Cierran estudios Miramax, la empresa símbolo del cine "indie"
Hace poco más de una década, en marzo de 1999, Harvey Weinstein se abrazaba con medio mundo después de que Shakespeare apasionado se alzara como gran ganadora de los Oscar. Fuera de indignar a la gente de Dreamworks -el estudio cuyo Rescatando al soldado Ryan se quedó con los crespos hechos-, fue un cierre perfecto: Miramax, la compañía que Harvey y su hermano Bob habían fundado en 1979, se coronaba como la productora y distribuidora estrella de la década, provista de un prestigio expresado en éxitos de crítica y taquilla y apoyado en fenomenales dotes marqueteras.
Miramax fue epítome, en su minuto, del cine independiente o indie. Pero así como este adjetivo terminó significando muy poco, el esplendor empresarial de ayer ya se diluyó. Cuatro años después de que los Weinstein vendieran a Disney su propiedad en la compañía y crearan la suya propia, Miramax cierra sus puertas. Cerca de 80 personas perderán sus empleos y queda pendiente la distribución de seis películas que podrían quedar guardadas en bodegas, como The debt, protagonizada por Sam Worthington.
Respetabilidad
En honor a sus padres, Miriam y Max, los Weinstein fundaron Miramax limitándose, en principio, a distribuir artesanalmente cualquier película en que otros no se interesaran. Su primer golpe fue El baile de la policía secreta (1981), documental acerca de un concierto rock a beneficio de Amnistía Internacional. Dos años después le sacaron lustre a Eréndira, película brasilera que lucía a la sensual Claudia Ohana, y a García Márquez adaptando su propia novela. Cómo la van a vender en EEUU, le preguntaron a Harvey. "Fácil", contestó. "Tienes un premio Nobel y tienes sexo. Hay que trabajar ambas cosas".
Miramax buscaba respetabilidad cultural y aceptación. Pero si cambió los paradigmas del negocio fue por haber advertido que lo anterior no era incompatible con la ubicuidad del marketing bien hecho. Así, por ejemplo, fueron de los primeros en darse cuenta de que el Festival de Sundance era pródigo en jóvenes talentos y en cintas que podían encontrar su público. Y así fue como Sexo, mentiras y video, de 1989, los puso definitivamente en el mapa. Lo demás es historia conocida, que aparte de logros incorpora acusaciones de haber elevado los gastos promocionales de las películas. La crisis mundial y la multiplicación de subsidiarias "chicas" de los estudios grandes terminaron por debilitar los estudios, que ayer cerraron sus puertas.
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