Ciudades atacameñas




PARA ADVERTIRLOS desde un inicio, no me refiero a aquellos notables asentamientos prehispánicos de los pueblos originarios del Desierto de Atacama, sino a los poblados y ciudades, obras recientes de urbanización, que están lejos de tener la calidad e ingenio de aquellas aldeas originarias, y más aún, absolutamente discordantes de la realidad de dinamismo económico y alta inversión que hoy verificamos en la región. No me resigno a aceptar que una región que hoy acredita una inversión de US$ 16.000 millones para los próximos 20 años tenga estándares de calidad de vida urbana tan bajos, similares a una urbanización social.

Situadas en medio de paisajes sobrecogedores, colonizan las terrazas de valles fértiles junto a desnutridos cauces de agua que viajan estoicamente de cordillera a mar. Sin la delicadeza, sensibilidad, respeto ni sustentabilidad que ameritaría, ocupan el territorio sin mayor consideración de la fragilidad del paisaje, la escasez del agua, la oscilación térmica o la radiación solar. La triste historia del río Copiapó, que desde el 2004 ya no exhibe agua en su cauce urbano, es sólo una de las historias que se están escribiendo en nuestro Norte Chico.

En una región donde la proporción de la población que vive en ciudades supera el 90% y donde, además, su capital regional, Copiapó, concentra más del 60% de la población total de la región, la forma y estándares de cómo construimos e implementamos esas ciudades es especialmente relevante. A diferencia de lo que podría afirmar alguien a primera vista, justamente es esa infinidad de suelo desértico disponible la que nos debiese cuestionar la forma cómo desarrollamos nuestras ciudades atacameñas. El impacto ambiental que produce la urbanización sobre el desierto y/o sobre los escasos terrenos fértiles regados de los valles fluviales exigiría repensar y condicionar las densidades y extensión de esos asentamientos.

Por otra parte, debiesen ser ciudades especialmente sustentables en el uso eficiente del agua, la mitigación del viento y la radiación, y asimismo, con altos estándares de eficiencia energética. Por el contrario, uno se encuentra que los estándares de urbanización son asimilables a los de un conjunto de vivienda social de la zona central.

Así como hoy vemos preocupación de los actores públicos y privados por intervenir y mejorar la calidad de vida en las ciudades del Norte Grande (a saber Calama y Antofagasta), es muy importante generar la urgencia de mirar con detención el boom inmobiliario de Vallenar y Copiapó, para que lo que se haga se diseñe y construya según los estándares que exige el desierto, según el legado de los pueblos originarios y que se condigan con el tremendo flujo de inversión privada que está recibiendo la región.

Las compañías mineras ya no fundan ciudades privadas completas; por el contrario, apuestan a que la gran mayoría de sus empleados vivan en las ciudades más cercanas. Con los mecanismos adecuados para que esas empresas apliquen sus altos estándares industriales a generar ciudades también de clase mundial, podríamos esperar un resultado más feliz. Hace falta diseñar y mostrar los caminos para que ellos inviertan.

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