Cómo la Iglesia Católica volvió a ser un actor relevante en Cuba
<P>El acercamiento entre Iglesia y Estado aumentó con el alejamiento de Fidel Castro del poder.</P>
En diciembre de 1997, sólo cinco años después de que Cuba dejara de ser oficialmente un país ateo, el régimen de Fidel Castro restableció la Navidad como día festivo. Era un claro gesto de saludo al Papa Juan Pablo II por la visita que realizaría a la isla algunas semanas después, entre el 21 y el 25 de enero. Sin embargo, los contactos con la Iglesia Católica era mínimos y funcionales.
Ahora, 14 años después y cuando el Papa Benedicto XVI se aprestaba hoy a pisar suelo cubano, la posición de la Iglesia es radicalmente distinta, como un actor claro en la sociedad isleña, reconocido por el Presidente Raúl Castro y con una presencia creciente incluso en los medios oficiales. De hecho, el viernes 16 una nota del arzobispado de La Habana, en la que criticaba la ocupación de un templo por un grupo de disidentes, fue publicada en el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, hasta con un llamado en su portada.
Se trata de un cambio notable, y donde dos de sus principales gestores, Raúl Castro y el cardenal habanero Jaime Ortega, han demostrado grandes cuotas de pragmatismo, ya que ambos encontraron en su contraparte a interlocutores útiles para sus objetivos.
Tras el triunfo revolucionario en 1959 se desató una persecución contra la Iglesia, fueron expulsados de Cuba 131 sacerdotes y casi 500 se fueron por "propia voluntad" de la isla; de las 158 comunidades religiosas femeninas existentes quedaron 43 y de 2.500 monjas pasaron a 300, mientras que las órdenes católicas masculinas descendieron de 87 a 17. Pero con el fin de la URSS, Cuba pasó de declararse atea a laica y los creyentes tuvieron permitido entrar en las filas del Partido Comunista. La visita del Papa polaco le volvió a dar una presencia contundente a la Iglesia, especialmente en los días de su presencia en la isla.
Los acercamientos entre Iglesia y Estado experimentaron una aceleración con el alejamiento de Fidel Castro del poder en 2006 por una crisis de salud, y la consolidación de su hermano en la cúpula del régimen, dos años después.
La demostración de que la relación entre ambos actores había dado un vuelco se produjo el 19 de mayo de 2010, cuando Raúl Castro recibió el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana, y a Dionisio García, arzobispo de Santiago de Cuba y presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. En ese encuentro se negoció o se trató la liberación de más de un centenar de disidentes, la mayoría de los cuales salió del país rumbo a España. Lejos de ser un encuentro de bajo perfil, la foto de Castro con los dos arzobispos apareció en la portada de los dos principales diarios del país, Granma y Juventud Rebelde. Además, en esa cita Ortega habría logrado que cesara el acoso ofocialista contra el grupo disidente Damas de Blanco.
En los últimos años se le permitió a la Iglesia construir un nuevo seminario -cuya inauguración fue presidida por Raúl Castro-, fundar una escuela de negocios en colaboración con una universidad católica de España, administrar una serie de programas independientes y organizar la primera peregrinación de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, por toda la isla en más de medio siglo.
Según algunos analistas el acercamiento entre la Iglesia Católica y Estado es, en parte, de mutua necesidad. La Iglesia quiere ser un actor más importante y Castro necesita aliados mientras pone en marcha un plan de reformas económicas que incluye el recorte de millones de trabajadores empleados del Estado. Una asociación con la Iglesia, la mayor institución y más influyente a nivel social fuera del gobierno, "alienta la estabilidad y da al Estado un cierto grado de credibilidad", dijo a la agencia Reuters Geoff Thale del Washington Office on Latin America, una organización independiente norteamericana que aboga por los derechos humanos.
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