Chileno vivió bajo el régimen norcoreano e instaló un bar
<P><span style="text-transform:uppercase">[Bar en Pyongyang].</span> Vivir en Corea del Norte lo cuentan pocos extranjeros. Crear un negocio en su capital lo hace sólo un chileno, Ramiro Lavín, que fue testigo de la vida en ese país. </P>
Antes de que pusiera un pie en Corea del Norte, o la República Popular Democrática de Corea (RPDC), Ramiro Lavín, chileno de 36 años, documentalista y fotógrafo de profesión, ya sabía que su próxima parada sería muy diferente a la Bruselas en la que residió por varios años. "Al llegar a la embajada norcoreana en Beijing (China) sólo se ve un edificio, cuadrado y gigante, pero adentro no hay nada. Entras a un gran salón donde hay fotos del Gran Líder (Kim Il Sung), un par de sillones, mesas, cuadros típicos coreanos y nada más. No hay nadie en el lugar, ni siquiera una recepcionista. Sólo viene una persona, te da un formulario y la visa te la dan de inmediato. Y ya llegando al país te quitan el pasaporte". Así comenzó su experiencia y la de su familia en Corea del Norte, considerado el país más hermético del mundo.
Lavín vivió en la céntrica zona diplomática de Pyongyang entre marzo de 2009 y agosto de 2010, junto a su esposa danesa que trabaja para el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y su hijo Elías, en aquel entonces de cuatro años. Antes de viajar a la que sería su primera experiencia en Asia, Lavín reconoce que no sabía qué esperar: "Yo me imaginaba que era un país raro, pero creía que habría cosas que hacer; tiene que haber lugares bonitos, gente simpática... pero no, no hay".
Antes de que el avión descendiera, le llamó la atención el terreno desértico, la superficie con escasos árboles y una pobre agricultura. En el aeropuerto, Lavín sólo vio dos aviones y un par de helicópteros, soldados y la omnipresente foto de Kim Il Sung -fundador del país- en el frontis de un pequeño edificio, que tenía una sola cinta de maletas y un detector de metales, con el que se llevó su primera sorpresa. "Yo cargaba mi contrabajo y me dijeron que tenía que pasarlo por el detector, pero con lo grande que es pasé a llevar el marco, y cuando se cayó, haciendo un montón de ruido y llamando la atención de toda la gente en el lugar, se vio que era sólo un armazón vacío sin cables. Luego llegaron los militares rápidamente a levantarlo para que no se notara tanto".
Ya instalado en el céntrico complejo residencial que albergaba las representaciones diplomáticas, organismos internacionales y a las familias de los funcionarios extranjeros que trabajaban en Pyongyang, le quedó claro que no tendría mucha libertad de movimiento. Finalmente compró un Mitsubishi Lancer, que llevaba a la única estación de servicio, ("cuando había combustible") y podía manejar dentro de la ciudad con placa diplomática. "No podíamos entrar a la mayoría de los locales o negocios, porque no teníamos la moneda local. Al final podías ir a restaurantes y bares en los que recibían euros y dólares, pero no eran muy buenos, porque no tienen concepto de servicio al cliente", cuenta Lavín, quien vive actualmente en Beijing.
Random acces club
Mientras su esposa trabajaba para el PMA y Elías iba a un jardín infantil ubicado sólo a minutos de su vivienda dentro del mismo condominio diplomático, donde apenas tenía dos compañeros de clase y sin estudiantes locales, Lavín buscó algo en que ocupar su tiempo libre. No encontró trabajo en las embajadas occidentales, pero la misma rutina le hizo ver una oportunidad: crear un bar en el área diplomática. "Yo sabía que si abría un bar donde se pudiera poner música fuerte, con una atmósfera más entretenida y donde la gente pudiera bailar, me iría bien", sostiene. Habló directamente con el director general de Naciones Unidas en Corea del Norte para proponerle la idea, y encontró una reacción alentadora. Después de entregar un proyecto formal, Lavín recibió la aprobación de la ONU y financiamiento para comenzar a trabajar. Con la ayuda de una asistente rusa, Vika, y unas empleadas locales designadas por las autoridades norcoreanos, Lavín arregló un salón que tenía mesas de pool, y agregó una sala de baile y una barra para servir las bebidas.
Un mes después realizó la gran inauguración de lo que bautizó simplemente como RAC: Random Access Club. A la apertura fue toda la comunidad de expatriados: casi 60 personas desde embajadores hasta empleados de ONG. El bar albergó también funciones de películas para niños con DVD que Lavín compraba en China, y otras actividades durante el día a las que también podía entrar el personal local, lo que no ocurría, sin embargo, en la noche. "Los coreanos no venían a esas actividades nocturnas, porque involucraba otro nivel de relación de amistad. La relación más cercana que tuve con norcoreanos fue con algunos que trabajaban en la ONU, porque hablaban inglés, francés o español, pero nunca supe dónde vivían o si tenían hijos. Nunca fue un coreano a comer a mi casa, ni yo fui por amistad a la casa de un norcoreano", cuenta.
Uno de los eventos que Lavín recuerda más de aquella época fue el Mundial de fútbol de Sudáfrica. Pero lograr ver la señal no fue fácil: "Primero compré una tarjeta satelital en Indonesia y la pasamos por valija diplomática. Después conseguí una antena en China y en Pyongyang los técnicos de la PMA calcularon el ángulo y longitud correctos y logramos ver la señal contratada en Indonesia. Así seguimos todo el mundial. La gente traía sus banderas y camisetas y se quedaban hasta tarde. Ver el Mundial en Corea del Norte fue el suceso del año".
Explicar qué es Corea del Norte no es fácil, según Lavín, sin caer en los mismos clichés sobre la dictadura comunista. "Una vez estaba en el RAC tomando whisky con los embajadores de Inglaterra y Cuba, además del representante del Cuerpo Suizo de Ayuda Humanitaria, y les pregunté si me podían dar una definición de Corea del Norte en un par de palabras. Entre las que me mencionaron estuvieron gris, fome, terrible o invivible", recuerda Lavín.
Una de las ocasiones en que más le sorprendió a Lavín la reacción de un coreano fue cuando le enseñó una imagen satelital por internet. "Con la conexión que tenía en el RAC una vez le mostré a un norcoreano Google Earth y cuando le indiqué un aeropuerto que había en el país, pareció que sus ojos hubieran saltado a dos metros de distancia". De acuerdo con Lavín, el promedio de los norcoreanos no saben nada de otros países, excepto Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Rusia. De Chile no tienen ni idea. Y desconocen hechos básicos como que astronautas caminaron en la Luna. "Pero claro, ellos si lanzan satélites. Es surrealista", dice.
Con la idea de publicar a futuro un libro y un documental sobre su experiencia en Pyongyang, Lavín planea regresar en agosto de visita a la capital norcoreana junto a su familia. Así podrá ver si algo ha cambiado desde la muerte de Kim Jong Il. Aunque probablemente, como él dice, lo espere la misma inquietante tranquilidad de las calles norcoreanas.








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