Colombia en versión Santiago
<P>El número de colombianos que migra a Chile ha crecido un 406% en la última década. Una buena parte de los que llegan se queda en Santiago, donde instalan restaurantes, discos, peluquerías. No se concentran en una sola zona, pues esta oleada migratoria trae consigo las diferencias sociales que ya los separan en su país.</P>
Son la 1.00 del primer fin de semana del año y la fila comienza a armarse. Un grupo de hombres de piel negra se ordena frente a un edificio, en la esquina de Catedral con Bandera. Esperan que un guardia los revise y los deje subir al ascensor. Algunos improvisan pasos de salsa sobre la vereda y presionan al guardia: "Ya papito, ¿cuándo a mí?". A un metro de ellos, una mujer morena, de brazos gruesos y blusa floreada, saca de una hielera papas rellenas con carne y mucha cebolla que vende a $ 500. La auténtica comida de su Cali, dice. Varios comen antes de subir.
El ascensor los lleva al "Quinto Piso", nombre que la comunidad colombiana en Santiago le da a la salsoteca Salsabor, donde los sábados llegan entre 200 y 400 migrantes de Buenaventura y Cali a lo que, según ellos, nadie en el mundo hace mejor: bailar. Sobre las mesas de metal blanco, litros de cerveza rubia; y en la pantalla gigante, un videoclip muestra a un afroamericano viajando con mochila al ritmo "Yo me voy pa' Cali". Los hombres visten jeans y zapatillas de colores fuertes y se pasean sin polera. Las mujeres se quitan los zapatos sobre la pista de baile con piso de madera. Algunas usan zapatillas de ballet. El "baile amasisadito", esa costumbre colombiana de tocar bien a la pareja con que bailan y cantarle al oído, a veces los lleva a otra cosa.
Muchos de los que bailan en el "Quinto Piso" trabajan durante la semana en el "Caracol Bandera", que queda en la otra vereda, casi al frente. Una galería de seis pisos donde los últimos tres son territorio propio. Allí, peluqueros y manicuristas de Colombia y República Dominicana se pelean los clientes. Los colombianos que allí trabajan no sólo vienen de la misma ciudad, varios son del barrio Eduardo Santos de Cali. Una zona de casas antiguas, donde los operativos de la policía son comunes.
Al fondo de la galería, frente a la peluquería Los Colombianos, un grupo de jóvenes espera que los atiendan fumando marihuana. La clientela es también en su mayoría de la Colombia negra. Los hombres vienen por un corte al ras y algunos se atreven a que la navaja les dibuje verdaderos tatuajes. Las mujeres piden que les trencen el pelo por $ 15.000, igual que las modelos de las fotos que cuelgan de las vitrinas. Se escucha un reggaetón salsero en la radio y la locutora, con ese hablar tranquilo y cantadito, da las cábalas del 2012.
Esta es una de las zonas que los colombianos inmigrantes han colonizado en Santiago. En 2002, eran 4.092 colombianos residentes legales en Chile; hoy, de acuerdo con el Departamento de Estadísticas de la Policía de Investigaciones, ya son 21.000. Es decir, han aumentado un 406% en una década. Los colombianos son la quinta comunidad de inmigrantes más grande en el país, después de peruanos, argentinos, bolivianos y ecuatorianos. De ellos, un 42% se instala en Santiago.
La presencia colombiana se nota en distintos sectores de la capital: en el último año se abrieron ocho restoranes de comida colombiana en la zona oriente, una empresa colombiana confecciona los uniformes del Ejército chileno, las peluquerías colombianas se están tomando el centro, Providencia, Las Condes y Vitacura, y hay barrios donde el vallenato es la música folclórica. En calle Libertad con Agustinas, los domingos al mediodía se ven familias con parrillas de carbón en plena calle, asando arepas. En esas calles, los colombianos se ponen de acuerdo para arrendar piezas entre varios.
A diferencia de la comunidad peruana residente, no todos los colombianos llegan a Chile para superar la desmejorada situación económica de sus ciudades de origen. Si bien algunos fueron empujados por desempleos de dos dígitos, también está el tema de la seguridad. La zona costeña, donde está Cali y Buenaventura, fue atacada por la guerrilla y llegó a tener hasta 200 mil refugiados en la frontera con Ecuador. Cuando ese país cerró las puertas a colombianos en problemas, el gobierno pidió ayuda a otras naciones del continente, como Argentina, Chile, Brasil y Perú, para recibir a sus asilados.
Todo ello provoca una migración variopinta, socialmente hablando. Un fenómeno distinto al de los peruanos en Chile, que es un grupo más homogéneo. El sociólogo colombiano de la UC, Carlos Ortegón, lo explica así: "La migración colombiana es clasista, tiene sectores dentro de la misma migración. Hay núcleos de clases que están en el centro, sur y poniente de Santiago que llegan a trabajos menores. Otro tipo de población llegó a estudiar y perfeccionarse en la universidad y se quedó en Providencia o llegó directamente destinado a puestos de gerencia. Esos viven en Vitacura y Las Condes".
En Vitacura casi al llegar a Américo Vespucio, un bar de color blanco con negro y terraza de madera mantiene sus puertas cerradas. Allí, una mujer rubia y de ajustado vestido negro se acerca preguntando información para una base de datos. No hay fila, no hay espera, sí una salsa que se escucha hasta la calle.
En la puerta hay un cartel que dice: "Massato se reserva el derecho de admisión". Al bar no se puede entrar borracho ni drogado. Cuando las puertas del "Massato" se abren, se ve el Vip repleto de rubias, blancas y mulatas que bailan con faldas cortas y taco alto. Los hombres -sin importar si son morenos, trigueños o mulatos- jamás se sacan sus chaquetas. Eso sí: bailan el amasisadito igual que sus compatriotas de calle Bandera, varios kilómetros más abajo.
Paola Puccini tiene 32 años y hace cinco vive en Chile. Viene del barrio Chicó de Bogotá, zona que ella califica de estrato 6. En la escala que usa su país para determinar el nivel socioeconómico, el grupo 6 equivale al AB chileno, y el 1, al grupo E. Paola estudió Economía en la Universidad del Externado, hizo una maestría en marketing en el Politécnico Monterrey de México, y ganaba unos US$ 5.600 como gerente cuando en una reunión de negocios conoció a un chileno. Se enamoró de él. Desde entonces, vive en Las Condes.
-Todos los colombianos viven en Vitacura y en Las Condes- dice. Todos los que ella conoce, claro.
Paola dice que nunca vio en Bogotá tanto caleño como los que ve en Santiago. "Está lleno. A Chile llegaba migración de colombianos buenos, gente muy educada, ahora llega de todo. El gobierno de Chile debería pedir visas y filtrar quién entra", dice. "Nosotros somos fijados entre nosotros mismos. Cuando ves llegar a un colombiano, dices 'este es 6, este es 5', porque buscas a los de tu clase… Los colombianos que viven en el centro, esos no son ni 2".
Entre Vitacura y el centro de Santiago está Providencia. En el Rincón de Botero, un restaurante en General Holley, todos los garzones son colombianos, así como la mayoría de los comensales. Entre los mozos hay profesionales y técnicos, que trabajan allí mientras convalidan su título profesional o consiguen un trabajo en el área que les compete.
Quienes trabajan en Providencia suelen vivir en la misma comuna: en Seminario, Condell y Marín. Es común que entre varios amigos arrienden un departamento. En esta comuna hay tres restoranes colombianos, locales de comida a domicilio, uno de jugo tropical y hasta un par de tiendas de ropa. Además, uno puede encontrar mozos colombianos en muchos bares y pizzerías de chilenos.
En el límite de Providencia con Santiago está Bellavista. Allí, en el patio de comidas a eso de las 10 de la noche, Yeison Molina saca su guitarra y empieza a entonar un vallenato. Termina con una cumbia lenta. Es blanco, delgado, viste camisa y cuando canta le brillan los frenillos. Yeison lleva tres meses en Chile y no se quería venir. Es de Caquetal, una localidad en la puerta del Amazonas que ha sido declarada zona roja, donde está la guerrilla: "Mi abuelo tenía una finca de caña y las Farc se la quitaron. Mataron a tres primos, a mi profesor en tercero de primaria y ahora me tocaba a mí", dice. La guerrilla quería a Yeison con ellos, pero él no. Así es que se fue un año al seminario para ser sacerdote, en Bogotá, y después estudió Sicología en la Universidad Piloto en esa ciudad. Cuando estaba en tercer año y paseaba a su perra por el barrio universitario, tres hombres bajaron de una camioneta y le dijeron: "Somos de la Teófilo Forero, súbase".
"Era la banda más peligrosa de las Farc. Sabía que si me subía a esa camioneta no iba a volver más". Gracias a que era de día, logró zafarse. Se refugió en Barranquilla y tomó con Isabel, su esposa embarazada de tres meses, un vuelo a Santiago.
-Lloré todo el viaje -dice.
Hoy vive con su mujer en un departamento nuevo de un ambiente, en Tucapel Jiménez, un edificio donde viven otras parejas de colombianos. No encontró trabajo, así es que partió cantando en buses del Transantiago hasta que llegó al Patio Bellavista. Para Yeison no importa el desempleo, las Farc ni los paramilitares, sólo es una cuestión de tiempo para que todo lo que vive Colombia termine. Por eso, él y su esposa planean ponerle a su hijo Santiago, para que cuando vuelvan le cuenten la historia que los llevó lejos.S
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