más y lo exponen a un inminente peligro de extinción: "Desacralizado, profanado por los mercados, sometido a la tutela de las instituciones internacionales y las agencias de calificación, el Estado es ahora ese hoyo negro que absorbe lo que queda de la radiación de lo político. El homo politicus aparece allí no como el portador de un anuncio de cambio, sino como el espectro iluminado por las llamas de su propia compulsión devoradora".
Para Foucault, la democracia supone el derecho de hablar libremente, pero también la posibilidad de convencer y de ejercer influencia sobre los otros. La deliberación pública es un acto de verdad política que pasa por la discusión y el disenso, lo cual supone un cierto coraje. La performance política, en cambio, es un dispositivo que sólo permite realizarse a quien la ejecuta. Por lo tanto, además de privilegiar el consenso al disenso, puede fácilmente ser guiada por la opinión común y degenerar en actitudes abiertamente populistas.
Entonces, los tiempos de la deliberación democrática han cedido su lugar a la inmediatez de los medios de comunicación y a las polémicas artificiales que inflaman las redes sociales. Estos signos funestos de la posmodernidad política se convierten en los nuevos espacios públicos, donde los hombres y mujeres de Estado se convierten en personajes encadenados a una obligación de performance que los ciudadanos, a veces reducidos a simples telespectadores o followers, pueden someter a una implacable destrucción. En el mercado de las redes sociales, los zigzagueantes discursos políticos entran en conflicto, pueden ser intercambiados, reapropiados y combatidos como en una gran estrategia narrativa, pero es innegable que existe una ausencia o imposibilidad de construir un relato coherente para trazar la ruta de los pueblos que van a la deriva. Esta es la paradojal y alarmante conclusión que sostiene Christian Salmon en tiempos de crisis económica y social, que requieren cada vez más de una deliberación que retome el verdadero poder de la palabra pública.
La ceremonia caníbal es el resultado de la convergencia de las dos grandes transformaciones de las últimas tres décadas -la revolución neoliberal y la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación- y su influjo en el ejercicio del poder de hombres de Estado que ven entrampada su legitimidad en las redes de su propio montaje. Los políticos se ven enfrentados, entonces, a una práctica simbólica del poder que pretende funcionar sin una soberanía real, pero -como lo demuestran los levantamientos populares alrededor del mundo- esa puesta en escena puede ser la impensada ceremonia donde terminarán siendo devorados.
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