Clásico y transversal: libro recupera la obra arquitectónica de Ricardo Larraín Bravo
<P>Publicado por la Universidad Diego Portales, el volumen rescata al prolífico arquitecto del centenario. </P>
Corre septiembre de 1911 cuando el Presidente Ramón Barros Luco inaugura la esperada "población modelo" de Santiago. Lo hace acompañado de varios curiosos. La primera ciudad satélite dedicada a obreros, decía el rumor, contaba con palmeras traídas directamente de las Islas Canarias. Esa no era la única novedad. Teatro, parroquia, biblioteca, escuelas y hasta un asilo para madres solteras complementaban las más de 150 casas de la población Huemul, monumental proyecto encargado a Ricardo Larraín, joven arquitecto de edificios afrancesados.
Político, historiador, diplomático y arquitecto, el creador de la población ubicada en Matadero-Franklin es rescatado por la Universidad Diego Portales en Ricardo Larraín Bravo. 1879-1945. Obra arquitectónica, de Marcelo Vizcaíno. Director del Centro de Investigación y Desarrollo de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UDP, el autor recorre en detalle la diversidad temática del legado de Larraín, compuesto por cerca de 200 obras proyectadas entre 1900 y finales de los años 30.
El Templo del Santísimo Sacramento, el Palacio Iñiguez y la Caja de Crédito Hipotecario (hoy casa matriz del Banco BBVA) son algunas de las obras que desfilan por las páginas del volumen, revelando un estilo ecléctico y, a su vez, profundamente clásico.
Larraín se las ingenió para combinar los lujosos encargos de privados con las viviendas sociales, algo inusual para la época. Además de la población Huemul, destacan otras como el cité Adriana Cousiño (1937) y el conjunto habitacional William Noon (1928), clásico complejo inspirado en la arquitectura española colonial, ubicado en Eliodoro Yáñez con Manuel Montt.
A través de fotografías tomadas del archivo personal del arquitecto -cuyo hábito de documentar su obra era casi "barroco", según Vizcaíno-, el libro aborda diversos hitos que marcaron su carrera. Entre ellos, un viaje a Europa cuando pequeño, donde sus fotografías de edificios insinúan una precoz vocación. O bosquejos de proyectos jamás realizados, como su propuesta para el Museo de Bellas Artes, concurso que perdió a manos del francés Emile Jéquier.
"Este es un rescate patrimonial, pero el patrimonio no debe ser entendido como una reliquia, sino como todo aquello que nos hace ver de dónde venimos", afirma a propósito de la publicación el arquitecto Pedro Murtinho, nieto de Larraín.
Al compás de su tiempo
Mientras uno era un bohemio reconocido, el otro se deleitaba en la disciplina. Formados en el París de la Belle Epoque, los jóvenes Alberto Cruz Montt y Ricardo Larraín se convirtieron en una dupla difícil de igualar en Chile. Prueba de ello es el pomposo Palacio Iñiguez en Alameda con Dieciocho, hoy sede de la Confitería Torres.
La diferencia de personalidades entre ambos terminó por separarlos, según Vizcaíno. El libro, que relata la relación de Larraín con su socio y cuñado, célebre creador del Club de la Unión, también se detiene en otras colaboraciones, como el famoso barrio París-Londres. Proyectado por varios arquitectos consagrados de la época, su compra y posterior construcción habrían sacado de apuros económicos a los padres franciscanos, propietarios del sitio.
Larraín asumió desafíos en un Chile retrasado tecnológicamente, realidad que vivió de cerca tras asumir la edificación del Templo del Santísimo Sacramento, en la Plaza Diego de Almagro. Los vecinos, propietarios de lujosas mansiones de la zona, no tardaron en firmar sus cheques al enterarse del proyecto. Encomendada por los padres sacramentinos, la obra debía imitar nada menos que el templo de Sacre Coeur, de París. Para lograrlo, sin embargo, algo tan simple como subir el agua hasta la cúpula era una odisea. La obra, gratuita por parte de Larraín, demoró casi 25 años en ser completada.
"Aunque trabajaba un estilo clásico, él era un moderno de la época", comenta Murtinho, quien asegura que su abuelo hizo de la arquitectura un arte, adecuándose a los tiempos que corrían.
En un momento en que los mineros desempleados del salitre comenzaron a luchar por un lugar en la capital, la población Huemul sorprendió a los santiaguinos del centenario. Se trataba de una alternativa que reemplazaba los sucios conventillos por espacios dignos y funcionales. Aunque jamás fue comprobado, se dice que en su "Municipal chico" habría actuado Carlos Gardel.
Pero es Gabriela Mistral la más ilustre de los cientos de vecinos que recorrieron sus veredas de palmeras importadas. Quién sabe hasta qué punto influyó la población en la poeta, o en el hecho de que, años más tarde, pidiera "menos cóndor y más huemul" para Chile.
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