Chaqueteos y volteretas




La historia de Chile podría resumirse en torno a puras traiciones. Desde Lautaro a nuestros días, pasando por la Independencia (dando al traste ¡300 años!), recordando las piruetas acrobáticas de Arturo Alessandri, la feroz vuelta de carnero y "chilenita" de González Videla, y, claro que sí, ¿cómo olvidar a Pinochet?, cuando Allende, en medio del bombardeo, se preguntaba: "¿Dónde está Augusto, pobre Augusto?". Es más, algunos pensamos que después de 1988 las traiciones han seguido repitiéndose: la "alegría que venía" dista mucho de la "alegría que llegó". De ahí que quepa plantearse la incógnita: ¿Habría habido historia, avances, sin estos chaqueteos y volteretas?

Probablemente, no. Sin Manuel Montt repudiando a sus adherentes más clericales, quebrando al bando "pelucón" en dos corrientes opuestas (nacionales y conservadores), no se habría dado inicio entonces al laicismo político chileno. Curso que Errázuriz Zañartu volverá a ratificar 17 años después, en 1873, abjurando de la Fusión Liberal-Conservadora que lo había llevado al poder; es decir, eliminando a los conservadores del gobierno y amparándose en la Alianza Liberal. Recuérdese que Errázuriz, aunque liberal, provenía del riñón mismo del bando clerical; nadie ostentaba mejores nexos y parentescos con la más alta curia.

Con todo, si hubiese mandado a robar los cálices y al Santísimo de las sacristías habría sido menos escandaloso que echando a patadas de La Moneda a los más pechoños. Justo lo que hizo condenándolos, a la postre, al ostracismo nada menos que por 18 años, hasta 1891, que es cuando vuelven a punta de bayonetas y a balazos. En el entretanto, gracias a dicha "traición" y secuelas, se llevaron a cabo significativas reformas que el país todavía -supongo- agradece.

Las deslealtades que se producirían a lo largo del siglo XX, de nuevo en el seno de la "familia conservadora", son bien conocidas. Los jóvenes conservadores que terminan formando la Falange y la Democracia Cristiana, los también jóvenes revoltosos de la DC que, luego, le dan la espalda a Frei Montalva y forman el Mapu y la Izquierda Cristiana, son todos tránsfugas y desertores. ¿Más que Jaime Guzmán abrazando el neoliberalismo tras dejar atrás sus claras simpatías por un corporativismo franquista, o convirtiendo al gremialismo en partido político? Y ya que estamos hablando a calzón quitado: ¿Cuánto ha "traicionado" la derecha pinochetista su pasado reciente para poder estar ad portas de un triunfo electoral presidencial? En consecuencia, ¿no habría que calificar a Piñera también de desleal, dado su pasado democristiano?

No se me malentienda. La anterior síntesis en modo alguno justifica actuales apostasías, zigzagueos acomodaticios o incoherencias antiestéticas de último minuto. No porque en el pasado ciertos sujetos hicieron lo que hicieron, saliéndose con la suya, ello significa que la historia los absuelve. Por muy estructural que sea la traición entre nosotros, nos haga "avanzar" o quebrar empates, nadie serio ha sostenido que la historia "es o debiera ser así".

Al contrario, cada vez que se dan estas volteretas, quienes tienen a su cargo el comentario histórico imparcial consignan la sorpresa, cuando no el shock o el reproche, generados en paralelo.

Este país espera una mínima coherencia de sus líderes. Valoramos a nuestros poetas, educadores, artistas y hombres de bien porque defienden principios y son intachables. ¿Convendrá eximir al mundo político de estos estándares?

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